Este planteamiento ya es menos frecuente, pero igualmente se ha usado ya. Patria (Christopher Menaul, 1994) se sitúa en 1964 y presenta una Europa dominada por los nazis, liderados por un Hitler de 75 años; el inicio del film es un falso documental que contextualiza la acción. Lo único que diferencia este inicio del conjunto de C.S.A. es que en la película de Willmott se recurre a la manipulación de fotografías o materiales filmados (el debate electoral entre Kennedy y Nixon, con voces falsas), lo que insinúa que la historia son sus documentos, y que la alteración de ésta lleva a falsificar los otros.
Cuando se ha construido la historia hipotética y se ha sorprendido al espectador con la publicidad esclavista, C.S.A. nos muestra la realidad, que aparece en dos sentidos distintos. Primero, se incluye un epílogo en el que se asegura la veracidad de elementos que el espectador consideraba falsos por su (supuesta) irrealidad y exageración: el tratamiento de la drapetomanía (teórica enfermedad de los negros que les llevaba a huir), el restaurante “El pollo del negrata”, la pasta dentífrica “Darky”, el cigarrillo “Peloafro”, etc. El mensaje de que los iconos culturales americanos están repletos de referencias esclavistas es interesante, pero la crítica de C.S.A. no va más allá, y se queda en la superficie cuando debería explorar el problema del racismo directamente.
Pero la verdad aparece por otra vía, quizás secundaria en un principio pero posiblemente más amplia y perdurable. Si desnudamos la película de cualquier ideología o hipótesis, encontramos que supone un salvaje ajuste de cuentas con toda la historia americana de los últimos 150 años. Porque la paranoia antiabolicionista de los 50, retratada con una escena de Me casé con un abolicionista (parodia de Me casé con una bruja), es idéntica al miedo a los comunistas; la propaganda electoral de los Fauntroy no se aleja demasiado de los métodos de Bush (que, curiosamente, también proviene de una familia de políticos), y los anuncios televisados, que nos parecen ridículos, se podrían confundir con los que vemos cada día. El caso más claro se encuentra en la plegaria escolar al final del documental, teñida de conservadurismo y manipulación; lo único que la diferencia de las que se recitan cada día en los colegios estadounidenses es la última frase: “…para toda la gente blanca”.
Cuando la caricatura y la alternativa histórica marcan las reglas del juego, parece que el espectador se tome a broma todo aquello que ve; y, precisamente, se trata de dos recursos que C.S.A. usa acertadamente para, partiendo de la mentira más absoluta, llegar a desvelar realidades.