T.O.: C.S.A.: The Confederate States of America

Producción: Hodcarrier Films (USA, 2003); Productor: Rick Cowan

Director: Kevin Willmott; Guión: Kevin Willmott; Fotografía: Matthew Jacobson; Música: Erich L. Timkar; Diseño de producción: Scott Murry; Montaje: Sean Blake y David Gramil

Intérpretes: Charles Frank (Narrador), Evamarii Johnson (Barbara Johnson), Rupert Pate (Sherman Hoyle), Larry Peterson (John Ambrose Fauntroy V), Robert Sokol (Voz en off de los anuncios del Channel 6)

Color/Blanco y negro - 89 minutos - Estreno en España: 24-VI-2005.

En un mundo dominado por Estados Unidos, el retrato de la gran potencia se dibuja con los discursos de dos grandes comunicadores antagónicos: George Bush y Michael Moore. Preservando o criticando, ambos presentan un país repleto de miedo paranoico que reclama un rifle (Bowling for Columbine), a la vez que una agresiva política exterior que ambiciona el control absoluto de la economía mundial (Fahrenheit 9/11). Parece ser que sin el desastre originado por el huracán Katrina nadie habría recordado que en esta potencia todavía existen ricos y pobres, blancos y negros. El racismo estadounidense continúa latente, por mucho que la Secretaria de Estado sea Condoleezza Rice y que Spike Lee, el principal cineasta afroamericano, dejara a un lado la militancia racial en su última obra estrenada en España, 25th Hour. Es por eso que no deja de ser curioso que unos meses atrás llegara a nuestras carteleras C.S.A.: The Confederate States of America, un falso documental que increpa al espectador a no dormirse ante este problema.

En un canal televisivo de tintes racistas se anuncia un programa hasta ahora vetado, “no apto para niños y esclavos”. La extrañeza inicial se va convirtiendo en comprensión cuando se presenta el documental, un recorrido histórico que parte de una hipotética victoria confederada y esclavista en la Guerra Civil americana de 1861-65: ahora los U.S.A. son C.S.A. (Confederate States of America - Estados Confederados de América), y todos los hechos están alterados: la esclavitud se convierte en oficial, Lincoln muere viejo y exiliado, los métodos de Hitler no son combatidos y la Guerra Fría los enfrenta al abolicionista Canadá; una familia de políticos, los Fauntroy, marca la historia del país durante más de cien años, hasta que se insinúa que su sangre no es cien por cien blanca y el candidato actual se suicida. Entre los distintos episodios que estructuran el film se introducen espacios publicitarios que, en forma de productos humillantes para la raza negra, reflejan la hipotética situación actual de los C.S.A. El contraste entre la visión racional del programa televisivo y la llamativa publicidad esclavista que lo acompaña convierte el documental en intruso militante, algo así como lo que pretende ser la película entera.

C.S.A. es el primer film dirigido en solitario por el afroamericano Kevin Willmott, que cede la presentación a Spike Lee, probablemente para situarlo en la misma línea militante del autor de Haz lo que debas. Willmott, prácticamente desconocido en nuestro país, hace años que se mueve en este campo con sus guiones (a veces para directores de renombre, como Oliver Stone), y en 1999 codirigió con Tim Rebman Ninth Street, lanzada directamente en vídeo, que retrataba la vida de los habitantes de una calle marginal de Junction City (Kansas). En ella se mezclaban la parodia con una puesta en escena prácticamente documental; esta combinación de ficción exacerbada y cruda realidad es lo mejor de la película, y C.S.A. supone un paso más allá en ambos sentidos.

 

Según Willmott el objetivo de su cine es explorar la vida, y “quizás llevándola a un nivel absurdo podemos ver con más claridad qué está pasando ahora. Si la llevamos fuera de los límites de la realidad (...) podremos tener una perspectiva completamente nueva” (Cfr. Jeff Loeb, “A Conversation with Kevin Willmott, en African American Review, núm. 35, 2001, pp. 249-262). Estas declaraciones no se refieren a C.S.A., pero se adecuan a ella a la perfección, y suponen una apología de la caricatura y de la política-ficción, los dos puntos más interesantes del film, que ahora comentaremos.

La primera imagen de la película, antes de la introducción en el imaginario canal de televisión, es una frase de George Bernard Shaw: “Si vas a contar a la gente la verdad, será mejor que le haga reír. Si no, te matarán”. Con esta tajante afirmación, Willmott justifica el tono hiperbólico y grotesco que impregna toda la película, y del que se pueden citar múltiples ejemplos: la ley “ni una gota” para conseguir la pureza racial, la afirmación de un escritor que la bomba atómica puso a “todos los de color en su sitio”, la pastilla “Contrari” para domesticar a los negros, la venta de esclavos por televisión (en la que es posible separar a las familias), etc. Pero Willmott ha declarado que pretende romper con los estereotipos usados por Hollywood, así que su exageración tiene que ser deliberada, para, siguiendo los consejos de Shaw, contar una historia verdadera. El método, aunque criticable, tiene relativa importancia en el documental americano actual de raíz política, ya que en Bowling for Columbine Michael Moore usa la animación más burlona para contar la historia de las armas en Estados Unidos. Si, como ocurre en C.S.A., el punto de vista evita la demagogia, el uso de la caricatura chillona es acertado.

Pero todavía es más interesante el planteamiento de la obra, que usa la alteración histórica para construir su discurso. Esta fórmula es parecida a la usada en las películas de catástrofes y viajes en el tiempo, pero si nos ceñimos al falso documental encontramos también ejemplos; el caso más emblemático probablemente sea The War Game (Peter Watkins, 1965), que especulaba sobre las consecuencias de un ataque nuclear en plena Guerra Fría. Esta obra y otras en la misma línea construyen un futuro a partir de un hecho hipotético, pero C.S.A. es más arriesgada narrativamente y construye un pasado y un presente a partir de un hipotético hecho anterior: la historia de los Estados Unidos cambiando el resultado de una guerra.

 

Este planteamiento ya es menos frecuente, pero igualmente se ha usado ya. Patria (Christopher Menaul, 1994) se sitúa en 1964 y presenta una Europa dominada por los nazis, liderados por un Hitler de 75 años; el inicio del film es un falso documental que contextualiza la acción. Lo único que diferencia este inicio del conjunto de C.S.A. es que en la película de Willmott se recurre a la manipulación de fotografías o materiales filmados (el debate electoral entre Kennedy y Nixon, con voces falsas), lo que insinúa que la historia son sus documentos, y que la alteración de ésta lleva a falsificar los otros.

Cuando se ha construido la historia hipotética y se ha sorprendido al espectador con la publicidad esclavista, C.S.A. nos muestra la realidad, que aparece en dos sentidos distintos. Primero, se incluye un epílogo en el que se asegura la veracidad de elementos que el espectador consideraba falsos por su (supuesta) irrealidad y exageración: el tratamiento de la drapetomanía (teórica enfermedad de los negros que les llevaba a huir), el restaurante “El pollo del negrata”, la pasta dentífrica “Darky”, el cigarrillo “Peloafro”, etc. El mensaje de que los iconos culturales americanos están repletos de referencias esclavistas es interesante, pero la crítica de C.S.A. no va más allá, y se queda en la superficie cuando debería explorar el problema del racismo directamente.

Pero la verdad aparece por otra vía, quizás secundaria en un principio pero posiblemente más amplia y perdurable. Si desnudamos la película de cualquier ideología o hipótesis, encontramos que supone un salvaje ajuste de cuentas con toda la historia americana de los últimos 150 años. Porque la paranoia antiabolicionista de los 50, retratada con una escena de Me casé con un abolicionista (parodia de Me casé con una bruja), es idéntica al miedo a los comunistas; la propaganda electoral de los Fauntroy no se aleja demasiado de los métodos de Bush (que, curiosamente, también proviene de una familia de políticos), y los anuncios televisados, que nos parecen ridículos, se podrían confundir con los que vemos cada día. El caso más claro se encuentra en la plegaria escolar al final del documental, teñida de conservadurismo y manipulación; lo único que la diferencia de las que se recitan cada día en los colegios estadounidenses es la última frase: “…para toda la gente blanca”.

Cuando la caricatura y la alternativa histórica marcan las reglas del juego, parece que el espectador se tome a broma todo aquello que ve; y, precisamente, se trata de dos recursos que C.S.A. usa acertadamente para, partiendo de la mentira más absoluta, llegar a desvelar realidades.

 

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