T.O.: Kingdom of Heaven. Producción: (USA-GB-España, 2005). Productor: Ridley Scott.

Director: Ridley Scott. Guión: William Monahan. Fotografía: John Mathieson. Música: Harry Gregson-Williams. Diseño de producción: Arthur Max. Vestuario: Janty Yates. Montaje: Dody Dorn.

Intérpretes: Orlando Bloom (Balian de Ibelin), Eva Green (Sibylla), Jeremy Irons (Tiberias), David Thewlis (Hospitalario), Brendan Gleeson (Reynaldo), Marton Csokas (Guy de Lusignan), Liam Neeson (Godofredo de Ibelin), Alexander Siddig (Imad), Ghassan Massoud (Saladino), Velibor Topic (Almaric).

Color - 120 min. Estreno en España: 18-V-2005.

 

 

La Historia en el Cine es un tema recurrente que siempre vende. Esto es a lo que últimamente nos tiene habituados Ridley Scott en sus películas. Algunas de las últimas que ha dirigido reflejan momentos historicos que siempre han atraído a la gente: la época de los romanos (Gladiator), la de las conquistas (1492) o, en este caso, la de las Cruzadas.

En El reino de los cielos, Ridley Scott se centra en la turbulenta época que transcurre entre la 2ª Cruzada (1146-1149) y la 3ª, llamada de los reyes (1189-1192). La historia narra las vivencias de Balian (Orlando Bloom), herrero francés, viudo reciente y sumido en una crisis depresiva. Su vida cambia radicalmente cuando un grupo de cruzados provenientes de Tierra Santa hacen un alto delante de su herrería. Entre estos caballeros, está su padre natural y señor del feudo en el cual vive Balian, Godofredo de Ibelin (Liam Neeson). Éste le propone que lo acompañe a Tierra Santa, pero Belian rechaza su ofrecimiento. La muerte medio accidental de un sacerdote le empuja a emprender este viaje largo y costoso. Pronto notará grandes cambios: se verá rico, investido noble y caballero tras la muerte de su padre, herido fatalmente en una emboscada. Balian, tras esta tranformación de don nadie a hijo de la nobleza francesa, partirá hacia Jerusalén, sobreviviendo milagrosamente a un naufragio, acompañado por un monje hospitalario, amigo de su padre.

 

 

Al llegar a Tierra Santa, Balian entrará en contacto con los grandes personajes del momento: el rey Balduino IV (interpretado por un enmascarado Edward Norton), “el rey leproso”, y su hermana Sybhylla, (Eva Green), de la cual se enamora Balian, y que intentará ayudarle. Pero también se encontrará en su camino con el marido de ella, Guy Lusignan (Maton Csokas), miembro de la Orden del Temple, que intentará hacerle la vida imposible, ya que ve en él un escollo para sus ambiciones.

En las intrigas palaciegas estará involucrado Tiberias (Jeremy Irons), comandante militar de Jerusalén y gran opositor a la ambición de Guy. Éste desea acceder al poder político por vía marital. A la muerte de Balduino, Guy será coronado Rey Latino de Jerusalén, complicándole la situación a la ciudad y a Balian. Entre medio de estas intrigas palaciegas, pronto aparecerá la figura de Saladino (Ghassan Massoud), erudito musulmán que decidió expandir su imperio, tras unificar a los musulmanes de la zona de Egipto, hacia las tierras cristianas conquistadas en las anteriores Cruzadas por los europeos. El propio actor lo califica como “hombre de estado primero, después hombre guerra”.

 

La acción se sitúa en los albores de la consolidación del poder de Saladino, entre las dos cruzadas que dominan el siglo XII, cuando ya era temido por todos por sus ideas y tácticas nuevas. La película finaliza con la capitulación de Jerusalén, tras un largo y costoso asedio. El asedio de Saladino a la ciudad de Jerusalén y la defensa que hace de ella Balian, pone de manifiesto que el poder que estaba instaurado en ella no funcionaba y era corrupto (Guy cae pronto en las manos de Saladino), de entre la locura de la invasión, Balian surge como defensor inmejorable de la ciudad. Según Ridley Scott, “el gran problema de Jerusalén era que todo el mundo trata de salirse con la suya en beneficio propio”.

El personaje de Balian sigue la estela de la mayoría de los protagonistas de Scott (Máximo Décimo, Cristóbal Colón, Clarice Starling en Hannibal). Son personas con nobles ideales que se ven enfrentados a un destino que parece superarles, pero salen reforzados de sus obstáculos y ellos resurgen convertidos en “semidioses”. Todos consiguen convertirse en un ariete contra el destino, cuando parece que todo les vence; ellos consiguen sacar fuerzas de no se sabe dónde y derriban a todo lo que les impide avanzar.

Aparte de la visión histórica más o menos fiable, de este film se puede hacer una segunda lectura. Podríamos hablar de un cierto pacifismo (si tenemos en cuenta que la película es preminentemente bélica, esta intencionalidad queda muy diluida) y de un grito por una tolerancia religiosa entre dos de las tres religiones monoteístas.

 

Pese a que durante toda la película estén combatiendo, es verdad que los personajes cristianos conviven magníficamente con todo lo que les da el mundo árabe, con su gente, sus costumbres, etc. Y el mundo árabe corresponde a este entendimiento en la figura de Saladino, que ante todo es un erudito luchador y lleva a cabo una batalla “caballerosa”. Todo culmina en la rendición “generosa” de la ciudad. En una escena posterior, Saladino recoge un crucifijo del suelo y lo coloca sobre la mesa, acción impensable si se tratara de un fanático religioso. Incluso acepta la opinión de Balian, que por todos los medios había intentado mantener la paz en la ciudad.

Como he dicho antes, puede que estas escenas no sean del todo veraces con los datos históricos que sabemos, pero no desentonan con la temática de la película. Ya sabemos que las licencias con la Historia son muy normales en el Cine y la Literatura (y en Política también).

La religión, gran motor en el movimiento cruzado, es aquí utilizada como vehículo de crítica hacia los estamentos clericales oficiales. Si bien la idea de Dios está presente en toda la película y la fe inunda al personaje de Balian y al resto, éste insinúa que esta creencia ha de ser algo interno, basado en buenas obras del día a día, sin buscar resultados beneficiosos. Esto le hará ganarse a Balian el “insulto” de hereje por parte del representante religioso de Jerusalén. El reflejo que da Ridley Scott del sacerdote es el de una persona muy vinculada al poder, con muchos intereses materiales y con pasiones muy humanas (miedo, envidia, etc.). Además, en cuanto ve peligrar su posición, éste corre a esconderse y tacha de hereje a quien se le opone.

La crítica también cae sobre las órdenes religiosas, mitificadas al pasar de los años: los hospitalarios con su manto negro y cruz blanca (David Thelwis) y la fuerte Orden de los Templarios (fundada menos de 40 años antes de la acción de El reino de los cielos). Esta orden sale muy malparada en el film, pues Guy de Lusignan y los suyos demuestran un gran afán por los “bienes materiales”, el ocio y el poder, teóricamente contrarios a los ideales templarios. Tampoco quedan fuera los grandes hilos que van tejiendo estas órdenes para poder acceder al poder.

Pese a todo, la película peca de excesiva simpleza con los personajes. No podemos decir que estén totalmente definidos y evolucionen con la trama; más bien son arquetipos. Belian es el caballero andante que de un día para otro se hace experto en el manejo de las armas y la estrategia. Su padre aparece como un relámpago y, cual mentor (se le podría asociar al personaje de Qui-gon-jin en Star Wars, que interpretara el mismo Neeson), vuelca toda su sabiduría sobre su hijo, olvidado durante muchos años. Tampoco olvidemos a la dama que, en este caso sin ser remilgada, ayuda siempre que puede a su caballero y espera poder salvarse con él.

 

Uno de los aspectos mejor cuidados de la película son los escenarios. Éstos son muy minuciosos, con detalles bien cuidados, y consiguen evitar caer en la mitificación que se hace de Las Mil y una noches. Los exteriores están rodados en España (el castillo de Loarre de Huesca, Ávila, Segovia y Sevilla) para la Francia natal de Balian, y Marruecos para Tierra Santa. Esto ha servido para rodar paisajes “exóticos” sin soportar las inclemencias del tiempo de la zona de Oriente Medio. Las diferencias entre los territorios occidentales y orientales son fácilmente visibles. Mientras que la Europa de Balian es azul, fría, muerta, el Oriente de Balduino y Saladino es de calor rojizo, lleno de exotismo, placeres, lujuria, etc.

Las grandes escenas bélicas a la que ya nos tiene acostumbrados Ridley Scott están muy “mimadas” en esta película. Son escenas largas, llena de detalles, movimiento y acción. Esto no sorprende, ya que las grandes películas taquilleras suelen cuidar mucho tales secuencias. Si se quiere se pueden establecer cierta semejanza con los planos de alguna escena de El Señor de los Anillos (las torres del asedio de Minas Tirith).

Otro aspecto muy importante en esta cinta, y por extensión en la filmografia de Scott, es su banda sonora. En esta película ha sido compuesta por Harry Gregson-William (compositor de Antz y Enemigo público, entre otras): en ella se combina de manera perfecta los elementos occidentales con una omnipresente melodía oriental, como simbología de la unión de los dos mundos. Como en casi todas las bandas sonoras de películas “históricas”, los crescendos y los silencios están a la orden del día, supeditados a crear el clímax necesario en cada momento.

En conclusión, El reino de los cielos es una película de apariencia monumental, llena de los elementos del llamado cine “de palomitas” (acción, actores/actrices del star-system, a veces escenas gratuitas de violencia...), pero se ha de celebrar el retorno de aquellas películas de aventuras, épicas y exóticas (sin pretender compararlas, al estilo de Lawrence de Arabia).

Como ya hemos comentado esta cinta tiene un trasfondo pacifista, desde el siglo XXI. No olvidemos que la película está centrada en la toma de Jerusalén y, si queremos hacer una lectura basada en la sociopolítica actual, servida está en bandeja. De ahí que manifestara Jeremy Irons:

Es una época que guarda muchos paralelismos con la nuestra; la forma en que los cristianos se relacionan con los musulmanes, cómo se utilizan unos a otros, cuáles son en realidad sus motivos y proyectos últimos.

Jerusalén lo vale todo; Jerusalén no vale nada.

 

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