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Enlazando con esta idea –una vertiente más del genocidio nazi que no solo se dio en los campos de concentración–, Joseph Vilsmaier presenta otra de las terribles realidades del Frente Oriental: el trato a los prisioneros rusos.

La secuencia en cuestión muestra a los recién llegados al área de aprovisionamiento, donde se cruzan con una columna de prisioneros soviéticos que son brutalmente apaleados –alguno hasta la muerte– a manos de la Feldgendarmerie, celosos cumplidores de las órdenes del Führer quien había calificado a los rusos (y en general a todos los eslavos) de untermenschen: infrahumanos.

Tras esto, plantea una secuencia en la que aparece una misa de campaña –rodada con un acentuado contrapicado por efecto del cual la figura del capellán se muestra revestido de un misticismo macabro remarcado por el estallido de los obuses que se escuchan de fondo– con un sermón politizado y cuya principal premisa es la lucha contra el bolchevismo y el carácter casi sacro del soldado alemán en esta cruzada que cuenta con un profiláctico “Gott mit uns”, grabado en la hebilla del cinturón. La secuencia se ofrece como reflexión de uno de los aspectos que acompañaron al nazismo desde sus orígenes: la política de dejar hacer de la Iglesia, cimentada tras el Concordato firmado entre el Vaticano y el Reich en 1933.

Una vez concluido el oficio religioso, Vilsmaier ofrece la primera secuencia bélica del film: una de las más crudas y realistas jamás filmadas. Se asiste, en consecuencia, a toda una parafernalia de destrucción y muerte en la que el único protagonismo lo tiene el combatiente que muestra su miedo, su desconcierto y –en menor medida– la fanática satisfacción ante la destrucción.

El combate –filmado en estudios checos se desarrolla, a semejanza de la realidad, en medio de un enredo de máquinas, grúas volcadas y armazones metálicos desplomados. El impetuoso y efectivo asalto a las instalaciones industriales es el reflejo de la realidad ocurrida en el tardo verano de 1942: los últimos momentos de efectividad de la táctica germana. A partir de este momento comienza una lenta sangría, hecho que sugiere Vilsmaier al mostrar el paisaje tras la batalla: un desolado campo industrial plagado de muertos y moribundos de ambos bandos y del que tan solo emergen lastimeros quejidos. Como contrapunto pasa a mostrar a los protagonistas refugiados en un edificio, donde escuchan el discurso que Hitler pronunció el 9 de noviembre en la Bürgerbräukeller :

Resolví llegar al Volga, y por cierto, a un lugar determinado, a una determinada ciudad. Quiso la casualidad que ésta llevara el nombre del propio Stalin. Me propuse adueñarme de esa plaza, pero, como ustedes saben, somos discretos. Esto es, nos apoderamos de ella, salvo un par de insignificantes reductos. Y entonces dicen los otros: ¿por qué no lucha, pues, con más empeño? Bien, porque no quiero tener allí un segundo Verdún. Y prefiero desenvolverme con un número muy reducido de tropas de choque. En esa cuestión el tiempo no desempeña papel alguno.24

Durante toda la secuencia se puede apreciar los gestos de los combatientes al escuchar las palabras del Führer, y frente al suboficial nazi, la contrapartida es el compañero que le entrega las chapas de identificación de los caídos.

Un episodio igualmente impactante lo ofrece el director en la secuencia del saturado hospital de campaña25 y que concluye con el arresto de los protagonistas, tras haber amenazado al personal sanitario para conseguir un trato favorable para un camarada herido. Tras esta desafortunada acción todos ellos, sin distinción de rango, son encuadrados en un batallón de castigo, una de las facetas menos “gloriosas” de la Wehrmacht. Los Bewährung –unidades de castigo incorporaban a elementos de las fuerzas armadas que habían sido encontrados culpables de violaciones de las leyes militares. Según su comportamiento los presos podrían ser transferidos a unidades regulares.

Todos estos aspectos los señala Vilsmaier: los protagonistas aparecen limpiando un campo de minas de vasta extensión, con la única ayuda de sus manos, carecen de uniformes adecuados para soportar el frío y las raciones de comida son escasas. La única posibilidad de remisión del castigo pasa por una misión suicida: defender un sector del frente de un ataque de acorazados rusos, lo que da paso a una nueva secuencia bélica.

Esta secuencia, rodada en Finlandia, muestra con terrible realismo la carencia de equipamiento y de medios que tuvieron los soldados alemanes en la bolsa de Stalingrado, incapaces de sostener una guerra en condiciones climáticas y materiales tan adversas. Así se asiste a las rudimentarias tácticas empleadas por los infantes alemanes para dejar fuera de combate a los T-34 rusos, tales como cócteles Molotov, minas magnéticas, etc. Al tiempo que también se muestra el saqueo que hacían los alemanes del equipo de invierno de los rusos caídos. En definitiva, todas estas imágenes ofrecen un puntual relato de la desesperación de los combatientes la mas dramática de todas ellas es la del soldado herido que intenta escapar del blindado soviético que lo persigue en un mortal juego del gato y el ratón y que si bien se relaciona con la crucial batalla de Stalingrado fueron comunes a todo el Frente Oriental.

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NOTAS Y REFERENCIAS

24SCHRÖTER, H. Stalingrado. Hasta la última bala. Barcelona: Ediciones GP, 1968, p. 53.

25 La situación de los hospitales de campaña llegó a ser realmente caótica según avanzaba la batalla. Así, en el momento en el que el OKW emite el parte de Festung Stalingrad –Fortaleza Stalingrado–, la situación medica no podía ser más desesperada: “se clasificaban los casos sobre la propia nieve [...] esa operación duraba unos diez minutos, al cabo de los cuales el médico sabía quien era el que tenía derecho a ocupar en primer lugar la camilla. Doce cada hora, uno tras otro, con frecuencia, cien por día” (SCHRÖTER op. cit. p. 252).