Deconstruyendo
Camila. Las espinas de las Rosas
La película presenta un buen trabajo
de ambientación de época y una cuidada caracterización
de la sociedad porteña durante el período rosista. La
gente decente (es decir, la familias pertenecientes a la elite y ligadas
al poder político), aparece retratada en su universo de peinetas,
mantillas y elegantes galeras que se yuxtaponen con las infaltables
divisas punzó. La presencia casi sagrada de la figura del Restaurador
es resaltada mediante cuadros, escudos, velas, monedas y consignas que
la vivan. Este es el modo que Bemberg elige para instalar a Juan Manuel
de Rosas en la película: no necesita mostrarlo encarnado en ningún
actor, el caudillo está, casi podría decirse, en "el
ambiente", y este poder omnipresente queda explicitado en una frase
que el padre de Camila pronuncia: "ni un chingolo se mueve en la
pampa sin que lo sepa el gobernador".
El filme muestra a una Buenos Aires aún
aldea, donde la casa, para las familias acomodadas, es el ámbito
por excelencia de lo social, un lugar seguro para las niñas solteras
donde nada puede escapar del control de sus mayores. Otro de los escenarios
donde transcurre la acción es la estancia, en el campo, donde
se desarrolla la actividad económica familiar. Finalmente, la
iglesia es otra de las locaciones que marca las horas y las pautas sociales,
nucleando a la feligresía de las clases altas consagrada a la
caridad. Sin embargo, la realizadora ha elegido "profanar"
ese espacio, usándolo como marco de algunos momentos de contacto
amoroso entre el sacerdote y la niña. La Iglesia es mostrada
como una institución represiva, ligada al poder, y sus autoridades
se presentan como seres sin sentimientos, casi siniestros.