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La producción de Camila se inscribe en la etapa de recuperación de la democracia. En 1983 asume un gobierno constitucional -en la figura de Raúl Alfonsín- tras siete años de Dictadura militar. El clima político es de optimismo, hay grandes esperanzas en el sistema democrático.
En el campo cinematográfico, la "primavera alfonsinista" se traduce en iniciativas para darle impulso al sector. La medida central es la abolición del Ente de Calificación Cinematográfica, creándose un sistema de resguardo a la minoridad. Con el fin de la censura, la democracia recién conquistada hacía un gesto simbólico para cerrar los años de oscurantismo padecidos.
Además, el Instituto Nacional de Cinematografía pasó a manos de hombres del medio y se reimplantó el impuesto del 10% sobre el boleto de cine. Con ese porcentaje se pretendía armar un fondo para apoyar las producciones nacionales, y se determinó que su recaudación y administración quedaban en manos del propio Instituto.

En 1984 se realizaron 26 largometrajes, cifra notable si la contrastamos con las 12 películas que alcanzaron materialidad en el último año del gobierno de facto. Con estos números el cine argentino recuperaba la media anual histórica. Además, con Camila se abría una fértil etapa de coproducciones con España, que se mantuvo hasta 1992, donde la crisis de la productora Televisión Española dejó en suspenso esta cooperación.
La nueva etapa se caracterizó por una celebrada libertad temática y por la reactivación del sistema crediticio para la realización de películas. También se comenzó a discutir la necesidad de una ley de cine y diferentes sectores de la industria presentaron sus proyectos. Por aquellos años el costo promedio de una película argentina era de U$S 280.000.

En este contexto más que favorable llega Camila, una película que toma a un personaje histórico y recrea una época controvertida de nuestro país. Una película que habla del poder, de represión y de complicidades... con un agravante: la protagonista es una mujer transgresora de la moral de su época y su historia es llevada a la pantalla por otra mujer.

Camila se estrenó el 15 de mayo de 1984 y representó oficialmente al país en el XXIV Festival Cinematográfico Internacional de Karlovy Vary, obteniendo Susú Pecoraro -la protagonista- el premio a la Mejor actriz. La película también fue premiada por la Unión de Técnicos Cinematográficos de Checoslovaquia; obtuvo el premio del público a la Mejor película en el Festival del Cine Ibérico y Latinoamericano de Biarritz; y, finalmente, en el marco del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, recibió otro galardón a la Mejor actriz.

Camila es la película más exitosa de María Luisa Bemberg, que empezó a filmar en su madurez, siempre planteando en sus trabajos el universo de la mujer, haciendo una clara defensa de sus derechos y cuestionando el orden establecido.
Hasta para los pioneros del cine argentino, Camila O'Gorman ha sido un personaje muy atractivo. Mario Gallo (entre 1910 y 1913) abordó su historia. También en los años 60, en uno de los episodios de la película El destino, de Juan Battle, reaparece la trágica historia de esta joven patricia.

Deconstruyendo Camila. Las espinas de las Rosas

La película presenta un buen trabajo de ambientación de época y una cuidada caracterización de la sociedad porteña durante el período rosista. La gente decente (es decir, la familias pertenecientes a la elite y ligadas al poder político), aparece retratada en su universo de peinetas, mantillas y elegantes galeras que se yuxtaponen con las infaltables divisas punzó. La presencia casi sagrada de la figura del Restaurador es resaltada mediante cuadros, escudos, velas, monedas y consignas que la vivan. Este es el modo que Bemberg elige para instalar a Juan Manuel de Rosas en la película: no necesita mostrarlo encarnado en ningún actor, el caudillo está, casi podría decirse, en "el ambiente", y este poder omnipresente queda explicitado en una frase que el padre de Camila pronuncia: "ni un chingolo se mueve en la pampa sin que lo sepa el gobernador".

El filme muestra a una Buenos Aires aún aldea, donde la casa, para las familias acomodadas, es el ámbito por excelencia de lo social, un lugar seguro para las niñas solteras donde nada puede escapar del control de sus mayores. Otro de los escenarios donde transcurre la acción es la estancia, en el campo, donde se desarrolla la actividad económica familiar. Finalmente, la iglesia es otra de las locaciones que marca las horas y las pautas sociales, nucleando a la feligresía de las clases altas consagrada a la caridad. Sin embargo, la realizadora ha elegido "profanar" ese espacio, usándolo como marco de algunos momentos de contacto amoroso entre el sacerdote y la niña. La Iglesia es mostrada como una institución represiva, ligada al poder, y sus autoridades se presentan como seres sin sentimientos, casi siniestros.

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