Es, por lo tanto, obvio un homenaje a Chaplin en el filme, aunque éste se ve eclipsado por continuas referencias al cine de Federico Fellini, con quien Benigni trabajó en La voz de la luna (1990) y con quien comparte el título de “cómico moderno”. A menudo se ha relacionado el cine felliniano con la idea del tiovivo, es decir, con la idea de festividad que sube y baja al mismo tiempo que da vueltas, y que hace evidente la relación del director con el mundo del circo. De aquí que lo onírico y lo real se mezclen en ambos directores, definiendo al protagonista como un héroe freudiano cuyo subconsciente lo aleja del mundo en el que vive. Pero, mientras que el psicoanálisis crea tipos duros y un tanto mezquinos en la obra de Fellini, como vemos en los papeles que interpreta Mastroianni, su alter ego; Benigni vuelca en sus filmes un universo infantil que crea tipos bufonescos, también identificables con un alter ego de su autor, acentuado en este caso por ser interpretados siempre por el mismo director. El tigre y la nieve se abre con un sueño en el que vemos a Attilio acercándose en calzoncillos al altar de una iglesia en ruinas donde le espera vestida de novia la mujer de sus sueños, Vittoria, al tiempo que Tom Waits, al piano, canta You Can Never Hold Back Spring. Al llegar al altar, Attilio le dice a la novia: “He olvidado dónde he aparcado el coche”. Este sueño, que se repetirá a lo largo de la película con variaciones como la metamorfosis de Vittoria en un canguro que huye a saltos del lado del protagonista, define al personaje como un clown un tanto kafkiano, inocente e incomprendido.
Se puede decir que Benigni vuelve al Rimini de Federico Fellini, esto es, a la infancia idealizada como si se tratara del paraíso perdido que vemos en filmes como Amarcord (1973). Fellini, refiriéndose a Rimini, dice en su obra Fellini por Fellini: “El retorno me parece sobre todo una complaciente y masoquista insistencia de la memoria: algo teatral y literario. Claro está que éste puede ser su encanto”. Probablemente es Rimini lo que determina el carácter naïf que El tigre y la nieve comparte con La vida es bella, que crea personajes ingenuos propios de los cuentos de hadas, origen de imágenes edulcoradas como la del tigre bajo el polen blanco.
Por otro lado, el personaje femenino es una clara alusión a la posneorrealista concepción de la mujer como mamma, santa e putana. Vittoria es madre, un símbolo muy ligado a la estabilidad, encarnada por la hogareña familia, y a las raíces un tanto conservadoras que unen a la tierra. A su vez, es vista por Attilio como una santa, no sólo por su virginal presentación en la iglesia en el sueño del protagonista, sino también por cómo es adorada en la cama del hospital, que se convierte en una especie de altar alrededor del cual su admirador deja todas las ofrendas. Y, por último, es inevitable que Benigni la muestre en algún momento como la femme fatale que huye de su lado después de darle esperanzas, como pasa al principio del filme, cuando Vittoria aprovecha una distracción de Attilio para irse de la casa donde él la intenta cortejar con champán. Éste es, además, un punto clave de la película en el que Benigni introduce una nueva idea felliniana: la muerte. Vittoria se va en un tranvía, cuya luz fluorescente y tétrica contrasta con el oscuro de la ciudad por la noche, y corretea por dentro, como si fuera un fantasma, mientras Attilio persigue el vehículo. El tranvía es, en realidad, una especie de coche fúnebre donde Attilio ve a la mujer como si fuera una aparición efímera a la que, por mucho que corre, no llega a coger. Después de esta escena, no vuelve a ver a Vittoria hasta que ésta está inconsciente y a punto de morir en Bagdad, donde transcurre la mayor parte del filme y, desde luego, la más fallida creación cómica de Benigni.