T. O. : La tigre e la neve. Producción: Melampo Cinematografica (Italia, 2005). Productora: Nicoletta Braschi. Director: Roberto Benigni. Guión: Roberto Benigni y Vincenzo Cerami. Fotografía: Fabio Cianchetti. Música: Kathleen Brennan, Nicola Piovani y Tom Waits. Diseño de producción: Maurizio Sabatini. Montaje: Máximo Fiocchi.

Intérpretes: Roberto Benigni (Attilio), Nicoletta Braschi (Vittoria), Jean Reno (Fuad), Tom Waits (Tom Waits), Emilia Fox (Nancy), Gianfranco Barreto, Giuseppe Battiston (Ermanno), Lucia Poli (Sra. Serao), Chiara Pirri (Emilia), Anna Pirri (Rosa), Andrea Renzi (Doctor Guazzelli).

Color - 114 min. Estreno en España: 4-VII-2006.

La obra de Roberto Benigni se ha visto siempre guiada según las mismas directrices, heredadas generalmente de la tradición literaria y cinematográfica italiana. Ya en sus inicios en el mundo del espectáculo, el director toscano trabajó como actor de teatro vanguardista, pronunciando divertidos monólogos acompañados de una acentuada gesticulación en los que se revivían algunos aspectos del modelo de interpretación de la Commedia dell'Arte, así como del realismo y, sobre todo, del posneorrealismo italianos, sin olvidar un homenaje a los primeros cómicos de la historia del cine. Esta teatralidad ha fijado rasgos comunes en toda la filmografía de Benigni, que encontró su punto culminante en la ganadora de tres Óscars (entre ellos el Óscar a la Mejor película extranjera) La vita è bella (1998), cuya estructura argumental ha sido recuperada en gran parte para su última propuesta, El tigre y la nieve. La historia de las dos cintas está construida sobre el tópico clásico del boy meets girl: un chico conoce a una chica a la manera arlequinesca, y la pierde después por circunstancias históricas (en el primer caso el Holocausto, y en el segundo la guerra de Irak), lo que remite al Chaplin de El gran dictador (1940). No obstante, Benigni se desmarca del tono tragicómico que la ausencia de un final feliz le daba al filme de 1998 y crea una obra prácticamente desprovista de valor melodramático mediante un jocoso final abierto. Puede que éste sea uno de los defectos fundamentales que privan a la película del nivel de La vida es bella.

En El tigre y la nieve, Roberto Benigni revisita la historia clásica de Orfeo y Eurídice, adaptada a la realidad histórica de la guerra de Irak y vista en la línea del slapstick de Chaplin y Keaton. El director construye (e interpreta) el personaje de Attilio, un cómico profesor de la Universidad de Roma con el don de encantar con la poesía, como Orfeo hacía con la lira. Ya al principio del filme, Attilio amansa a un murciélago que asusta a sus hijas recitándole un poema. Asimismo, intenta seducir a Vittoria (interpretada por su esposa, Nicoletta Braschi) pronunciando los versos de Neruda “Quiero hacer contigo/lo que la primavera hace con los cerezos”. Estas continuas alusiones a los grandes poetas de la historia, que delimitan su mundo, convierten a Attilio en una versión ridiculizada y cómica del personaje clásico. El mismo Benigni decía en una entrevista para El País que se trata de “un poeta del que no conocemos un solo verso. Su poesía es su vida, y su aventura es depender del amor de otras personas”.

 

Y, del mismo modo que el mitológico domador de las más salvajes fieras descendía al infierno para rescatar a su amada muerta, Attilio viaja a Bagdad para salvar a Vittoria, moribunda en un contexto bélico. La literaria capacidad redentora del amor encuentra en este punto del filme una nueva, aunque no muy lograda, manifestación, que pretende recuperar la extraordinaria mezcla de comedia y melodrama que Charles Chaplin llevó a cabo en Luces de la ciudad (1930). Benigni intenta obtener una reacción lacrimógena como la que Chaplin conseguía con la curación de la ciega a través del humilde amor de Charlot, aunque la falta de sutileza le impide adquirir grandes resultados.

 

Es, por lo tanto, obvio un homenaje a Chaplin en el filme, aunque éste se ve eclipsado por continuas referencias al cine de Federico Fellini, con quien Benigni trabajó en La voz de la luna (1990) y con quien comparte el título de “cómico moderno”. A menudo se ha relacionado el cine felliniano con la idea del tiovivo, es decir, con la idea de festividad que sube y baja al mismo tiempo que da vueltas, y que hace evidente la relación del director con el mundo del circo. De aquí que lo onírico y lo real se mezclen en ambos directores, definiendo al protagonista como un héroe freudiano cuyo subconsciente lo aleja del mundo en el que vive. Pero, mientras que el psicoanálisis crea tipos duros y un tanto mezquinos en la obra de Fellini, como vemos en los papeles que interpreta Mastroianni, su alter ego; Benigni vuelca en sus filmes un universo infantil que crea tipos bufonescos, también identificables con un alter ego de su autor, acentuado en este caso por ser interpretados siempre por el mismo director. El tigre y la nieve se abre con un sueño en el que vemos a Attilio acercándose en calzoncillos al altar de una iglesia en ruinas donde le espera vestida de novia la mujer de sus sueños, Vittoria, al tiempo que Tom Waits, al piano, canta You Can Never Hold Back Spring. Al llegar al altar, Attilio le dice a la novia: “He olvidado dónde he aparcado el coche”. Este sueño, que se repetirá a lo largo de la película con variaciones como la metamorfosis de Vittoria en un canguro que huye a saltos del lado del protagonista, define al personaje como un clown un tanto kafkiano, inocente e incomprendido.

Se puede decir que Benigni vuelve al Rimini de Federico Fellini, esto es, a la infancia idealizada como si se tratara del paraíso perdido que vemos en filmes como Amarcord (1973). Fellini, refiriéndose a Rimini, dice en su obra Fellini por Fellini: El retorno me parece sobre todo una complaciente y masoquista insistencia de la memoria: algo teatral y literario. Claro está que éste puede ser su encanto”. Probablemente es Rimini lo que determina el carácter naïf que El tigre y la nieve comparte con La vida es bella, que crea personajes ingenuos propios de los cuentos de hadas, origen de imágenes edulcoradas como la del tigre bajo el polen blanco.

Por otro lado, el personaje femenino es una clara alusión a la posneorrealista concepción de la mujer como mamma, santa e putana. Vittoria es madre, un símbolo muy ligado a la estabilidad, encarnada por la hogareña familia, y a las raíces un tanto conservadoras que unen a la tierra. A su vez, es vista por Attilio como una santa, no sólo por su virginal presentación en la iglesia en el sueño del protagonista, sino también por cómo es adorada en la cama del hospital, que se convierte en una especie de altar alrededor del cual su admirador deja todas las ofrendas. Y, por último, es inevitable que Benigni la muestre en algún momento como la femme fatale que huye de su lado después de darle esperanzas, como pasa al principio del filme, cuando Vittoria aprovecha una distracción de Attilio para irse de la casa donde él la intenta cortejar con champán. Éste es, además, un punto clave de la película en el que Benigni introduce una nueva idea felliniana: la muerte. Vittoria se va en un tranvía, cuya luz fluorescente y tétrica contrasta con el oscuro de la ciudad por la noche, y corretea por dentro, como si fuera un fantasma, mientras Attilio persigue el vehículo. El tranvía es, en realidad, una especie de coche fúnebre donde Attilio ve a la mujer como si fuera una aparición efímera a la que, por mucho que corre, no llega a coger. Después de esta escena, no vuelve a ver a Vittoria hasta que ésta está inconsciente y a punto de morir en Bagdad, donde transcurre la mayor parte del filme y, desde luego, la más fallida creación cómica de Benigni.

 

Roberto Benigni se vale en esta parte de la película de una histeria cinematográfica que hace caer en picado la línea ingeniosa con la que da comienzo al filme. Su interpretación, exceptuando momentos de mayor perspicacia como el rezo de una oración mientras mata las moscas que vuelan sobre la cabeza de su amada, se convierte en una especie de danza alrededor del cuerpo de Vittoria, donde va depositando objetos inútiles que acaban dotando la imagen de un barroquismo innecesario. En estas escenas, los diálogos carecen de elocuencia, la más grande de las virtudes del director italiano, y el único humor se encuentra en el juego que pueden dar los trastos, dispuestos formando un desagradable horror vacui con pretensiones vanguardistas. Es probable que este dramático terror al espacio vacío también esté extraído de las perspicaces comparaciones que Fellini hace de su estancia en un hospital con un espectáculo de circo donde los personajes desfilan ante los ojos del público. Pero no hay duda de que lo que en el caso del director de (1963) es una inteligente y divertida observación, es en el caso de Benigni una obra imperfecta.

Más Críticas

<< 1 2 3 4 5 6 7 8 >>