T . O .: Munich . Producción: DreamWorks SKG/ Universal Pictures/ Amblin Entertainment ( USA , 2005). Productores : Kathleen Kennedy, Steven Spielberg, Barry Mendel y Colin Wilson .. Director: Steven Spielberg. Guión: Tony Kushner y Eric Roth; basado en el libro de George Jonas. Fotografía: Janusz Kaminski. Música: John Williams. Dirección artística: Rick Carter. Vestuario: Joanna Johnston. Montaje: Michael Kahn.

Intérpretes: Eric Bana (Avner), Daniel Craig (Steve), Ciarán Hinds (Carl), Mathieu Kassovitz (Robert), Hanns Zischler (Hans), Geoffrey Rush (Ephraim), Ayelet Zurer (Daphna), Omar Metwally (Ali), Ami Weinberg (General Zamir), Michael Lonsdale (Papa), Valeria Bruni Tedeschi (Sylvie), Yvan Attal (Tony), Lynn Cohen (Golda Meir).

Color - 167 min. Estreno en España : 27-I-2006.

Hay un momento en la carrera de algunos cineastas que se ha venido a llamar la “madurez” del director y que, cuando ha sido alcanzado por un realizador, éste puede acometer los más arriesgados propósitos y solventarlos, no sólo con limpieza, sino ejecutando sus mejores trabajos.

Steven Spielberg está, según coincide una numerosa parte de la crítica cinematográfica, en esa madurez fílmica. Parece necesario que un cineasta haya llegado a tal situación para poder tratar un material tan delicado como el que nos plantea Munich (basada en la novela Venganza, de George Jonas), no sólo temáticamente, sino también desde la pura construcción narrativa.

Durante las Olimpiadas de Munich, el 5 de septiembre de 1972, un grupo palestino denominado Septiembre Negro irrumpe en las instalaciones para secuestrar al equipo olímpico israelí. Dos de los atletas mueren asesinados en su habitación, y el resto son tomados como rehenes, para finalmente morir masacrados al fracasar un intento de rescate en la base aérea de Fürstenfeldbruck. La acción fue seguida a través de los medios informativos en todo el mundo.

Golda Meir, primera ministra de Israel, decide adoptar una respuesta enérgica, y se crea una división secreta del Mossad para eliminar a los supuestos responsables de la matanza de Munich. Esta operación, denominada “Cólera de Dios”, tendría como resultado la muerte de varios miembros de la OLP y del Frente Popular para la Liberación de Palestina considerados responsables de la creación de Septiembre Negro y de planear el atentado de Munich.

Estos son los hechos verídicos –al menos todo lo innegables que pueden ser dentro de una historia de la que tan poco se sabe hasta que se desclasifiquen los archivos– de los que parte Spielberg para construir Munich . No obstante, el director estadounidense opta por una puesta en escena que sigue los códigos del thriller , lo cual implica que se va a “jugar” con la información que, tanto personajes como espectadores van a recibir a lo largo del desarrollo de la trama. Esto aleja definitivamente a la película de la otra visita que se realizó al trágico suceso, realizada por Kevin McDonald y que, bajo el título de Un Día en Septiembre, fue reconocida con el Oscar al mejor documental en el año 2000.

 

De este modo, la cinta nos invita a acompañar a los cuatro miembros del comando creado para eliminar a los objetivos palestinos: Avner, personaje principal interpretado por Eric Bana, Steve (Daniel Craig), el miembro más convencido de su misión y con mayor sed de sangre, Robert (Matthieu Kassovitz), fabricante de juguetes encargado de preparar las bombas, Carl (Ciaran Hinds), de peculiar aspecto y que se ocupa de borrar las pruebas y vigilar que todo salga según lo planeado, y Hans (Hanns Zischler), quien tiene por cometido realizar las falsificaciones pertinentes.

La película se mueve constantemente por un terreno oscuro en el que ninguno de estos personajes principales puede tener una visión clara de la situación y se limita a tratar de cumplir su objetivo. Asimismo, tampoco el espectador tiene un conocimiento claro de estos cuatro protagonistas, salvo en el caso de Avner, ni tratan de ganarse su simpatía (algo en lo que Spielberg tiene demostrada cierta habilidad), pese a estar siempre siguiendo la historia a través de su óptica. Los personajes de Carl y Steve son los que exponen esto de manera más clara: el uno, de aspecto y mirada siniestra, pese a que, según avanza la trama, descubrimos que se trata del que menos convencido está de lo ético de la misión. El segundo, con un afán de venganza que roza el fanatismo.

 

Sin embargo, los datos que se saben de los objetivos, tanto por parte del espectador como por los cuatro personajes principales, son tan sólo eso: que son el objetivo. De hecho, lo poco que se llega a ver de ellos incluso despierta simpatía (un traductor de Las Mil y Una Noches en Italia que, pese a estar arruinado, paga a la dependienta de la tienda que no quiere cobrarle una llamada telefónica que realiza a su sobrina todas las tardes, un representante de la OLP en París que vive con su adorable hija y de trato muy educado y amable, un generoso palestino alojado en un hotel de Chipre que se muestra comprensivo cuando la pareja de al lado no le deja dormir a causa de su frenética actividad de viaje de novios...). Este es uno de los grandes aciertos de la película, no como elemento revelador de los hechos reales, sino como enriquecedor del particular descenso a los infiernos de Avner, que le llevará a plantearse si los cometidos asignados por su patria son merecedores de ser llevados a cabo.

De este modo, el periplo de Avner y los otros miembros del comando les llevará a conocer los círculos más oscuros y siniestros del entramado internacional, con personajes que se enriquecen a costa de entregar al mejor postor información para poder eliminar a ciertas personas. Dos personajes destacan especialmente en este aspecto: Louis (Matthieu Amairic), informador francés de impecable fachada e inquietante comportamiento y el hombre a quien representa, su padre, al que sólo se le conoce como “Papá” en la película, y que interpreta Michael Lonsdale, en una elección nada baladí, ya que este actor interpretó al detective Claude Lebel en Chacal ( The Day of the Jackal, Fred Zinnemann, 1973), encargado de perseguir al hombre que pretende asesinar a De Gaulle en ese notable thriller de trasfondo político ambientado en Europa.

Los contactos de Avner con estos personajes están siempre enmarcados en un halo de limpieza siniestra, especialmente significativa la puerta del coche que Louis le abre a Avner y que le lleva, con los ojos vendados, a una preciosa mansión llena de flores y hermosos niños jugando, donde reside Papá. La paternal (valga la redundancia) relación que se establece entre este Papá y Avner es otro de los puntos más interesantes del film, y le otorga una riqueza narrativa aún mayor. El personaje de Ephrain (Geoffrey Rush) un sibilino contacto entre Avner y el Gobierno israelí, contribuye a pintar ese mundo turbio, de personajes que nunca salen a la luz pública y que realmente mueven la trama.

Así pues, la película no se limita a ser un mero ritual de ejecución de crímenes y atentados selectivos, pese a ser los elementos motrices que marcan el desarrollo de la trama y los que quedan marcados con mayor profusión en la retina del espectador. Pese a no dar carisma a los protagonistas y dárselo más aún a los objetivos, Spielberg consigue acercarnos a estos crímenes con una peculiar empatía, algo que obtiene gracias a su magnífica planificación durante los asesinatos, que logra meterse al espectador en el bolsillo. Así, se alcanza el objetivo más oscuro del film: introducirnos en la ejecución de varios asesinatos de personas por las que no se nos hace sentir odio, pero sí sentimos la necesidad de que todo salga bien durante el proceso, es decir: que mueran, pese a que no lo consideremos algo ético.

Los recursos visuales y narrativos empleados por Spielberg son, a la vez que sencillos, estéticos y funcionales. Sirva como ejemplo el montaje alterno, utilizado en pasajes fundamentales. Este recurso destaca especialmente cuando es empleado para mostrar a los israelíes muertos en Munich y las fotos de los responsables de la matanza, en una clara representación visual del ojo por ojo que se va a llevar a cabo. Otro momento destacado es el de la particular degeneración psicológica que sufren Avner y Robert, que les lleva a la paranoia y al remordimiento, algo que puede extrapolarse como moraleja, a modo de consecuencias que puede traer el uso de la contra violencia mal empleada.

De esto no debe desprenderse que la película esté cargada de mensajes o moralejas. Todo lo contrario. El filme responde a la –citada hasta la saciedad– virtud del buen cine basado en conflictos reales: “plantear preguntas antes que ofrecer respuestas”. Esto sólo se rompe en algunas ocasiones, como la que se desarrolla en un piso franco que los cuatro protagonistas se ven obligados a compartir con terroristas palestinos que desconocen la identidad de aquellos. Esta tensa situación se ve aligerada con una particular “disputa” musical entre uno de los terroristas y el virulento Steve, que cambia la emisora de radio de música árabe que sintoniza el palestino, y que éste siempre vuelve a poner. Finalmente, ambos llegan a un término medio dentro del sintonizador del aparato que satisface a ambas “facciones”, en una especie de alegoría de que el acercamiento de posturas es posible, planteado de una forma excesivamente obvia.

La película ahonda en la raíz moral de los hechos todo lo posible, dado lo delicado que es partir de acontecimientos reales para encaramarse a una ficción dramática. Este viaje sinuoso de Avner es, pues, narrativamente complicado y se puede hablar de una auténtica rareza en la filmografía del director en ese sentido, dado el vericueto genérico que aborda: del inicio con toques documentales se torna a un desarrollo de puro thriller de suspense que, pasando por el subgénero de espías, desemboca en un drama psicológico tremendamente oscuro. Es significativo el momento en que se pone fin a esa presentación de toque documental de la película, con muchas imágenes de televisión que sirven para retratar como vio el mundo los sucesos del 5 de septiembre del 1972, que no es sino el protagonista Avner apagando el televisor y dando comienzo a su historia, la parte dramática de la película. Sin embargo, el modo de narrar lo sucedido en Munich es a modo de flashbacks , que van desvelando poco a poco cómo se llevo a cabo la matanza, vista desde dentro. Así se consigue, además, que tal acontecimiento esté siempre presente en la historia, como un siniestro trasfondo.

No sólo esto puede chocar en el espectador que acuda al cine esperando ver un film de Spielberg al uso, sino que la verdadera rareza está en el tono estilístico que el director de Tiburón otorga a la película, dándole una entidad única, y salvando el duro escollo que supone una trama que toca tantos tonos. El uso de los zooms , el modo de planificar las secuencias de los crímenes, así como los encuentros con los informadores, dan una fachada estética a Munich más propia de una película de John Frankenheimer que de Steven Spielberg, además de acercarla a la tradición fílmica del cine de espías y conspiraciones de los años 70 (y retomo con esto la referencia a la elección de Michael Lonsdale en el casting).

Evidentemente, este trabajo artístico tiene mucho de los grandes colaboradores que forman parte ya del equipo indispensable de Spielberg, como Janusz Kaminski, que firma una fotografía muy efectiva (resaltando en los crímenes los tonos azules y los rojos, mientras que en ambientaciones más áridas destacan los verdes y amarillos), el director de montaje Michael Kahn o el compositor John Williams, que firma una de sus composiciones más emotivas, además de efectivas (ayudando a crear tensión en los momentos clave).

 

Munich es un notable ejercicio cinematográfico por parte de un cineasta que, denostado por muchos al considerarle el hombre que dio nacimiento al cine blockbuster americano con Tiburón ( Jaws , 1975) junto a las Guerras de las Galaxias de Lucas, demuestra una gran categoría como realizador, confirmándose como uno de los artistas (clásico e innovador al mismo tiempo) más importantes del cine americano actual. La dificultad del material de origen no hace que Spielberg soslaye cuestiones fundamentales, lo que le ha hecho recibir ataques de una y otra parte, pero eso es inevitable. En cualquier caso, es encomiable que el cineasta que filmara La Lista de Schindler y creara la fundación Shoah, haya tomado el paso de rodar una película tan incómoda para muchos sectores judaicos. No obstante, Spielberg se muestra comprensivo y parece abrazar, en muchos momentos de la película, la importancia de Israel como hogar de los judíos. El punto áspero del film es lo difícil que el propio desarrollo tiene, que puede hacer caer a la película en un avance irregular en algunos momentos de su (larga) duración. No obstante, algunas secuencias que pueden parecer periféricas, como las dos referentes a la mata-hari holandesa (una con reminiscencias de cine negro, presentada como una tentación, y la segunda especialmente impactante y dura) tienen un peso narrativo considerable, y no desentonan con el resto de este valiente ejercicio cinematográfico que es Munich.

 

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