T. O.: Grizzly Man . Producción: Discovery Docs (USA, 2005). Productor: Erik Nelson. Director: Werner Herzog. Guión: Werner Herzog. Fotografía: Peter Zeitlinger. Música: Richard Thompson. Sonido: Ken King y Spencer Palermo. Montaje: Joe Bini.

Intérpretes: Carol Dexter, Sam Egli, Val Dexter, Franc G. Fallico, Willy Fulton, Jewel Palovak, Werner Herzog (Narrador).

Color - 103 min. Estrenos en España: 15-VI-2006.

El cinEl cine no es un arte de escolares, sino de iletrados. 

(Werner HERZOG)

 

Un plano general y estático de las llanuras de Alaska, con unos osos al fondo. No tarda en aparecer en pantalla un ecologista histriónico y hablador llamado Timothy Treadwell, que se presenta a si mismo como un “guerrero amable” que cuida de los osos pardos del parque; según dice, es como una flor hasta que tiene que transformarse en samurai para imponerse a los animales que lo quieren atacar. De esta forma atípica y llamativa arranca Grizzly Man, el último documental del director alemán Werner Herzog, referente de los setenta que, pese a su generosa producción, sólo ha visto estrenadas en España tres películas en los últimos diez años.

Grizzly Man es la historia de Timothy Treadwell, ecologista que pasó trece veranos de su vida conviviendo con los osos de Alaska hasta que en el 2003 fue devorado por uno de ellos junto a su compañera sentimental Amie Huguenard. En sus últimas cinco estancias llevó con él una videocámara y filmó su día a día junto a los animales, resultando de ello más de cien horas grabadas que Herzog y su equipo han seleccionado y mezclado con entrevistas. Todo esto ha dado forma a un documental emocionante y discutido que genera ideas muy interesantes sobre la naturaleza de la imagen y la vida de un ser humano fuera de los límites de la civilización.

En la primera parte del film el espectador conoce a Treadwell charlando ante la cámara y proclamando alegremente su amor por la naturaleza, mientras en segundo término se mueven los osos pardos. El que ya desde los primeros minutos conozcamos el fatal desenlace del ecologista se une a la profundidad de campo para crear un suspense repleto de humor negro. En cualquier momento un oso puede abalanzarse sobre Timothy y devorarlo. La ingenuidad del personaje choca contra su futuro: en una grabación realizada diez días antes de morir, bromea sobre si el oso que pasea a pocos metros podría comérselo. Algo parecido ocurre en la entrevista realizada en el late show de David Letterman: cuando éste le pregunta si es posible que un día vea en las noticias que un oso lo ha devorado (pregunta ya de por si macabra), el público se echa a reír. En el siguiente plano un amigo de Timothy cuenta cómo se enteró de su muerte.

 

Este juego perverso señala que nos encontramos ante un documental interesado en la muerte. Las referencias a los últimos momentos de la vida de Treadwell son constantes y parece que cuanto más cerca de su final nos hallamos más interés tiene el documento mostrado: la última fotografía, las últimas grabaciones o una indicación del lugar de la muerte se nos presentan para ofrecer más datos sobre ese enigma que es el desenlace de Timothy Treadwell: ¿accidente o suicidio? De hecho, el propio ecologista reconocía que su vida estaba “al borde de la muerte” y que le convendría morir para que le hicieran caso. El debate no se ha cerrado, pero de momento sí que podemos concluir que el personaje es tan conocido por su vida como por su muerte, y que por tanto es lógico el tratamiento de Herzog. Algo parecido ocurre con la figura de Puig Antich y el biopic de Manuel Huerga. Y no se trata de casos aislados, porque la curiosidad morbosa por la muerte está totalmente presente en la sociedad occidental, y las agonías prácticamente televisadas de personajes famosos (desde Juan Pablo II a Rocío Jurado) son una buena muestra de ello.

 

Ahora bien, en un momento concreto parece que algo cambie en Grizzly Man: cuando Jewel Palovak, amiga de Treadwell y coproductora del film, permite a Herzog escuchar la grabación en audio de la muerte de Timothy, el director se emociona, pide que lo pare y que destruya esa cinta. Posteriormente, ha declarado que decidió no incluir ese material en la película para alejarse del cine snuff y como muestra de respeto a la víctima y a la audiencia. Es curiosa esta reflexión en Herzog, un director que no ha titubeado en mostrar desequilibrados mentales (Klaus Kinski o Bruno S., el actor de El enigma de Kaspar Hauser), disminuidos físicos (los liliputienses de También los enanos empezaron pequeños o algunos indígenas de Cobra verde) o cadáveres de animales (que son prácticamente una obsesión en sus primeros largometrajes). La muerte humana le merece más respeto, y esto conlleva una reflexión sobre qué mostrar que se ha extendido a los foros de Internet dedicados a la película: allí los aficionados discuten sobre si destruir o no la cinta de audio, hasta el punto que una persona puso un hipotético precio al documento.

Ahora bien, Grizzly Man es mucho más que una excusa para debatir sobre la muerte en la pantalla. Lo que permanece grabado en la mente del espectador no es el acercamiento al fatal desenlace del ecologista, sino más bien su forma de vivir en la naturaleza, con una vitalidad liberada de toda convención y una pasión sorprendente por su trabajo. Todo ello queda perfectamente reflejado en algunos planos que se sitúan en la antítesis del juego perverso comentado anteriormente. Se trata del momento en que la mano de Timothy entra en cuadro para acariciar un animal, aquél en que vuelca toda su ternura en un zorrito o, obviamente, el plano final, alejándose con unos osos pequeños al lado. Estos momentos son únicos y emotivos porque el espectador se encuentra con unos sentimientos reales, filmados con una cámara pegada a la experiencia de un hombre fascinado por la naturaleza que lo rodea.

La figura de Treadwell y la utilidad real de sus acciones han sido muy discutidas. Esto interesa a Herzog sólo tangencialmente, porque comenta que lo admira como documentalista antes que como ecologista. Y aquí radica el que posiblemente sea el punto clave de la cinta y el que le dará longevidad. Rodeado por la indiferencia de una naturaleza que no responde a sus expectativas, Timothy Treadwell se lleva con él su cámara, no sólo para dar testimonio de su discutible tarea, sino como compañera y confesionario, es decir, construye un diario íntimo de su día a día en el parque de Alaska. Y es cuando abre su personalidad a la cámara que Grizzly Man tiene un verdadero interés: el que al principio se nos presentaba como un payaso alocado habla de su antiguo alcoholismo, de sus dificultades con las mujeres y de sus creencias religiosas; critica a los que no entienden su trabajo, proclama su amor por el reino animal e, incluso, invoca a los dioses rogándoles lluvia. Treadwell usa la cámara para hablar sobre si mismo y la convierte en fiel amiga para volcar en ella sus preocupaciones. Se sitúa entre el aficionado al vídeo doméstico y el cineasta con vocación de autor. En lo que puede ser visto como una reivindicación del amateurismo, él se convierte en el responsable de esta singular obra.

Ahora bien, hay alguien más detrás de Grizzly Man, y es Werner Herzog, que en este caso ha escogido una historia real que le viene como anillo al dedo y que encaja perfectamente en su peculiar universo. Timothy Treadwell es un individuo outsider , que se sitúa contra la civilización y sólo se siente a gusto en medio de la naturaleza, hasta el punto de escribir “cómo odio el mundo de los humanos”. Es un ser caótico, que Herzog compara con las abruptas montañas de hielo, que sólo encuentra refugio protegiendo a los osos, cuando, en palabras del director, fueron los osos los que (psicológica y anímicamente) lo salvaron a él. Treadwell es un nuevo Kaspar Hauser, personaje marginal por motivos que oscilan entre el trastorno psicológico y el social, y que sólo muestra su alegría cuando entra en contacto con el paisaje. Sólo que esta vez el movimiento es inverso: si Kaspar Hauser llegaba a la sociedad y no conseguía integrarse, Treadwell se marcha de ella y esto le ocasiona la vida plena y la muerte.

Pero existe otra diferencia, y es que el protagonista de Grizzly Man pertenece a nuestra contemporaneidad, es decir, se encuentra fascinado y a la vez contaminado por la cultura televisiva y la sociedad del espectáculo. De hecho, es inevitable relacionarlo con Steve Irwin, el popular “cazador de cocodrilos” de la televisión australiana, un ecologista excéntrico y polémico que, unos meses después del estreno de Grizzly Man en España, también falleció como consecuencia del riesgo buscado. Timothy Treadwell no sólo tiene la actitud aventurera y bromista de Irwin, sino que su condición de actor frustrado lo lleva a hacer de cada plano un espectáculo donde él es la estrella, hasta el punto de llegar a disfrazarse de guerrero camuflado para espiar a los cazadores furtivos. Por este motivo cuesta diferenciar en muchas ocasiones entre el Treadwell real y su personaje, no sólo a los espectadores sino –probablemente- también a él mismo.

Esta confusión se extiende de Treadwell a la película entera. La aparente espontaneidad de sus charlas contrasta con su método de trabajo, en el que llegaba a repetir hasta quince veces cada toma. Y a la realidad documental que antes comentábamos se oponen hechos que le restan credibilidad. Por ejemplo, las contadas apariciones de su compañera Amie son prácticamente fantasmales, varios personajes -los padres, por ejemplo- tienen un punto de caricatura y no deja de ser curioso el que algún objeto tapara el visor de la cámara en el vídeo de la muerte, permitiendo sólo grabar el audio. La existencia de Timothy Treadwell está fuera de toda duda, pues fundó una asociación real (Grizzly People) donde han colaborado personajes famosos, como Leonardo DiCaprio, que, por cierto, prepara una adaptación de la vida del ecologista en la que él se pondrá en la piel de Treadwell. Lo que no está tan claro, y ha sido ampliamente debatido en foros de Internet, es la veracidad de las imágenes documentales, por un lado, y de la muerte de Treadwell, que algunos asocian con una maniobra publicitaria que -tres años después- todavía no se habría descubierto.

 

La filmografía anterior del director alemán no aclara nada al respecto. El documental Incident at Loch Ness, dirigido por Zak Penn pero con Herzog en tareas de productor, guionista y actor, cuenta el proceso de una expedición que viaja a Escocia en busca del famoso monstruo y acaba topándose con él, resultando de ello, entre otras cosas, la muerte de un ecologista excéntrico demasiado parecido a Timothy Treadwell. Incident at Loch Ness reconoce en su cierre que se ha construido sobre la mentira desde el principio. De hecho, el propio Herzog defiende que no existe una línea clara de separación entre documental y ficción y que frecuentemente modifica piezas de la realidad, aunque en este caso, estando Treadwell muerto, no lo ha hecho. Su objetivo es llegar, ya sea con realidad o ficción, a verdades más profundas mediante la poesía.

En este gran periplo que es la carrera de Werner Herzog, el director alemán ha buscado incesantemente el lirismo presente u oculto en la realidad, ligándolo con frecuencia al concepto de pureza, aunque no en el sentido documental estricto. La decisión de Timothy Treadwell, la desnudez de su alma frente a la cámara y su amateurismo son signos de vida que, olvidando la discusión sobre realidad o ficción, construyen un retrato puro y emotivo sobre la naturaleza del ser humano.

 

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