T .  O .:  The New WorldProducción: New Line Cinema- Sunflower Productions LLC ( USA , 2005). Productores : Sara Green. Director: Terrence Malick. Guión: Terrence Malick. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Música: James Horner. Dirección artística: Jack Fist. Vestuario: Jacqueline West. Montaje: Richard Chew, Hank Corwin, Saar Klein y Mark Yoshikawa.

Intérpretes: Colin Farrell (John Smith), Q'Orianka Kilcher (Pocahontas), Christopher Plummer (Capitán Newport), Christian Bale (John Rolfe), August Schellenberg (Powhatan), Wes Studi (Opechancanough), David Thewlis (Wingfield), Yorick van Wageningen (Argall), Raoul Trujillo (Tomocomo), Michael Greyeyes (Rupwew).

Color - 135 min. Estreno en España : 20-II-2006.

En las primeras imágenes –una sucesión de paisajes impresionantes, con todos los ingredientes (agua, tierra, árboles, cielo, nubes... y música de Wagner)–, la voz en off de la protagonista invoca a la madre naturaleza: estamos viendo, sin lugar a dudas, una película de Terrence Malick. Reconocemos los mismos elementos que en La delgada línea roja (The Thin Red Line, 1998): el misticismo de la naturaleza y un festival de voces en off.

Si en la película anterior, el soldado Witt (Jim Caviezel) encontraba el paraíso entre los indígenas de una isla melanesia durante la Segunda Guerra Mundial, en The New World el paraíso se sitúa en la América de los algonquinos, en 1607. Entre los primeros colonizadores que llegan cerca del río James, en Virginia, está el capitán Smith (Colin Farrell). Sueña en volver a empezar (« a new start, a fresh beginning »), en instaurar en el Nuevo Mundo una auténtica comunidad de bienes (« a true commonwealth ») sin terratenientes ni pobres. Cuando Smith va a parar a la aldea de los powhatan, tiene la sensación de vivir en el Edén. El espectador también. En la primera parte de la película, con su estilo parsimonioso, y a veces filmando cámara en mano, Malick compone una oda a la flora y a la fauna, enriquecida con monólogos interiores.

Smith, sin embargo, no se queda a vivir en el Edén con su nueva Eva (Q'Orianka Kilcher), sino que vuelve al fuerte. El contraste con la aldea india no puede ser más acentuado. Entre los colonos reina la desconfianza, la violencia y la avaricia. Los «civilizados» europeos se entregan a los desmanes que atribuyen a los salvajes, incluso practican el canibalismo. Para Smith, la vida en el fuerte se convierte en una pesadilla. Está tentado de volver al bosque con los powhatan, pero no deserta como Witt en La delgada línea roja . Recibe dos visitas de su querida india y las dos veces se niega a ir con ella. El idilio entre los dos protagonistas –la fusión entre los dos mundos– sólo ha sido posible en el interior de los bosques. Una esperanza pronto ahogada. Como los colonizadores no tienen la intención de marcharse, estallan las hostilidades entre el Nuevo y el Viejo Mundo.

Tras una serie de vicisitudes, la protagonista va a parar al fuerte y abraza el mundo de los colonos. Aprende a llevar zapatos, a leer y a escribir... Cuando la bautizan le imponen el nombre de Rebecca. Se trata del personaje histórico de Pocahontas; en la pantalla, curiosamente, no la llaman nunca así. El Nuevo Mundo , en palabras de Sarah Green, su productora, «es una interpretación dramática, no un documental. [...] nos hemos tomado bastantes libertades creativas». A pesar de ello, respeta la versión dada por el capitán Smith de que fue salvado de la muerte por la princesa india; según otros relatos, participaba en un ritual que no entrañaba ningún peligro.

Y la película sigue igual. En un tono más triste, eso sí, y sin tanta envergadura paisajística, porque los protagonistas han sido expulsados del paraíso y, al no vivir en plena naturaleza, el entorno se ha encogido. Además, la generosidad de Rebecca se vuelve contra ella en dos ocasiones. Primero, su padre la echa de la tribu por ayudar a los colonos (en pleno invierno les lleva alimentos, ropa y semillas). Después, cuando vuelve a vivir con Smith, éste la abandona para llevar a cabo una expedición. Ahora Rebecca languidece encorsetada por los vestidos, pero la causa principal de su dolor pertenece al ámbito de lo íntimo: la falsa muerte de Smith.

Malick no se ha cansado de mostrarnos el mundo de los nativos y su magnífico entorno amenazado –y finalmente destruido– por los recién llegados. En el mundo de los colonos, Rebecca abraza los valores que entrañan la aniquilación de su pueblo y de las formas de vida nativas. Sin embargo, esa contradicción no aflora en la mente de la protagonista. Omisión tanto más sorprendente cuanto que hasta entonces la hemos vista desgarrada entre su amor por Smith y la fidelidad a su tribu. ¿Y qué ha sido del sueño de una sociedad sin terratenientes ni pobres? Smith no vuelve a pensar en ello, Terrence Malick, en el viaje a Inglaterra, no cae en la caricatura. Vemos Londres a través de los ojos embelesados de Rebecca, con unas notas de ironía por parte de dos indios (en los jardines ingleses, con sus árboles geométricamente recortados, la naturaleza queda reducida a decorado). Pero Malick se mueve en una esfera demasiado etérea, abstracta; no aborda la complejidad de las relaciones entre los dos mundos (para el caso español, cfr. El continente vacío y Memoria y exilio , de Eduardo Subirats). En el mismo terreno, otros directores han salido mejor librados, como John Boorman con La selva esmeralda ( The Emerald Forest , 1985).

No tengo nada en contra de las voces en off . Al contrario, me encantan. Son un recurso legítimo que añade una nueva dimensión –lírica, narrativa, irónica– a las imágenes. Como todas las cosas, hay que saber utilizarlas. En La delgada línea roja , el equilibrio colgaba de un hilo, pero no se rompía, gracias, en parte, a la existencia de un protagonista colectivo y a un guión basado en una sólida novela. En El Nuevo Mundo , en cambio, el equilibrio se rompe y los personajes viven encapsulados en sus cavilaciones. Los monólogos interiores desplazan a las relaciones entre los personajes e impiden construir un dispositivo narrativo. Q'Orianka Kilcher sale airosa del empeño, pero Colin Farrell se muestra algo inexpresivo al lado de su excelente actuación en Tigerland .

La primera parte, animada por un gran lirismo ante los paisajes, es la más lograda de El Nuevo Mundo , porque las ensoñaciones trascendentalistas de Malick concuerdan con la mentalidad de la protagonista. Pero después la película decae, ese mismo trascendentalismo (heredado de la filosofía de Emerson) se convierte en una rémora.

« Come, spirit! », implora al principio Q'Orianka Kilcher sumergida en el mar. « Mother, where do you live? In the sky? In the clouds? [...] Show me your face », dirá más adelante. « Mother, now I know where you live », concluye hacia el final la voz de ultratumba (o casi) de Q'Orianka Kilcher, ante otra sucesión de paisajes. Debemos entender, supongo, que «el espíritu», «la madre» viven en la espléndida naturaleza virgen de América. El capitán Smith, por su parte, en el postrer encuentro confiesa que ha pasado de largo de las Indias (se refiere, huelga decirlo, a la América de los algonquinos). El final nos remite al principio. Esa circularidad determina el carácter ahistórico, cerrado en sí mismo de El Nuevo Mundo .

La única aspiración que Malick concede a sus personajes es el retorno a un Edén primitivo del que han sido expulsados y que el hombre ha destruido. He aquí la gran limitación del cine de Terrence Malick.

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