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Título original: Jarhead Producción: Lucy Fisher, Pippa Harris y Douglas Wick (Universal Pictures, Estados Unidos, 2005). Productor ejecutivo: Bobby Cohen. Director: Sam Mendes. Argumento: basado en la novela de Anthony Swofford Jarhead. Guión: William Broyles Jr. Fotografía: Roger Deakins. Música: Thomas Newman. Diseño de Producción: Dennos Gassner. Montaje: Walter Murch.

Intérpretes: Jake Gyllenhaal (Swoff), Meter Sarsgad (Troy), Jaime Foxx (Sargento Sykes), Chris Cooper (teniente Coronel Kazinski), Daimon Poitier (Poitier), Scott MacDonald (D.I. Fitch), Jacob Vargas (Cortez), Ernst Ozuna (Sargento Mayor), Brian Geraghty (Fergus), Evan Jones (Fowler).

Color - 123 minutos. Estreno en España: 5-I-2006.

En el año 1999, un novato director británico sorprendía a la crítica y público con una sonora bofetada al sueño americano: American Beauty . El autor de la cinta era Sam Mendes, desconocido para el público cinéfilo, pero que llegaba al mundo del cine rodeado de una vitola de gran director en los escenarios londinenses. La sorpresa fue aun mayor cuando se supo que Mendes aterrizaba en Hollywood gracias al mejor mecenas posible: Steven Spielberg y una, por entonces, prometedora Dreamworks. Muchos no entendían que podía salir de la relación entre el rey Midas de Hollywood y un joven inglés, amante de Shakespeare, que jamás había pisado un plató de cine. Spielberg, pese a quién le pese, es un tipo de talento, tanto para el cine como para los negocios, y reconoció en Sam Mendes al hombre que podía dar un baño de prestigio y autoría a su poductora. No se equivocó. American Beauty fue un sonoro éxito de público y crítica, arrasando en la ceremonia de los Oscars del año 2000, en la cual obtuvo cinco estatuillas: Mejor actor para Kevin Spacey, Mejor fotografía para Conrad L. Hall, Mejor guión original para Alan Ball, así como Mejor película y director. Nunca he podido entender el éxito de esta cinta, y menos en la ceremonia de los Oscars donde se enfrentaba a una de las películas norteamericanas más sólidas de la última década, la valiente y superior, El dilema ( The Insider , Michael Mann, 1999). Quizás el público de nuestros días ha visto en esa familia desestructurada y en el pobre cabeza de la misma, el triste Lester Burnham, interpretado por un correcto Kevin Spacey, un espejo en el que se ven reflejados. Miserias de la posmodernidad y los tiempos que nos han tocado vivir.

La crítica norteamericana vio en Sam Mendes a un director que conjugaba, de manera excelente, cine de consumo con una fuerte impronta autoral. Poco le faltó a la crítica europea para unirse a las loas dedicadas por las plumas más brillantes del otro lado del Atlántico. El idilio se inició en el mencionado 1999 y todavía se prolonga, a pesar de que Mendes haya firmado únicamente dos cintas más. A continuación de American Beauty , y tras un lapso de tres años, estrenó Camino a la Perdición ( The Road to Perdition ) homenaje al cine gángsters, y adaptación de una popular novela gráfica, que no dejaba de ser un buen ejercicio academicista en el que confluían todos los tópicos del género, esos sí, con una impecable factura. El film disfrutó de un elenco actoral que ayudó mucho a la popularidad de éste: Paul Newman, Tom Hanks y Jude Law. De nuevo, han debido pasar otros tres años para que llegue a las pantallas la nueva película de Sam Mendes: Jarhead .

En esta ocasión, Mendes ha optado por la adaptación de una obra autobiográfica que narra las desventuras de un joven en el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, durante la Guerra del Golfo del año 1991. Dado el tono agrio y crítico de American Beauty para describir los pormenores y las miserias de una familia americana de clase media-alta, se esperaba que la nueva obra de este director se moviera por unos derroteros similares. Las circunstancias históricas en las que nos encontramos hacían augurar una película sumamente crítica hacia el estamento militar y la política internacional de la potencia norteamericana. Sobre el papel, se esperaba una crítica más dura sobre la intervención estadounidense en Kuwait en el año 1991 que la que llegó a realizar la divertida y vitriólica Tres reyes ( Three Kings , David O. Russell, 1999), por ahora, la cinta referente para hablar del conflicto. Lamentablemente no ha sido así.

La estructura de la película es hermana de uno de sus principales referentes, La chaqueta metálica ( Full Metal Jacket , Stanley Kubrick, 1987), el sobrevalorado filme del genial cineasta que nos presentaba la desintegración personal de un pelotón de Marines, en dos partes claramente diferenciadas: la instrucción, en la cual contemplamos el proceso de deshumanización de uno de los protagonistas, el recluta Patoso, encomiable interpretación de Vincent D'Onofrio; y la entrada en combate en Hue, Vietnam, en la que se pone de relieve el absurdo de la guerra.

Jarhead sigue la misma escritura. En primer lugar, contemplamos la instrucción del pelotón de francotiradores en el cual se encuentra nuestro protagonista, el soldado Swoff; que se transformará progresivamente en una máquina de matar sin escrúpulos, aunque con algo más de conciencia que el resto de sus compañeros, despojos de las alcantarillas del rico barrio de American Beauty . En esta sección del filme salen a relucir los tópicos de esta clase de cintas: humor de barracón chabacano y de risa fácil, situaciones que ilustran lo absurdo de la vida militar –la graciosa escena del toque de corneta es buena muestra de ello–, la toma de conciencia del protagonista en la espiral autodestructiva en la que se encuentra, pero que por otra parte acepta, la monotonía del campamento e instrucción... nada de lo que nos explica Mendes es nuevo; lo hemos visto en la mencionada cinta de Kubrick o en películas similares como Oficial y caballero ( An Officer and Gentleman , Taylor Hackford, 1982), o El sargento de hierro ( Heartbreak Ridge , Clint Eastwood, 1986), por citar algunas de ellas.

La segunda parte es algo más interesante. En ella, nuestros protagonistas desembarcan en Arabia Saudí prestos a defender los pozos de petróleo del amigo árabe, y dispuestos a machacar a Saddam Hussein. Muy pronto vemos que la monotonía y las situaciones absurdas reinarán en el ambiente –otra divertida escena vuelve a ser un buen ejemplo, en este caso el partido de fútbol americano en pleno desierto con los soldados vistiendo equipos antiguerra química–. A medida que pasen los días, una serie de rótulos informativos nos ilustraran del crecimiento de tropas en la zona, a la manera del ejemplar documental Dear America: Letters from Vietnam (Bill Couturié, 1987), al igual que de la situación política del momento, gracias a fragmentos de telediarios que miran los soldados o emisiones radiofónicas. Cuando la coalición internacional inicia la cacareada “Operación Tormenta del Desierto” para desocupar Kuwait, el pelotón al que hemos seguido durante la película entra en acción. Las escenas de combate que nos muestra Mendes son exiguas aunque bien realizadas: un ataque de artillería sobre posiciones de los Marines que ilustra, de nuevo, la estupidez de ciertas acciones militares, en este caso la búsqueda de unas baterías para un teléfono de campaña; y el ataque de unos aviones A-10 sobre una columna de vehículos de su bando. Un ejemplo del llamado fuego amigo. Cuando las tropas se internan en territorio kuwaití, el desánimo va haciendo mella en los soldados. No encuentran enemigos, no hay a quién combatir. El auténtico enemigo son ellos mismos y el desierto. La atmósfera fantasmal de las últimas escenas del filme, situadas en Kuwait nos clarifica esta situación. Deambulando por los campos petrolíferos en llamas, enmarcados en una fotografía prodigiosa, los soldados se preguntan cuál es su misión allí, porqué los han enviado tan lejos, cuál es su objetivo. Cual personajes de Dante inmersos en el Infierno, cada uno dará rienda suelta a lo peor que lleva dentro, en especial el soldado Troy que incluso intenta llevarse un cadáver carbonizado como souvenir de guerra. Será en ese momento en que nuestro protagonista recobre la lucidez y decida dejar el cuerpo de Marines cuando llegue a casa; sin embargo, sus compañeros, sin su educación y procedencia –nos encontramos de nuevo con el heterogéneo grupo de combate del cine bélico norteamericano: afroamericanos, latinoamericanos, y en definitiva, lo más granado del sueño americano– sólo tendrán al ejército como camino hacia la prosperidad.

Es significativo, que al final de la película, en un epílogo que recuerda a la obra maestra de Bertrand Tavernier Capitán Conan ( Capitain Conan , 1996), Swoff vuelve a ver a sus compañeros años después. El motivo: el entierro de Troy. Mendes no lo muestra, pero intuimos que, expulsado del cuerpo, no encontró su lugar y perdido, acabó de manera fatal. En el monólogo final, Swoof nos dice que haga lo que haga en su vida, viva la situación que sea, pase lo que pase, él y sus compañeros serán para siempre jarheads , o sea,
Marines. El discurso de que cierra el filme tiene, por lo menos para mí una doble interpretación. Por un lado, el cuerpo de Marines cala tan hondo que siempre serás uno de ellos –recordemos su lema: Semper fidelis –, para lo bueno y para lo malo; pero por otro, la vida militar anula cualquier acontecimiento o vivencia que uno experimente.

La dualidad de ese discurso es el de la cinta de Sam Mendes, que no se atreve a realizar una crítica profunda del estamento militar como si lo hicieran Kubrick o Losey ( King and Country , 1964). Al igual que ocurre con la intervención aliada en Kuwait, que es presentada con la asepsia de un cirujano, o la representación de la vida militar como algo que, a pesar de algunos contratiempos, tampoco está tan mal. Personalmente, no esperaba que Sam Mendes revolucionara el género bélico, pero sí que su propuesta fuera algo más valiente que esta divertida y bien realizada película.

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