T. O.: Zivot je cudo.

Producción: Les Films Alain Sarde, Cabiria Films y France 2 Cinema (Francia/Serbia-Montenegro, 2004).
Productores: Alain Sarde, Maja & Emir Kusturica.
Director: Emir Kusturica.
Guión: Ranzo Bozic y Emir Kusturica.
Fotografía: Michel Amathieu.
Música: Dejan Sparavalo y Emir Kusturica.
Dirección artística: Milenko Jeremic.
Montaje: Svetolik Mica Zajc.

Intérpretes: Slavko Stimac (Luka), Natasa Solak (Sabaha), Vesna Trivalic (Jadranka), Vuk Kostic (Milos), Aleksandar Bercek (Veljo), Stribor Kusturica (Capitán Aleksic), Nikola Kojo (Filipovic), Mirjana Karanovic (Nada), Branislav Lalevic (Presidente).

Color – 154 min. Estreno en España: 21-I-2005.

A lo largo de su filmografía (compuesta por un cortometraje final de carrera, dos películas para la televisión, siete largometrajes de ficción y un documental), Emir Kusturica ha abordado algunos de los momentos políticos más convulsos de la historia de la extinta Yugoslavia durante el siglo XX. El cineasta bosnio debutó en la dirección para la gran pantalla con dos filmes que constituyeron sendas crónicas personales sobre la situación social de su país bajo el régimen del mariscal Tito: ¿Te acuerdas de Dolly Bell? (1981) y Papá está en viaje de negocios (1985). Tras el éxito alcanzado con este último trabajo, Kusturica decidió aproximarse al universo marginal de las comunidades cíngaras en otro par de obras de talante diferente: El tiempo de los gitanos (1989), retrato realista y crudo de la degradación moral de un muchacho, y Gato negro, gato blanco (1998), comedia disparatada y sarcástica sobre los preparativos y las pequeñas traiciones que preceden a una boda pactada por convenio mutuo entre dos familias gitanas.

Entre las dos películas que forman este díptico, Emir Kusturica realizó una de sus piezas mayores: Underground (1995), monumental fábula donde repasa la situación histórico-social de su país desde la Segunda Guerra Mundial hasta el Conflicto de los Balcanes. Las duras críticas que recibió el film a causa de su postura pro-serbia le indujeron a abandonar el cine temporalmente. Por otra parte, el posicionamiento político equívoco, y más que ambiguo, mantenido a su vez por el responsable de El sueño de Arizona (1991) en su vida pública propiciaron semejante lectura, que vino acompañada por declaraciones de gente tan destacada como el filósofo francés Alain Finkielkraut, quien acusó a Kusturica de ser un “ilustrador servil de los clichés criminales, de la propaganda serbia más caduca y más mentirosa”. Pese a todo, Underground es, hasta la fecha, el film en el que su autor ha potenciado, en mayor medida, su tendencia al barroquismo formal y, gracias a ello, se hizo además merecedor de la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1995.

Entregado a su nueva faceta como actor (en películas como La viuda de Saint-Pierre, de Patrice Leconte, o El buen ladrón, de Neil Jordan), Kusturica ha permanecido seis años alejado de la realización cinematográfica. Tan sólo regresó a ella, en 2001, para montar un experimento documental a partir de las filmaciones de las giras de la No Smoking Orchestra, grupo al que se ha afiliado en calidad de bajista. El resultado se estrenó con el título de Super 8 Stories y es uno de los musicales más notables que se han realizado estos últimos años (junto a otros de la categoría de Buena Vista Social Club, de Wim Wenders, o Calle 54, de Fernando Trueba).

Con La vida es un milagro (2004), Emir Kusturica ha reincidido en el motivo de la Guerra de los Balcanes como telón de fondo donde ambientar su nueva fábula. Fábula, dicho sea de paso, que parece perseguir un espíritu optimista y vitalista similar al que se propuso abordar, en su día, el cómico italiano Roberto Benigni con La vida es bella (1998), al menos en lo que respecta al título y a la ubicación de la acción dentro de un conflicto bélico genocida.

El argumento se desarrolla en Bosnia y se inicia en 1992. Luka es un ingeniero serbio que se instala en un pequeño pueblo perdido entre las montañas junto con su mujer Jadranka, cantante de ópera retirada, y su hijo Milos, aspirante a futbolista profesional. Mientras que Milos sueña con fichar por el Partizán de Belgrado, su padre trabaja en la construcción de una vía ferroviaria que unirá la frontera de Bosnia con la de Serbia y convertirá la zona en una región turística. Cegado por su optimismo natural, Luka parece no prestar atención a los rumores de guerra que se hacen cada vez más persistentes e incluso se alegra de que su hijo sea llamado al servicio militar. Al estallar el conflicto, la estabilidad de su vida se viene abajo: su esposa se escapa con un músico y su hijo es enviado al frente. Mientras que se encarga del cuidado de las vías, Luka espera ansioso el regreso de su familia. Por el contrario, la situación se agrava y su hijo es hecho prisionero. Las tropas serbias le nombran guardián de Sabaha, una joven musulmana que han tomado como rehén y a la que pretenden intercambiar por Milos. Sin embargo, a raíz de la convivencia diaria, Luka se acaba enamorando de Sabaha.

A diferencia del tratamiento que Kusturica concedió a la guerra en Underground, este nuevo film plantea la historia de amor de los dos personajes protagonistas más allá de las condiciones infrahumanas a las que se vio reducido el país durante la guerra. Esa es la vía a través de la cual Emir Kusturica intenta extraer unas reflexiones positivas sobre la vida en sus situaciones más límites. Reflexiones que, a pesar de todo, no tratan de ocultar un amago de pesimismo, si bien persiguen que el espectador adopte una mirada optimista y una actitud más comprometida a partir de una visión realista de un mundo en conflicto. El propio autor ha hecho las siguientes declaraciones al respecto:

 

No debemos ser pesimistas, sino que tenemos que ser muy realistas acerca de lo que vemos. En mi opinión, el siglo pasado fue el siglo de las guerras y los conflictos, pero había más esperanza que ahora. En el mundo en que vivimos, sin utopías, cada uno de nosotros tiene que construir su utopía personal, porque con cada espíritu, con cada alma que se salve, ganamos todos algo. La historia que se cuenta en La vida es un milagro sucede durante la guerra y creo que la propia historia de la guerra la hace incluso más ideológica porque fue una guerra muy sucia. No fue en absoluto parecida a cómo se vio por televisión, porque fue una visión tan superficial y manipuladora que no podemos creérnosla. Sobre todo, traté de profundizar en las reacciones humanas.

En ese sentido, el realizador bosnio ha tratado, en parte, de describirse a sí mismo y de rememorar la experiencia que sintió cuando estalló la guerra. El personaje de Luka es, por lo tanto, un trasunto del propio Kusturica con las mismas ilusiones y los mismos temores que le sobrevinieron a él ante la situación cambiante de su país. El responsable del film ha expresado su paralelismo con el protagonista y su identificación con el pueblo yugoslavo en estos comentarios a la prensa:

Me identifico mucho con el personaje de Luka: lo que me gusta de él es que no se deja llevar por el amor inmediatamente, intenta aplazar lo que siente por Sabaha porque desea que su hijo vuelva. Me gusta su forma de acercarse a ella, poco a poco. Yo habría hecho algo así. Y también me parezco mucho a él en su resistencia a admitir que había empezado la guerra. Cuando estalló, yo estaba en París y me pasé más de un mes negándome a admitir lo que estaba pasando.

Lo que le ocurre al personaje, me sucedió a mí. Los primeros cuarenta días de la guerra, yo no podía creerlo. No podía creer que estuviera sucediendo esa guerra. En Yugoslavia había toda una generación de gente joven que no iba a permitirlo, pensaba. Luka es también así, piensa de esa manera.

La vida es un milagro supone el regreso de Kusturica a tres elementos frecuentes en su filmografía: la comicidad, el sentido del espectáculo y la música. El humor está basado en sketches delirantes construidos a partir del gag visual más esperpéntico, desmadrado y gamberro (característica que ya pudimos apreciar ampliamente en su anterior trabajo, la alocada cinta Gato negro, gato blanco ). Este ingrediente, combinado con el carácter folclórico y festivo de las secuencias corales que el cineasta bosnio suele planificar en la mayoría de sus obras, impregna la película de su habitual espectacularidad escénica, enfatizada siempre con la presencia de una musicalidad gitana de fuerza arrolladora.

Con su acostumbrada tendencia a la desmesura estética –heredada de su profunda admiración hacia el universo poético del maestro Fellini–, Emir Kusturica construye una tragicomedia de dos horas y media de duración en torno a la guerra civil entre croatas, serbios y musulmanes que estalló durante la declaración de independencia de la república de Bosnia en el transcurso del año 1992. Finalmente, el Acuerdo de Dayton, promovido por los EE.UU., estableció en la región una frágil paz que posibilitó el intercambio de prisioneros. La visión de conjunto que ofrece el cineasta es fundamentalmente cómica y mucho menos comprometida política e ideológicamente de lo que supuso el estreno de Underground. Ante todo, prevalece un interés por mostrar la fortaleza del espíritu humano ante la adversidad de un conflicto armado. A tal efecto, son dignas de mención las palabras que manifestó respecto a la génesis del proyecto y a la intencionalidad del mismo:

 

Es una comedia y eso era algo que llegó cuando estaba escribiendo el guión. Vino en ese momento y tiene mucho que ver con la forma en que yo miro la vida. Todos los elementos divertidos proceden de mi propia forma de ser, del modo en que vivo la vida. Puedo decir que ésta es una divertida y optimista película porque Luka se abre la perspectiva del amor, cuando todo lo demás se ha ido al carajo hoy.

La postura estética del nuevo film de Kusturica se aleja deliberadamente del planteamiento descriptivo-documentalista y tiende hacia esa expresión onírica en las imágenes que su propio autor ha bautizado con el nombre de “realismo mágico”. En esa dimensión se ubican secuencias tales como aquella en la que Sabaha y Luka surcan los cielos tumbados encima de una cama. Momentos que, por otra parte, revelan el lado romántico de esa actitud positiva del protagonista, capaz de entregarse a la posibilidad del amor en tiempos tan difíciles como los que supone el desarrollo de una guerra.

Pese a la torpeza narrativa de ciertos pasajes –excesivamente redundantes en torno a la situación de aislamiento de la pareja–, La vida es un milagro supone una sólida toma de conciencia con el pasado histórico de un país que ha albergado uno de los conflictos bélicos más fratricidas de todo el siglo XX (condición que comparte con la recién estrenada Sueño de una noche de invierno, del coetáneo Goran Paskaljevic). Sin embargo, el film, a pesar de haber sido galardonado con el premio César a la Mejor película de la Unión Europea (ex–aequo con Sólo un beso, de Ken Loach), ha dejado indiferente a un importante sector de la crítica que ha visto en este último trabajo de Emir Kusturica una reiteración abusiva de sus constantes cinematográficas.

 

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