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T. O.: Der Untergang
Producción: Constantin Film Produktion (Alemania, 2004). Productor: Bernd Eichinger
Director: Oliver Hirschbiegel.
Guión: Bernd Eichinger, sobre El hundimiento: Hitler y el final del Tercer Reich , de Joachim Fest y Hasta el último momento: La secretaria de Hitler cuenta su vida , de Traudl Junger y Melissa Müller.
Fotografía: Rainer Klausmann.
Música: Stephan Zacharias .
Diseño de producción: Bern Lepel.
Montaje: Hans Funck.

Intérpretes: Bruno Ganz (Adolf Hitler), Alexandra Maria Lara (Traudl Junge), Thomas Kretschmann (Herman Fegelein), Corinna Harfouch (Magda Goebbels), Ulrich Matthes (Joseph Goebbels), Juliane Köhler (Eva Braun).

Color - 154 min. Estreno en España: 18-II-2005.

 

En un mercado dominado por las producciones anglosajonas, la Segunda Guerra Mundial es un tema muy recurrente en la cinematografía mundial. Es tadounidenses y británicos nos han dado su visión, a partes panfletista o rayando lo ridículo; a partes rigurosa y satisfactoria, con productos serios y alejados de los dictámenes de Hollywood.

Es bien sabido la colaboración directa, e incluso el control absoluto, que en ocasiones el Departamento de Defensa ofrece a las producciones estadounidenses, quedando convertidas en ejercicios cinematográficos correctos, pero con una dudosa rigurosidad histórica. Resultado de ello tenemos películas como Midway (La batalla de Midway, Jack Smight, 1976) auténtico espectáculo comercial (reuniendo un gran plantel con Charlton Heston, Henry Fonda, James Coburn, Robert Mitchum o Toshiro Mifune), pero de poca veracidad en la narración de los acontecimientos, mientras que propuestas mas interesantes, como Between Heaven and Hell (Los diablos del Pacífico, Richard Fleischer, 1956) pasan casi completamente al ostracismo.

Por otra parte tenemos los típicos films de la década de los 60-70, con un componente más aventurero que bélico como The Great Scape (La gran evasión, John Sturges, 1963) o Guns of Navarone (Los cañones de Navarone, J. Lee Thompson, 1961). Es en este contexto de inacabables repeticiones de la misma película, pero cambiando el teatro de operaciones, donde crece la producción anglosajona de cine bélico.

También vencedores, pero con menos feeling (intencionado) en la comercialización de sus films, las películas soviéticas se nos muestran mucho más duras y dramáticas que las americanas y británicas. Esto viene derivado, lógicamente, por lo que supuso la Segunda Guerra Mundial para cada uno de ellos. Mientras que para los EEUU la guerra era algo de la Vieja Europa, y que lejos de contraer su economía y nivel de vida la multiplicaba, sin soportar los ataques en su territorio y sufriendo el menor número de bajas de entre los grandes ejércitos en contienda (300.000 muertos en todo el conflicto y en todos los frentes), para el ciudadano medio supuso poco más que una aventurilla colonial de su ejercito, donde los rudos e incivilizados alemanes y los salvajes japoneses eran aplastados ofensiva tras ofensiva por los victoriosos aliados; para la URSS supuso la mayor hecatombe demográfica su historia (la cifra aproximada más veraz es de 27.000.000 de víctimas, tanto civiles como militares), y aunque los soviéticos también salieron muy reforzados industrialmente, los traumas que generaron en la sociedad cuatro años de dura e inhumana lucha -la acción de los Eizantgruppen alemanes y los campos de concentración- aun hoy día no se han cerrado completamente.

Ejemplos de esta visión de lo que ellos llamaron “Gran Guerra Patriótica” los encontramos en los magníficos films de Grigori Chukhraj Ballada o soldate (La balada del soldado, 1959) y Andrei Tarkovsky Ivanovo detstvo (La infancia de Iván, 1962), o la contundente y desgarradora Idi i Smotri (Ven y mira, 1985), de Elem Klimov. Pero también, en esta línea de mostrar todas la crudeza y sin sentido de la guerra, encontramos ejemplos dentro del cine americano, que, alejados de los clichés heroicos de sus predecesores, se convierten en notables producciones, como Cross of Iron (La Cruz de Hierro, 1977) de Sam Peckinpah.

Y por ultimo tenemos la escasa pero intensa cinematografía sobre la Segunda Guerra Mundial de los países vencidos. Aunque Italia no se prodiga en películas bélicas, sino mas bien posbélicas, Alemania si se atreve a realizarlas, aunque, como no, pasan muy desapercibidas. Casi todas ellas tienen algo en común:

el intento de desmarcarse y mostrar la repulsión ante las atrocidades nazis. Mientras en la magnífica e irrepetible Die Brucke (El puente, 1959), de Bernhard Wicki, se nos presenta a un grupo de jóvenes adolescentes que son devorados por la vorágine nazionalsocialista (sus órdenes son defender un puente con escaso valor estratégico, sin tener en cuenta su jovencísima edad ni su poca preparación) es en Das Boot (El submarino, 1981) de Wolfgang Petersen y Stalingrad (Stalingrado,1993) de Joseph Vilsmaier, donde encontramos esa separación entre la sociedad alemana y el régimen nazi.

Petersen en su film nos introduce de forma magistral en un U-boote Tipo VIIC de 1941, en pleno apogeo de la “Batalla del Atlántico”. Su atmósfera claustrofóbica y su excelente recreación de la vida en un submarino encumbran a esta película como una de las grandes de la historia. Pero no es por esto por lo que la vamos a destacar.

En toda guerra hay victimas, y especial reconocimiento tienen las del bando vencedor, pero no olvidemos que Alemania fue arrasada por las bombas “aliadas” y sus soldados sufrieron tanto como sus homólogos aliados, y es en esta visión, en lo que se centra precisamente “Stalingrado”. Vilsmaier nos presenta a un grupo de veteranos del Afrika Korps, que tras un permiso en Italia, son enviados al frente ruso para participar en la proyectada ofensiva primaveral de 1942. Lo que viene a continuación es una historia de horrores, deshumanización, muerte… pero donde el soldado alemán es capaz de pensar por sí mismo e incluso de perdonar y tener compasión (en plena oposición a la figura del soldado alemán en las producciones ruso-americanas).

En conclusión, en la gran mayoría de las películas alemanas sobre la Segunda Guerra Mundial se intenta hacer un ejercicio de justificación y humanización del pueblo alemán durante la guerra. Tanto en el film de Petersen como en el de Vilsmaier se nos presenta la figura del soldado-víctima. Esta aproximación, a pesar de ser sincera en sus pretensiones, llega a ser deshonesta en su narración, evitando responsabilidades. Y es aquí donde El Hundimiento se separa de sus predecesoras.

Basada en los libros Inside Hitler´s Bunker y El hundimiento de Joachim Fest y Until the final hour, de Traudl Junge y Melissa Müller, la narración esta más influenciada por la biografía de Hitler que realizo Ian Kershaw que por la de Hans Bernd Gisevius (más en la línea de otros producciones donde la imagen de Hitler esta ciertamente desenfocada: Hitler: The Rise of Evil de Christian Duguay o Moloch de Aleksandr Sokurov).

Lo primero que destaca de Der Untergang es su sinceridad. Es difícil plantearse realizar una película sobre los últimos días de Hitler que deje contento a todo el mundo sin caer en formalismos y estereotipos evidentes y encima resultar rigurosa históricamente. La película de Hitchbiegel, con toques de documental, realiza este intento, con mayor y menor fortuna en diferentes aspectos.

A través de la sobrecogedora interpretación de Bruno Ganz (equiparable al carisma del que dotan Rod Steiger y Chritopher Plummer a Napoleón y el Duque de Wellington en Waterloo, y por suerte muy alejada de la cómica y freudiana de Roberta Carlyle en Hitler: Rise of Evil) el personaje de Hitler se dibuja como alguien humano, capaz de amar y de tener cierta compasión, con sus miedos y esperanzas y sobre todo perturbadoramente alejado de la imagen maquiavélica y omnipotente de las producciones anglosajonas. Aquí aparece un Hitler en ciertos momentos amable, e incluso comprensivo, pero tremendamente inestable y esquizoide, en una evolución que acaba en la completa locura antes de su suicidio. Precisamente es éste uno de los puntos más polémicos del film, pero a su vez el más acertado, la descripción de los personajes, tanto física como psicológicamente: Goebbels (Ulrich Matthel) se nos muestra como un auténtico vasallo de Hitler, que pone su vida y la de su familia a su disposición; Goering apenas tiene protagonismo, ya que huye muy pronto de Berlín; Himmler está efectivamente representado en su papel de conspirador, secundado magníficamente por Fegelein (Thomas Kretchman, que parece abonado a este tipo de papeles). Heino Ferch traza una completísima actuación en su papel de Speer, que en el film aparece como uno de los pocos que cree comprender lo que realmente está pasando, mientras que Jodl (Christia Redl) y Bormann (Thomas Thieme) están muy adecuados en su papel de comparsas, mientras que la interpretación de Junge es precisa en su rol de observadora. En definitiva, Hitchbiegel logra acercarnos de manera impecable a los protagonistas, haciendo una descripción muy lograda de ellos.

Aunque la línea histórica que sigue el film es un tanto abrupta y puede resultar confusa para los desconocedores de los hechos, la película respeta bastante los acontecimientos reales, sin que se note la inevitable descontextualización necesaria en este tipo de producciones. Las secuencias de combate resultan efectivas, aunque pocas y alejadas del despilfarro pirotécnico propio de las películas bélicas actuales, representan a la perfección la destrucción de Berlín y la lucha callejera. Las limitaciones técnicas en este apartado están sobradamente justificadas, ¡ni Spielberg pudo construir un Tiger que pasara la prueba del ojo más avezado!, destacando en la plena rigurosidad de uniformes y armas, así como en la sobresaliente recreación del bunker y la fidelidad al hilo histórico de los acontecimientos. Si bien en la película se han marginado personajes importantes en la Batalla de Berlín, como Heinrici o Guderian, ésta no es, precisamente, una crónica de dicha batalla ,alejada en su planteamiento de otra película enmarcada en el mismo contexto, La batalla de Berlín (Osvobozhdenie/Bitva za Berlin, Yuri Ozerov, 1971), ni siquiera de la desintegración de Alemania y de cómo perdió la guerra, es en realidad, un inestimable testimonio de cómo se hundió el Tercer Reich.

Aquí no encontraremos una detallada descripción del sufrimiento del pueblo alemán bajo los ataques aéreos angloamericanos y de la artillería rusa (la imagen del soldado ruso es sorprendentemente neutral, haciendo caso omiso de las atrocidades que cometieron en su camino a la capital alemana), ni el desesperado fanatismo de los elementos afines al régimen más allá de una mera secuencia ilustradora, pero nos deja entrever, a través de dos secuencias clave, como desapareció el régimen nazi, entre la agonía y un último toque de crueldad hitleriana: cuando Hitler condecora a los miembros de la Hitlerjurgend a la entrada del bunker (conmovedora en todos los aspectos, ya que es exactamente igual al metraje original que se conserva de aquella ceremonia) y la lucha desesperada de un cañón Flak 88 con su jovencísima dotación.

En los últimos compases de la guerra, y ante la crítica falta de medios y hombres ante el inexorable avance soviético, Hitler creó una suerte de milicia popular, llamada “Volkstrum”. Estaba compuesta principalmente por niños menores de 15 años y ancianos de más de 60, que, armados con Panzerfaust (lanzagranadas de carga hueca anticarro de un solo uso) y armas de infantería, que iban desde los vetustos Máuser de inicios de la guerra hasta los modernos fusiles de asalto StG44, tenían que enfrentarse a las fogueadas y motivadas hordas rusas.

Hitler era un pésimo estratega, pocas victorias y muchas derrotas de la Wehrmacht se debieron a su intervención, el enfrentamiento con su Estado Mayor fue endémico y desestimó continuamente los consejos de sus generales y mariscales. En este contexto, no es difícil entender ciertas partes de la película, donde Hitler, enfermo y drogadicto (tomaba un número considerable de todo tipo de pastillas recetadas por su dudoso médico personal), estalla en ataques de rabia y clama contra sus jefes militares, a los que acusa de traidores por llevar a la derrota al pueblo alemán, y sobre todo de su esquizoide esperanza en las armas secretas que cambiarían el curso de la guerra (esto es el Me262, pensado como bombardero y usado tardía y desastrosamente como caza; las V1 y V2, primeros intentos de hacer un misil balístico pero de escaso valor efectivo y quizás, quien sabe, la bomba atómica) y en maniobras espectaculares de ejércitos casi inexistentes como el 9º de Busse o el 12º de Wenck.

Como colofón final a su homicida política, el film se consuma en una excelente recreación de la conversación que Speer (auténtica mano derecha del Führer en temas de industria, armamento y explotación de esclavos, por mucho que en los juicios de Nuremberg consiguiera excusarse) y Hitler poco antes de su suicidio, donde reconoce que la nación alemana merece ser exterminada por que no ha sido la más fuerte.

En definitiva, Der Untergang es la crónica de la muerte de un sistema de valores y una forma de ver el mundo que casi acaba con él, dibujada de una manera realista y casi necesaria, un ejercicio de análisis y retrospección que Alemania necesitaba para pasar página definitivamente (o por lo menos intentarlo).

Hitchbiegel nos ofrece una película de obligado visionado, sincera, valiente y honesta, inestimable espejo de aquellos días y de sus protagonistas. Y es que, como dice Ian Kershaw, “lo que pasó bajo su mandato y en su nombre ha destruido, posiblemente para siempre, cualquier relación positiva con el pasado de Alemania. (...) Hacer una película es parte del continuo, gradual e inexorable proceso de ver su época como historia, es más, de sentirla como historia”.

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