Actualmente, un sector importante del cine norteamericano está atravesando una fase de despersonalización y de crisis de autoría. Así lo han evidenciado los últimos trabajos de cineastas de la talla de los hermanos Coen (Crueldad intolerable, Ladykillers), Francis Coppola (Jack, Legítima defensa) o Steven Spielberg (Amistad, La Terminal). Sus obras han perdido las constantes que definían la personalidad creadora de cada uno de estos artistas. Ello se debe en gran medida a su sometimiento a los presupuestos financieros de las majors, que se están haciendo con el monopolio de la mayor parte de la producción cinematográfica anual. Algunos de los realizadores más relevantes dentro del panorama fílmico de estos últimos treinta años han sido absorbidos por la industria y han pasado a convertirse en meros artesanos del celuloide. Uno de los casos más recientes es el de Martin Scorsese y su último film El aviador (2004), retrato biográfico del multimillonario Howard Hughes.
Este proyecto –que nos remite, casi de inmediato, al Ciudadano Kane de Orson Welles– parte de una idea personal del actor Leonardo DiCaprio, que llevaba años deseando encarnar la figura de este magnate. El protagonista de Titanic (1997) propuso su realización, en primer lugar, a Michael Mann, responsable de cintas como El dilema (1999) o Alí (2001). Éste la rechazó porque no quería rodar más biografías de personajes históricos y el encargo pasó entonces a manos de Scorsese, con quien DiCaprio había entablado amistad a raíz de su colaboración en Gangs of New York (2002). Mann y DiCaprio se hicieron cargo de la producción y la redacción del guión recayó en manos del especialista John Logan (Gladiator, El último samurái), quien llegó a escribir quince versiones diferentes. A pesar de tratarse de un proyecto ajeno, el autor de Taxi Driver (1976) se sintió identificado con la imagen que Logan ofrecía de Hughes como outsider, condición bajo la cual el propio Martin Scorsese se ha visto siempre a sí mismo en relación a la industria cinematográfica de su país. El cineasta ítaloamericano manifestó su simpatía por el personaje en los siguientes términos:
Howard Hughes era un visionario que estaba obsesionado con la velocidad y con volar como un dios sobre la tierra. Era tan rico como los míticos reyes griegos, aunque finalmente también terminó pagando su precio. Me encanta el concepto que tenía de la realización cinematográfica. De alguna manera, se convirtió en el forajido de Hollywood.