T. O.: The Aviator.

Producción: Forward Pass/Appian Way/IEG/Cappa Productions/IMF Internationale Media und Film GmbH & Co. 3, para Miramax/Warner Bros (USA-Japón-Alemania, 2004).
Productores: Michael Mann, Sandy Climan, Graham King y Charles Evans Jr.
Director: Martin Scorsese.
Guión: John Logan.
Fotografía: Robert Richardson.
Música: Howard Shore.
Diseño de producción: Dante Ferretti.
Montaje: Thelma Schoonmaker.

Intérpretes: Leonardo DiCaprio (Howard Hughes), Cate Blanchett (Katharine Hepburn), Kate Beckinsale (Ava Gardner), John C. Reilly (Noah Dietrich), Alec Baldwin (Juan Trippe), Alan Alda (Senador Ralph Owen Brewster), Jude Law (Errol Flynn), Ian Holm (Profesor Fitz), Danny Huston (Jack Frye), Gwen Stefani (Jean Harlow).

Color - 170 min. Estreno en España: 14-I-2005.

Actualmente, un sector importante del cine norteamericano está atravesando una fase de despersonalización y de crisis de autoría. Así lo han evidenciado los últimos trabajos de cineastas de la talla de los hermanos Coen (Crueldad intolerable, Ladykillers), Francis Coppola (Jack, Legítima defensa) o Steven Spielberg (Amistad, La Terminal). Sus obras han perdido las constantes que definían la personalidad creadora de cada uno de estos artistas. Ello se debe en gran medida a su sometimiento a los presupuestos financieros de las majors, que se están haciendo con el monopolio de la mayor parte de la producción cinematográfica anual. Algunos de los realizadores más relevantes dentro del panorama fílmico de estos últimos treinta años han sido absorbidos por la industria y han pasado a convertirse en meros artesanos del celuloide. Uno de los casos más recientes es el de Martin Scorsese y su último film El aviador (2004), retrato biográfico del multimillonario Howard Hughes.

Este proyecto –que nos remite, casi de inmediato, al Ciudadano Kane de Orson Welles– parte de una idea personal del actor Leonardo DiCaprio, que llevaba años deseando encarnar la figura de este magnate. El protagonista de Titanic (1997) propuso su realización, en primer lugar, a Michael Mann, responsable de cintas como El dilema (1999) o Alí (2001). Éste la rechazó porque no quería rodar más biografías de personajes históricos y el encargo pasó entonces a manos de Scorsese, con quien DiCaprio había entablado amistad a raíz de su colaboración en Gangs of New York (2002). Mann y DiCaprio se hicieron cargo de la producción y la redacción del guión recayó en manos del especialista John Logan (Gladiator, El último samurái), quien llegó a escribir quince versiones diferentes. A pesar de tratarse de un proyecto ajeno, el autor de Taxi Driver (1976) se sintió identificado con la imagen que Logan ofrecía de Hughes como outsider, condición bajo la cual el propio Martin Scorsese se ha visto siempre a sí mismo en relación a la industria cinematográfica de su país. El cineasta ítaloamericano manifestó su simpatía por el personaje en los siguientes términos:

Howard Hughes era un visionario que estaba obsesionado con la velocidad y con volar como un dios sobre la tierra. Era tan rico como los míticos reyes griegos, aunque finalmente también terminó pagando su precio. Me encanta el concepto que tenía de la realización cinematográfica. De alguna manera, se convirtió en el forajido de Hollywood.

La película se centra en un periodo concreto de la vida de este magnate –los veinte años que se extienden entre 1927 y 1947– y toma como ejes principales las dos facetas por las que Hughes se hizo más popular: su labor como productor y director de cine y su fascinación por la aviación. En el primer campo, destacó con producciones de categoría como Scarface, el terror del hampa (Howard Hawks, 1932), La casa de las sombras (Nicholas Ray, 1951) o Cara de ángel (Otto Preminger, 1953), e incluso llegó a dirigir dos películas: Ángeles del infierno (1930), que costó cuatro millones de dólares y tardó tres años en rodarse, y El forajido (1943), extraño western rodado para lucimiento de las dotes eróticas de la actriz Jane Russell. Pero su obsesión por volar fue aún mayor: Howard Hughes acabó diseñando sus propios prototipos de avión y se convirtió en uno de los principales accionistas de la empresa aérea TWA.

El aviador recoge ampliamente estos dos aspectos de su vida y añade también sus aventuras sentimentales con estrellas de cine como Katharine Hepburn –con quien mantuvo una relación estable que estuvo a punto de acabar en boda– o Ava Gardner. La primera está magistralmente encarnada por Cate Blanchett, quien le aporta toda la virilidad que caracterizó a esta indomable actriz, mientras que la insípida interpretación de Kate Beckinsale se transforma en una versión dulcificada de la protagonista de Pandora y el holandés errante (1950).

El retrato de Howard Hughes que Scorsese lleva a cabo tiene puntos de contacto con la figura de Preston Tucker que Francis Coppola recreó con gran maestría en Tucker, un hombre y su sueño (1988). Ambos poseen un ideal similar de sueño americano que se refleja en la revolución que pretenden llevar a cabo con el desarrollo de modelos de locomoción –el automóvil en el caso de Tucker y el avión en el caso de Hughes– que potenciarán el desarrollo económico de la nación. Paralelamente, los dos encuentran obstáculos en su entorno social, que intenta poner límites a su afán expansionista y a su espíritu creador.

La vida privada de Hughes y su talante megalómano le proporcionaron grandes conflictos con las autoridades judiciales. No obstante, Scorsese y Logan no han querido ofrecer una imagen despectiva de este controvertido personaje, sino, más bien, al contrario: lo han utilizado como emblema del carácter individualista del ciudadano americano que trata de abrirse paso y exponer libremente sus ideas. En este sentido, se puede poner en relación la figura de Howard Hughes con el personaje que Gary Cooper interpretaba en El manantial (1949), la magistral cinta de King Vidor.

No se puede negar que, desde la vertiente más estrictamente técnica, El aviador es una película de notables aciertos. La puesta en escena, dinámica y nerviosa, alcanza momentos de gran intensidad dramática (como la escena del espectacular accidente de avión que estuvo a punto de costarle la vida a Howard Hughes o la progresiva degeneración mental que éste sufre en el aislamiento de su particular sala de proyección), pero no logra evitar que el ritmo de la narración decaiga a lo largo de un metraje desmesurado. Por otra parte, la nueva propuesta de Martin Scorsese se apoya, por primera vez, en un empleo abundante de efectos especiales (necesarios en las escenas de aviación), aspecto que potencia la polémica en torno a la transformación a la que se está viendo sometido el medio cinematográfico dentro de la era digital. El cineasta neoyorquino ha expresado su particular punto de vista en estos términos:

 

Tal vez ésta sea la forma en la que tengo que trabajar de aquí en adelante, en la que uno se convierte más en un pintor que en un realizador cinematográfico. En cualquier caso, creo que la naturaleza de la realización cinematográfica está cambiando, especialmente lo que tiene que ver con el trabajo del director o del guionista. Supongo que la nueva tecnología nos obligará a modificar la manera en que hacemos las cosas.

A nivel de contenidos, el film puede ponerse en relación con otras obras importantes de su autor, como, por ejemplo, Toro salvaje (1980) o Uno de los nuestros (1990), que muestran el glorioso ascenso de un personaje y su posterior caída. Sin embargo, El aviador no participa del espíritu de redención que Scorsese persigue en la descripción de personajes como Jake LaMotta o Henry Hill. Por otra parte, el retrato que ofrece de Hughes tampoco pretende incidir en el lado más oscuro del personaje, sino que adopta de él una visión bastante positiva. Los problemas psicológicos que éste padeció están recreados con un verismo sorprendente gracias a la magnífica interpretación de Leonardo DiCaprio, quien manifestó las dificultades que tuvo para reflejar este aspecto del personaje de la siguiente manera:

Cuando lees un guión y en el texto dice “trastorno obsesivo-compulsivo” y luego te encuentras con dos páginas de este hombre repitiendo la misma frase una y otra vez, te das cuenta de que si no es fácil para ningún guionista escribir algo así, mucho peor es para un actor, porque cuando lees algo así te preguntas cómo diablos vas a hacer para decir esos diálogos.

Este compendio de virtudes y defectos hace de la película un biopic atractivo, pero irregular en su conjunto. Se echa en falta algo más de equilibrio entre los momentos épicos y aquellos más discursivos. En definitiva, nos hallamos ante una obra de carácter más impersonal y comercial de lo que es habitual en su director. A pesar de todo, El aviador posee cualidades más que suficientes –tanto desde el punto de vista estilístico como desde una perspectiva narrativa– como para situarla muy por encima de la fallida Gangs of New York, aunque tampoco la podamos equiparar con las piezas auténticamente magistrales de Scorsese (Malas calles, Taxi Driver o La edad de la inocencia).

Paradójicamente, la falta de una impronta de verdadero autor en este film se ha revelado como un factor importante para los miembros de la Academia de Hollywood, quienes, por otra parte, no suelen tener grandes problemas para premiar a una superproducción con los galardones principales (no siempre de manera justa). En esta ocasión, la película se ha alzado con cinco estatuillas: Actriz secundaria (Cate Blanchett), Fotografía, Montaje, Dirección artística y Vestuario. Premios técnicos en su mayoría que, a la postre, demuestran el verdadero talante del último trabajo de Martin Scorsese.

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