Un matrimonio discute sobre la conveniencia de una mentira piadosa en mitad del campo de concentración que es el Hotel Mille Collines. En realidad, ella no acepta el cambio de criterio del padre de familia: si, al principio, lo esencial era mantener a la familia unida, ahora arriesga su vida para salvar a los refugiados en el hotel, hutus y tutsis. Puede parecer una escena poco importante, de relleno. Sin embargo, ilustra a la perfección el espíritu de esta coproducción inspirada en un gesto heroico de la guerra civil ruandesa. En la mayoría de las películas en entornos bélicos, los personajes matan o viven, persiguen a su presa o huyen. En Hotel Rwanda, las personas siguen teniendo sueños y defectos, y caen en la incongruencia como todos los seres humanos.
Los negros comparten los ideales materialistas de los blancos, pero cuando estalla la guerra fraticida en Ruanda, comprueban que ni siquiera su dinero tiene valor. Ninguna persona sensata podría ver la diferencia entre un hutu y un tutsi, pero los primeros se han empeñado en exterminar a los segundos (no tiene desperdicio la somera explicación a la diferencia entre una casta y otra, fruto de los dirigentes belgas, al estilo de las discriminaciones nazis). La comunidad internacional envía 300 cascos azules mientras mueren cerca de un millón de personas. Algunos países mandan soldados para repatriar… únicamente a los suyos.