T. O.:Hotel Rwanda

Productores: A. Kitman Ho y Terry George.
Director: Terry George
Guión: Keir Pearson y Terry George
Fotografía: Robert Fraisse
Música: Andrea Guerra, Rupert Gregson-Williams y Afro Celt Sound System.
Diseño de producción: Tony Burrough y Johnny Breedt
Montaje: Naomi Geraghty

Intérpretes: Don Cheadle (Paul Rusesabagina), Sophie Okonedo (Tatiana), Nick Nolte (Coronel Oliver), Joaquin Phoenix (Jack), Desmond Dube (Dube), David O'Hara (David), Cara Seymour (Pat Archer), Fana Mokoena (General Augustin Bizimungo), Hakeem Kae-Kazim (George), Tony Kgoroge (Gregoire), Ofentse Modiselle (Roger).

Color - 121 min. Estreno en España: 25-II-2005.

Un matrimonio discute sobre la conveniencia de una mentira piadosa en mitad del campo de concentración que es el Hotel Mille Collines. En realidad, ella no acepta el cambio de criterio del padre de familia: si, al principio, lo esencial era mantener a la familia unida, ahora arriesga su vida para salvar a los refugiados en el hotel, hutus y tutsis. Puede parecer una escena poco importante, de relleno. Sin embargo, ilustra a la perfección el espíritu de esta coproducción inspirada en un gesto heroico de la guerra civil ruandesa. En la mayoría de las películas en entornos bélicos, los personajes matan o viven, persiguen a su presa o huyen. En Hotel Rwanda, las personas siguen teniendo sueños y defectos, y caen en la incongruencia como todos los seres humanos.

Los negros comparten los ideales materialistas de los blancos, pero cuando estalla la guerra fraticida en Ruanda, comprueban que ni siquiera su dinero tiene valor. Ninguna persona sensata podría ver la diferencia entre un hutu y un tutsi, pero los primeros se han empeñado en exterminar a los segundos (no tiene desperdicio la somera explicación a la diferencia entre una casta y otra, fruto de los dirigentes belgas, al estilo de las discriminaciones nazis). La comunidad internacional envía 300 cascos azules mientras mueren cerca de un millón de personas. Algunos países mandan soldados para repatriar… únicamente a los suyos.

Hotel Rwanda se inspira en el genocidio de 1994 en la que perecieron alrededor de un millón de tutsis. Entre telefilms y largometrajes, no hallarán más cinco producciones en torno al tema, y ninguna adquiere el valor artístico ni el alcance internacional del film nominado al Oscar a la Mejor película extranjera. Una de las masacres más brutales de los noventa, época de prosperidad económica para los ricos y de muerte para los mismos de siempre, debió conmover nuestras conciencias, nosotros que sufrimos una guerra civil y una dictadura. Pero no ocurrió así, las matanzas de Ruanda sirvieron como defensa de nuestro sistema de vida a la luz de un telediario, el pan de cada una de nuestras tres comidas diarias.

Además, el film de Terry George se defiende por sí solo. Aunque se basa en tragedia con nombres y apellidos, no lo necesita para cobrar autenticidad. Su enfoque se aleja del esteticismo de propuestas como El pianista o La lista de Schindler. En cambio, es una obra que inquieta, plantea conflictos internos y viaja de lo singular a lo universal.

Un niño pequeño es incapaz de hablar tras ver el rostro de la muerte. Sufre un trauma, porque es una persona sensible. Necesitará un psicólogo aunque muchos lo contemplen como un “negrito africano” más. Dios tampoco habla. Los vecinos ejecutan sus venganzas acusándose de traición. Los medios de comunicación agitan a las masas, que se ven protegidos por una identidad común, con sus cánticos tribales, sus colores distintos. Como en todas las guerras.

A Terry George no le convence la teoría de que la violencia más impactante es la sugerida. Se muestran cadáveres porque hubo cadáveres. Con todo, el film es benevolente con el público. ¿Cuántas películas insoportables podrían filmarse con cualquiera de las guerras que hoy en día nos avergüenzan? Pero esta propuesta huye del exhibicionismo. Quiere llegar más lejos. África sigue sufriendo porque los héroes de esta película se salvan con su huída. No hay final feliz posible, termine como termine, pese a que algunos privilegiados hallen respuesta en sus súplicas a los países colonialistas. La mayoría morirá o sobrevivirá en condiciones indignas.

El guión de Hotel Rwanda jamás pierde el norte. La cámara ni titubea ni apabulla. El personaje conductor de la historia, Paul Rusesabagina (Don Cheadle), es hutu y ha adquirido ciertos privilegios desde su trabajo como gerente de un hotel para turistas millonarios. Gracias a la sabia elección del protagonista, nos adentramos en los sucios almacenes de los mercaderes, ahora milicianos enloquecidos, en los jeeps de los militares vendidos, en la fragilidad del personal del hotel incapaz de aceptar que un negro los gobierne y siempre presa fácil de las consignas de la radio, en una familia que se desmorona, en el trabajo extraterrestre de los voluntarios, en los problemas tibios de conciencia de los periodistas y en la piedad aletargada de los poderosos.

Quizá porque no se trata de un documental, sino de una historia que bebe de la realidad entendida como lo factible y humano, esta obra no condena más que a la locura hutu. Los católicos hacen lo que pueden, lo mismo sucede con la ONU, con la Cruz Roja, con las tropas extranjeras, etc. El film de Terry George (director de En el nombre del hijo) no tiene la intención de escudriñar en los verdaderos motivos políticos del genocidio, sino que quiere ir más lejos: qué hay detrás de cada barbarie, cómo responde un ser humano. Aún más, cómo responde un ruandés hutu con una familia tutsi ante el estallido de la guerra cuando días antes soñaba con ser el dueño del hotel donde es sólo un relaciones públicas (un gerente al que sus empleados negros se niegan a respetar, toda vez desaparece el encargado, blanco).

No se necesitan polémicas forzadas ni cameos grandilocuentes para poner a prueba la consistencia de nuestros enfermos valores. Si Hotel Rwanda no conmueve, entonces, todo vale: cojan un machete y asesinen a su mejor amigo. Si la propuesta fílmica no convence, entonces repasen La lista de Schindler, con su bello blanco y negro, o Kamchatka donde no hay muertos ni torturas ni nada más que un bello pero aterradoramente vacío ejercicio de estilo.

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