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T. O.: Master and Commander. The Far Side of the World.
Producción: Miramax Film Co., Universal Studios y Twentieth Century Fox Film Corporation (USAS, 2003) Productor: Samuel Goldwyn Jr., Duncan Henderson y Peter Weir.
Director: Peter Weir.
Argumento: basado en las novela de Patrick O'Brian La costa más lejana del mundo.
Guión: Peter Weir y John Collee.
Fotografía: Russell Boyd.
Diseño de producción: William Sandell.
Música: Iva Davies, Christopher Gordon y Richard Tognetti.
Montaje: Lee Smith .

Intérpretes: Russell Crowe (Capitán Jack Aubrey), Paul Bettany (Doctor Stephen Maturin), Billy Boyd (Timonel Barrett Bonden), James D'Arcy (Primer oficial Thomas Pullings), Lee Ingleby (Guardiamarina Hollom), George Innes (Marinero de primera Joe Plaice), Mark Lewis Jones (Sr. Hogg), Chris Larkin (Capitán de Infantería de Marina Howard), Robert Pugh (Capitán de navío Sr. Allen), Max Pirkis (Guardiamarina Lord Blakeney), Max Benitz (Guardiamarina Peter Calamy).

Color - 138 minutos. Estreno en España: 28-XI-2003.

 

A mediados de los setenta apareció un nombre que se haría familiar como el primer cineasta reconocido de Australia. Se trataba de Peter Weir, que asombró a los críticos de la época con dos filmes: la impresionante y bellísima Picnic en Hanging Rock ( Picnic at Hanging Rock , 1975) y la desasosegante La última ola (The Last Wave, 1977). Ambas cintas pusieron en la palestra del Séptimo Arte a una cinematografía prácticamente desconocida, que después daría a conocer a otros autores como George Miller y sus Mad Max, que lanzarían a la fama a Mel Gibson, australiano de adopción, o Gilles McKinnon. Sin lugar a dudas, el que ha perdurado y sigue siendo considerado como el gran autor del cine australiano es Weir. Durante su carrera australiana, antes de emigrar a Hollywood, realizó una serie de filmes que intentaban conjugar su sensible personalidad y, porqué no, el beneplácito del público. Obras como El año que vivimos peligrosamente (The Year of Living Dangerously, 1982) o Gallípoli (1981) así nos lo demuestran. Peter Weir ha sido siempre un cineasta preocupado por los problemas de nuestro tiempo y cómo el ser humano se ha enfrentado a ellos. Desde la guerra, los cambios políticos, la importancia de los medios de comunicación, el destino de las personas... tal preocupación y su particular estilo no se alteraron demasiado cuando se sintió atraído por Hollywood. Si bien, no ha llegado a realizar una película tan interesante como cualquiera de sus obras australianas, en especial las dos primeras, por las que siento un especial aprecio –y que son dos de las mejores cintas realizadas en los años setenta dentro del fantastique–, Weir nunca a renunciado a su personalidad. Aunque ha realizado un par de obras menores, que no mediocres, Matrimonio de conveniencia (Green Card, 1990) y El club de los Poetas Muertos (Dead Poets Society, 1989), cinta que cuenta con legiones de seguidores, por otro lado; Sin miedo a la vida (Fearless, 1993) o El show de Truman (The Truman Show, 1998) son una clara muestra del insobornable oficio de este autor. Sin embargo, más de uno debió sorprenderse cuando fue anunciado para llevar a la pantalla una adaptación de las populares y prestigiosas novelas de Patrick O'Brian, el C. S. Forrester de la segunda mitad del siglo XX. Una novela de aventuras marineras ambientada en plena guerra anglo-americana (que se torna en las guerras napoleónicas en el filme), no parecía el vehículo más adecuado para Peter Weir. Una vez más, este director australiano ha logrado sorprender incluso a sus seguidores, realizando una cinta magistral.

 

La misma temporada del estreno del filme que nos ocupa, una cinta de piratas –género olvidado hoy en día a excepción de la divertida pero algo fallida La isla de las cabezas cortadas (Cuttroath Island, Renny Harlin, 1995)– fue el gran éxito del verano en todo el mundo, Los piratas del Caribe. La maldición de la Perla Negra (Pirates of the Caribbean. The Curse of the Black Pearl, Gore Verbinsky); entretenidísima cinta, auguraba buenos presagios para la obra, a priori a contracorriente, de Weir. Master and Commander narra la odisea del Capitán Jack Aubrey y su barco, el H.M.S. Surprise a la caza de una fragata francesa, la Acheron. Tanto Aubrey como su rival francés son unos expertos estrategas. Quién alcance una pequeña ventaja en algún momento será el vencedor.

 

La cinta está ambientada durante las guerras napoleónicas y las duras pugnas navales que vivieron Francia e Inglaterra para hacerse con el control de los mares. Recordemos que Nelson y su victoria en Trafalgar (1805) hicieron decantar definitivamente la balanza hacia el lado inglés. Weir no se limita a ser un mero ilustrador de la novela de O'Brian. Así lo han manifestado muchos de los seguidores de éste, entusiasmados por la cinta. Sino que la hace suya e intenta, de manera exitosa, llevarla a su terreno.

Los filmes australianos de Peter Weir destacaban por la utilización de los silencios, la inteligente comunión de música e imágenes y de la enorme fisicidad con que dotaba a sus películas, amén de otros rasgos. Pues bien, cuando parecía que estos elementos estaban casi desterrados del libro de estilo del director, aparecen de nuevo y con nuevos bríos. A pesar de ser una cinta con abundantes diálogos, en más de una ocasión dicen más los silencios que las palabras; por ejemplo, en la escena del suicidio del primer oficial Pullings y sus secuencias anteriores, con la tripulación del barco acosándole con miradas, gestos y silencios; o algunas de las estupendas escenas entre el capitán Aubrey y el doctor Maturin. Acompañando a estos silencios aparece la música; tanto la original, compuesta para el filme, que resulta una música, en ocasiones, incidental y que cede lugar y protagonismo a piezas barrocas y clásicas de las que es un amante Weir. Incluso ahora es emocionante recordar la asombrosa y sensible aparición de la Islas Gálapos, entre la niebla, al son del primer movimiento de la primera Suite para chelo de J.S. Bach o los barridos de cámara sobre la cubierta del Surprise con los compungidos rostros de los marineros después de un ataque de la Acheron con la Fantasía basada en un tema de Thomas Tallis de Vaughn Williams, acompañando la solemnidad del momento. El director ha logrado realizar una película que transpira una enorme fisicidad. Sentados en nuestras butacas sentimos el calor de los trópicos, la dureza del cabo de Hornos, la angustia de las horas sin viento… proezas que recordamos de Gallípoli o Picnic en Hanging Rock, la secuencia de las niñas tendidas sobre las rocas y bajo el abrasador sol australiano, por ejemplo.

 

El filme está presidido por el realismo. Peter Weir logra conjugar el clasicismo de la novela de O'Brian y sus antecedentes tanto literarios – Chaqueta Blanca de Herman Melvilla, o alguna de las novelas de Joseph Conrad– como cinematográficos –cabe recordar El hidalgo de los mares (Captain Horatio Hornblowe, R.N., Raoul Walsh, 1951)– con la modernidad. A los clichés de las cintas de aventuras marinas, Weir suma una puesta de escena clásica pero moderna, en muchas ocasiones con cámara al hombro y realizando un retrato de la vida marítima de enorme realismo, alejado de la obra de Walsh o de muchas de sus antecesoras. Creo que hay dos películas que sirven de clara referencia para hablar de Master and Commander como influencias, y de las que pocos críticos, o ninguno, se han hecho eco. El realismo de la vida del barco, rememora, en más de una ocasión, al retrato de Wolfgang Petersen en El submarino (Das Boot, 1981), con una diferencia de más de cien años entre las embarcaciones, claro está. La radiografía de las interioridades del submarino, sus miserias, e incluso sus olores, son los de la fragata Surprise en la cinta de Weir.

 

En más de una ocasión, estamos ante un documental que nos narra la vida cotidiana en una fragata de inicios del siglo XIX. La rutina, los trabajos más nimios, los detalles en el manejo de la embarcación, la vestimenta de los marineros… todo está descrito con un enorme detalle, al igual que en su original literario. Mientras que para la descripción “moral” de sus personajes, y la vida de la oficialidad en más de una ocasión la película me recordó a La fragata infernal (Billy Budd, 1962), la magistral adaptación de Peter Ustinov de la novela corta de Herman Melville. La diferencia es que la bajeza ética y la ambigüedad de muchos de los personajes de la novela y la cinta adaptada por Ustinov, no la encontramos en la película de Weir. El director realiza una exploración sobre la amistad, el compromiso y el trabajo en equipo.

Las secuencias entre Aubrey y Maturin, soberbiamente interpretados por Russell Crowe y Paul Bettany –que en más de una vez le roba la escena–, son claras a este respecto. Ambos son grandes amigos, se respetan, pero tienen cometidos diferentes. Uno es un militar, el otro un científico y los dos están plenamente identificados con su profesión –vale la pena recordar el periplo de Maturin por las Gálapagos cual Darwin avant lettre –, pero tendrán que negociar y respetar sus intereses mutuos para llevar a buen puerto su misión. Dicha relación de amistad no es la única que encontramos en el filme. Hay muchas más, se diría que Peter Weir nos describe a sus personajes como parejas más que como individualidades. Quizás mi favorita, sea la hermosa historia entre los dos jóvenes guardamarinas, Lord Blakeney y Calamy. A pesar de sus orígenes diferentes, la mar y el compromiso por el servicio les unen, al igual que sus sueños de aventuras y gloria –aún vistiendo sus uniformes no son más que unos niños– haciendo que una relación meramente profesional trascienda hasta límites de enorme hondura –como podemos ver en la bella y emotiva secuencia del entierro de Blakeney–. En estas relaciones de amistad, y en general, en la descripción de unos personajes bien desarrollados, vemos el excelente pulso de Weir para sacar lo mejor de sus actores –recordemos que incluso hizo actuar a Jim Carrey en El show de Truman –, otra de las señas de identidad del director.

Master and Commander es una cinta histórica que no aburrirá a nadie. A pesar de que su línea argumental es más bien simple, el juego del escondite entre dos barcos, Weir sabe otorgar interés a la historia y dotarla de una gran riqueza de matices, en especial en lo concerniente a la pintura de sus protagonistas, haciendo que el espectador comparta las aventuras y desventuras de los marineros. La película interesará a quién busque divertirse y entretenerse, a quién quiera una lúcida descripción de la vida en un barco del siglo XIX, a aquellos que se sientan interesados por la historia del período, a quién le interese una buena adaptación literaria… Nos encontramos ante la mejor película norteamericana del año 2003, con el permiso de Gus van Sant y Elephant.
 

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