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T. O.: Hanna K.
Producción: Gaumont, K.G. Productions y Films Antenne 2 (Francia-Israel, 1983).
Productor ejecutivo: Michèle Ray-Gavras.
Dirección: Costa-Gavras.
Argumento y guión: Franco Solinas y Costa-Gavras.
Montaje: Françoise Bonnot.
Fotografía: Ricardo Aronovich.
Decorados: Pierre Guffroy.
Música: Gabriel Yared.
Intérpretes: Jill Clayburgh (Hanna Kaufman), Jean Yanne (Victor Bonnet), Gabriel Byrne (Josué Herzog), Moohamed Bakri (Sélim Bakri), David Clennon (Amnon), Shimon Finkel (Profesor Leventhal), Michal Bat-Adam (La mujer rusa), Dafna Levy (Dafna), Oded Kotler (El extranjero), Robert Sommer (Primer presidente de la Corte).

Color – 108 min. Estreno en España: 28-XI-2003.

 
El compromiso con los conflictos políticos del siglo XX ha definido claramente la postura artístico-creadora de Constantin Costa-Gavras desde los inicios de su carrera. Este cosmopolita autor se dio a conocer internacionalmente con su film Z (1969), que analizaba el asesinato del líder pacifista Grigoris Lambrakis como causa inmediata del golpe de Estado de los coroneles en Grecia. La película tuvo una calurosa acogida en todos aquellos países en los que la censura no prohibió su exhibición y se benefició de la efervescencia del Mayo francés y los movimientos hippies. Sin embargo, no fue estrenada en nuestro país hasta después de la muerte de Franco.

Otro tanto ha ocurrido con Hanna K. (1983), que ha tardado veinte años en estrenarse fuera de Francia. En esta ocasión, el motivo de la demora está vinculado directamente a la propia distribución del film, que fue abortada a causa de la hostilidad con que el público acogió, en su día, esta particular visión del conflicto entre palestinos e israelíes, todavía vigente.

Hanna K. narra el itinerario personal de una mujer judía, polaca de origen, norteamericana de nacimiento y francesa por matrimonio, que se establece como abogada en Israel. Costa-Gavras trata de reflejar la búsqueda de una identidad personal en medio de la problemática concreta que envuelve a Hanna Kaufman (personaje ficticio creado por Costa-Gavras y Franco Solinas). Problemática que, en este caso, viene definida por medio de los tres personajes masculinos que rodean a la protagonista, entretejiendo a su alrededor un dilema ético y sentimental a la vez. Por un lado, está la relación que mantiene con su ex marido francés a quien abandonó para instalarse en Jerusalén. Por otro, tenemos a un joven fiscal israelí de quien se queda embarazada accidentalmente. Y, en tercer lugar, la figura de un palestino acusado de terrorismo al que Hanna defiende en los tribunales y acoge en su casa. Figura, esta última, que se revela enigmática durante buena parte del film y sobre la que recaen las dudas propias de la estructura de thriller que Costa-Gavras plantea en casi todas sus obras.

 

Este último personaje ilustra el punto de partida argumental que el realizador greco-francés utiliza para desarrollar las distintas caras del conflicto de Oriente Medio. Detenido por las autoridades israelíes, es juzgado por intentar reclamar los derechos de propiedad sobre una antigua mansión que perteneció a sus antepasados y es acusado por el fiscal judío con el que Hanna tiene una aventura. El nacimiento del niño intensifica el odio entre estos dos representantes de las diferentes culturas cohabitantes en Israel.

Paradójicamente, Jerusalén está fotografiada con una gran exquisitez formal que induce al espectador a reflexionar sobre lo ajeno que resulta el entorno natural a cualquier debate humano. En ese sentido, Costa-Gavras confiere al escenario el carácter sagrado que posee para ambos pueblos, desligándolo de las sangrientas revueltas que aún hoy en día azotan Tierra Santa.

A diferencia de otras películas de su autor, Hanna K. no toma base en ningún hecho verídico, sino que surgió de la inquietud de sus guionistas por la situación de los refugiados palestinos en Beirut. Costa-Gavras explica la génesis del film en las dos siguientes declaraciones a la prensa:

“Yo me marché a Estados Unidos para el rodaje de Missing y Franco me dijo que iría a Beirut a ver si encontraba algún tema. Estuvo en los campos de refugiados, se entrevistó con resistentes palestinos y, cuando volvimos a encontrarnos, me dijo que ahí había material para una película”.

“La historia de cómo empezó todo es una aventura larga y confusa. Fue hace mucho tiempo, es imposible precisar cuándo. A lo mejor cuando Claude Berri me propuso hacer una película basada en Oh, Jerusalén , la novela de Dominique Lapierre y Larry Collins; tiene que ver con mi proyecto de hacer una película sobre la Comuna de París y sobre los ex comuneros que fueron expulsados a Argelia y que, dada la coyuntura del momento que transformaba las mentalidades, se convirtieron en colonos. O quizá empezara cuando Leopold Trepper –fundador de la organización Orquesta Roja- me contaba que, cuándo él era un joven comunista polaco desembarcado en Palestina, quedó asombrado al ver que los sindicatos judíos de izquierdas excluían a los árabes”.

La presente obra cuestiona las estructuras colectivas dominantes en el país y obliga al espectador a concienciarse con la situación política por medio de una figura protagonista ajena a la rivalidad entre judíos y palestinos. La necesidad de emancipación de Hanna respecto al triángulo masculino que la envuelve la impulsa a plantearse con mayor seriedad el conflicto entre estas dos culturas con el propósito de encontrar la postura humana más correcta. Franco Solinas y Costa-Gavras aprovechan este tratamiento del drama personal de Hanna para hacerlo extensible al público e inducirle a la identificación con el personaje. No obstante, el debate instaurado por el film queda abierto, propiciando una lectura menos manipuladora del mismo. Perspectiva que el cinéfilo exigente agradece en comparación con otras obras del mismo autor que se mueven de manera muy obvia en el terreno de la demagogia (como es el caso de su reciente Amén).

A pesar de todo, la propuesta ideológica de Costa-Gavras en Hanna K. tiene un carácter inequívocamente propalestino que influyó en su momento de manera muy decisiva sobre los distribuidores y los periodistas, quienes iniciaron una campaña de desprestigio contra la película. La organización sionista B'nai B'rith Board of Governors difundió un memorándum, fechado en Nueva York el 10 de octubre de 1983, manifestando lo siguiente:

“El film presenta una visión superficial y distorsionada de las acciones y actitudes israelíes frente al problema de los refugiados palestinos. Afortunadamente, a juzgar por las reacciones iniciales de los críticos, la película deja mucho que desear en términos de guión, reparto y producción, y probablemente no será un éxito de taquilla”.

Por su parte, Constantin Costa-Gavras se defendió de las acusaciones argumentando que dicha organización recurrió a motivos de carácter político y religioso para difamar al film:

“Aunque tenía el respaldo de Universal, en Estados Unidos se estrenó en una sola sala, durante una semana y con los gastos a cuenta nuestra, para mostrársela a determinadas personas. No tengo elementos para hablar de un complot judío contra Hanna K. , lo que sí puedo demostrar es que en Estados Unidos hubo una organización judía que distribuyó entre los periodistas un papel en contra del film”.

De todos modos, el debate más interesante que introduce la película es aquél que centra el análisis del conflicto a partir de la contradicción entre el Derecho y la Historia. El autor de Estado de sitio (1973) manifiesta sutilmente su desacuerdo con la causa histórica que apoya al pueblo israelí en virtud de su papel desempeñado como pueblo elegido por Dios y reclama los derechos de los palestinos a quienes se les ha arrebatado sus propiedades. El hecho de que la protagonista de la historia sea jurista enriquece la lectura crítica de la reivindicación judía por la tierra desde el preciso instante en que este argumento se convierte en un motivo para dudar de la legitimidad de las leyes que protegen a unos y desamparan a otros. El acierto de Costa-Gavras se halla en la serenidad con la que es capaz de abordar esta perspectiva del conflicto de Oriente Medio confiriendo a Hanna K. la madurez que tan sólo poseen las obras más lúcidas de aquellos cineastas de talante comprometido (como Gillo Pontecorvo en La batalla de Argel o Francesco Rosi en Salvatore Giuliano). Todos estos atributos convierten la presente película en una obra a reivindicar a la hora de analizar las causas profundas de los conflictos humanos y, a su vez, en una razón de peso para congraciarse con la aportación del cine político a la Historia del Séptimo Arte.

 

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