A pesar de todo, la propuesta ideológica de Costa-Gavras en Hanna K. tiene un carácter inequívocamente propalestino que influyó en su momento de manera muy decisiva sobre los distribuidores y los periodistas, quienes iniciaron una campaña de desprestigio contra la película. La organización sionista B'nai B'rith Board of Governors difundió un memorándum, fechado en Nueva York el 10 de octubre de 1983, manifestando lo siguiente:
“El film presenta una visión superficial y distorsionada de las acciones y actitudes israelíes frente al problema de los refugiados palestinos. Afortunadamente, a juzgar por las reacciones iniciales de los críticos, la película deja mucho que desear en términos de guión, reparto y producción, y probablemente no será un éxito de taquilla”.
Por su parte, Constantin Costa-Gavras se defendió de las acusaciones argumentando que dicha organización recurrió a motivos de carácter político y religioso para difamar al film:
“Aunque tenía el respaldo de Universal, en Estados Unidos se estrenó en una sola sala, durante una semana y con los gastos a cuenta nuestra, para mostrársela a determinadas personas. No tengo elementos para hablar de un complot judío contra Hanna K. , lo que sí puedo demostrar es que en Estados Unidos hubo una organización judía que distribuyó entre los periodistas un papel en contra del film”.
De todos modos, el debate más interesante que introduce la película es aquél que centra el análisis del conflicto a partir de la contradicción entre el Derecho y la Historia. El autor de Estado de sitio (1973) manifiesta sutilmente su desacuerdo con la causa histórica que apoya al pueblo israelí en virtud de su papel desempeñado como pueblo elegido por Dios y reclama los derechos de los palestinos a quienes se les ha arrebatado sus propiedades. El hecho de que la protagonista de la historia sea jurista enriquece la lectura crítica de la reivindicación judía por la tierra desde el preciso instante en que este argumento se convierte en un motivo para dudar de la legitimidad de las leyes que protegen a unos y desamparan a otros. El acierto de Costa-Gavras se halla en la serenidad con la que es capaz de abordar esta perspectiva del conflicto de Oriente Medio confiriendo a Hanna K. la madurez que tan sólo poseen las obras más lúcidas de aquellos cineastas de talante comprometido (como Gillo Pontecorvo en La batalla de Argel o Francesco Rosi en Salvatore Giuliano). Todos estos atributos convierten la presente película en una obra a reivindicar a la hora de analizar las causas profundas de los conflictos humanos y, a su vez, en una razón de peso para congraciarse con la aportación del cine político a la Historia del Séptimo Arte.