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T. O.: Vozvrashcheniye
Producción: Ren Film (Rusia, 2003).

Productor: Dimitri Lesnevsky.

Director: Andrei Zvyagintsev.

Guión: Andrei Zvyagintsev y Alexandr Novototsky.
Fotografía: Mikhail Krichman.
Música: Andrei Dergachyov.
Decorados: Zhanna Pakhomova.
Montaje: Vladimir Mogilevsky.
Intérpretes: Vladimir Garin (Andrey), Ivan Dobronravov (Iván), Konstantin Lavronenko (Padre), Natalia Vdovina (Madre), Galina Petrova (Abuela). Color - 105 minutos. Estreno en España: 7-XI-2003.

Para su debut cinematográfico, Andrei Zvyagintsev –joven director ruso de tan sólo 30 años– no podía haber apuntado mejor en todos y cada uno de los conceptos que ésta, su ópera prima, propone, tanto a nivel formal como de contenido .

Hasta la fecha, Zvyagintsev tan sólo había desarrollado su labor como director en las tablas de los teatros independientes de Moscú. Posteriormente, dio el salto a la pequeña pantalla a través de la publicidad. Tras un breve periplo en ésta –lo suficiente como para poder aprender las técnicas más básicas de rodaje –, fue reclamado para dirigir tres episodios de la serie de televisión rusa “Black Room”. Esta corta carrera profesional, le hizo valedor de la atención del productor cinematográfico Dimitri Lesnevsky, quien le ofreció la dirección de El regreso.

Este film nos narra la historia de dos jóvenes hermanos –Andrei, el mayor e Iván, el menor – que se enfrentan al regreso de su padre, un hombre del que desde hacía doce años no sabían nada. La aparición de éste da origen a un sinfín de conflictos en el núcleo familiar provocados por la dura autoridad que muestra hacia sus hijos. Tras unas pocas horas en casa, el padre decide llevarse a sus hijos de pesca durante dos días. Sin embargo, una vez empezado el viaje, el mismo padre decide que deberán estar con él durante más tiempo. Poco a poco, a medida que los días transcurren sobre la superficie de una isla desierta, el clima que envuelve a los tres personajes va armándose de tensión, en especial entre Iván, el hijo más rebelde, y su padre. Este clima, finalmente, desembocará en un casi inevitable y trágico final en el que el padre fallece, por accidente, ante la atónita mirada de sus hijos.

Partiendo de esta –en apariencia – sencilla historia (siempre lineal, sin un exceso de subtramas artificiales, con unos personajes claramente definidos), Zvyagintsev logra un resultado final mucho más complejo y repleto de dobles sentidos y metáforas de lo que cabría esperar para un autor novel. De esta forma, el director no tan sólo construye un apasionante drama de un núcleo familiar inusual, sino que consigue realizar un sutil pero visible relato envuelto de simbología religiosa.

Desde el inicio del film, es éste uno de los puntos más sorprendentes. Son abundantes, y en muchas ocasiones explícitas, las referencias que el autor crea entre la figura del padre y la figura de Cristo.

El regreso se articula a nivel temporal durante casi toda una semana. La acción del film da comienzo un domingo para acabar, ya en su final, en un viernes. Así pues, Andrei Zvyagintsev, plantea a partir de este momento toda una serie de claras alusiones religiosas. Para empezar –y quizás sea éste uno de los apuntes más sutiles– el aludido regreso del padre tiene lugar durante un día de domingo. En el idioma ruso, la palabra que se utiliza para domingo es voskresene, la cual etimológicamente significa Resurrección. Este “juego” acerca de los días de la semana y la figura del padre halla su fin con la muerte de éste que, también significativamente, tiene lugar un viernes.

Pero, como ya hemos indicado, las referencias cristianas son varias a lo largo del metraje de la película. Y si bien al espectador se le puede escapar la relación entre la aparición y muerte del padre con el significado cristiano del viernes y el domingo, el director es capaz de ofrecer otros símbolos mucho más visuales. Uno de ellos es, claramente, la reproducción cinematográfica que realiza del óleo de Andrea Mantegna Cristo Muerto. El director ruso muestra al padre de Iván y Andrei descansando sobre las sábanas de su cama con la exacta iconografía que Mantegna ideó. Con esta imagen queda claramente reflejada la idea que el director tiene en mente, el hecho de tratar la figura del padre como la de Jesucristo.

Posteriormente a esta imagen, su hijo menor se refugia en el desván de su casa en busca de una fotografía de su padre. Curiosamente, esta fotografía se halla entre las páginas de una Biblia, justamente en la página que muestra un grabado del sacrificio de Isaac, estableciendo así un puente entre la imagen y lo que la película ofrecerá en sus últimos minutos.

Es durante este día de domingo que más abundan las imágenes religiosas. Así, encontramos de nuevo otra clara referencia durante la primera comida que el padre hace con su familia. En este momento, la imagen remite directamente a las diferentes iconografías de la última cena de Jesús y sus discípulos. No sólo eso, sino que también las acciones que el padre realiza ayudan a apoyar esta idea: la manera como despedaza y reparte el pollo alude a la manera de partir el pan de Cristo. Y también la insistencia en que todos beban vino –incluso sus hijos, poco acostumbrados por las reacciones que muestran – puede tomarse como otro signo cristiano reflejado en la figura del padre; concretamente, se refiere a la Eucaristía.

A partir de estas imágenes y alusiones al cristianismo, se podrían elaborar dos discursos diferentes sobre los posibles significados que guardan tales referencias. Por un lado, asistimos al regreso del padre como Salvador, aquél que mediante su sacrificio logrará establecer la paz y el autoconocimiento en aquellos que lo necesitan, en este caso, su hijo menor Iván. Para él, la aparición del padre significa llegar a superar sus miedos y llegar a sentir el amor hacia él y el arrepentimiento por no haber sabido o podido quererle anteriormente.

Por otro lado, y desde un punto de vista histórico (y quizás, a estas alturas, algo más tópico) vemos el regreso del padre como el regreso de lo que fue Rusia. Es decir, nos encontraríamos una vez más con el enfrentamiento entre “lo viejo y lo nuevo” (nunca mejor dicho), entre un mundo de tradiciones patriarcales y otro de ideas mucho más progresistas, para finalmente hallar la disolución de la vieja Rusia, es decir, la muerte del padre dejando paso a su progenie. En este sentido, esta idea está también muy remarcada mediante el uso de la banda sonora, ya que une melodías rusas tradicionales, interpretadas por instrumentos autóctonos, junto con destacadas sonoridades propias del tecno y los sintetizadores.

Dejando atrás las posibles especulaciones sobre la figura del padre y la religión, El regreso consigue alzarse como un bello poema acerca de lo no dicho y lo no mostrado. Es decir, uno de los mayores atractivos de este film radica en todo aquello que no llegamos nunca a saber y todo aquello que no nos es nunca mostrado. En este sentido, la película actúa admirablemente por omisión. Nunca a lo largo del metraje llegaremos a saber qué es lo que los chicos escriben en su diario, ni tampoco llegaremos a ver las fotos que han tomado al lo largo de su viaje. Sin embargo, en el epílogo de la película, sí podremos ver algunas de las fotos que hicieron, pero ninguna de ellas se corresponde con ningún momento que el espectador haya podido ver.

Igualmente, jamás podremos llegar a saber qué contiene la caja que el padre desentierra en la cabaña de la isla. Este hecho, que contribuye a enturbiar todavía más la figura de este padre hostil, tampoco les será revelado a sus hijos, al igual que el pasado del padre y las razones de su vuelta. Todo ello, logra que el espectador se mantenga firme en el desarrollo de la historia presente, tan sólo llegando a intuir qué pasó años atrás. En todos estos aspectos, es ciertamente gratificante asistir a la proyección de un film en el que lo explícito queda anulado para jugar a favor de aquello que somos capaces de intuir.

De esta forma, el director aparta cualquier elemento que pueda entorpecer el relato presente para poder centrarse mejor en él. Y sin duda, logra su cometido, ya que la descripción de qué lugar ocupa cada uno en su rol familiar resulta siempre franca y acertada. Con tan sólo dos pinceladas, llegamos a saber cómo es cada uno de los personajes: el padre autoritario e independiente, Andrei, el hijo sumiso que desea tener a su padre como modelo, e Iván, el hijo rebelde que necesita respuestas para poder llegar a ver a ese hombre como a su padre.

Si bien hemos podido ver cómo a nivel narrativo y conceptual El regreso funciona a la perfección, también consigue su cometido a nivel visual. La película, organizada en mayor parte en base a travellings laterales de planos vacíos de figuras humanas y a un gran estatismo de la cámara aguantando el plano durante un largo espacio de tiempo, logra desmarcarse de la actual cinematografía rusa por el hecho de adecuar fondo y forma casi a la perfección. Si bien sería importante desmentir el hecho de que Andrei Zvyagintsev es el sucesor de Andrei Tarkovsky. Precisamente ese fondo y forma (en definitiva, el contenido total del film) es aquello que lo aleja de llegar a parecerse a un film de Tarkovsky, por mucho que un par de planos del viento soplando entre los árboles lo puedan recordar.

Ciertamente, no parece que exista la posibilidad cercana de hallar a un autor tan personal y único como Andrei Tarkovsky, aun proviniendo de sus mismas latitudes. Pero si el futuro trabajo que Andrei Zvyagintsev desarrolla en su país sigue la estela de El regreso , por lo menos, habrá otro nombre memorable de la cinematografía rusa.

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