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Os
voy a contar una anécdota. Howard Hawks llamó una vez
a John Wayne por teléfono y le dijo: "Oye, ¿qué
te parece hacer una película conmigo?"; "Encantado,
¿con quien más?"; "¡Contigo y con Robert
Mitchum!"; "¿Y dónde ocurre?"; "Pues
ocurre en Arizona"; "Perfecto, ¿y de qué trata?";
"¿Cómo que de qué trata? ¡qué
más te da de qué trata! ¡la gente va al cine a
veros a vosotros! Hombre, pasan cosas, nada más, porque las
complicaciones argumentales confunden al espectador". El espectador
va a ver a John Wayne, sobre todo en películas de grandes estrellas,
va a ver a Burt Lancaster, a Ingrid Bergman...Y entonces tiene que
haber una complicación argumental para mantener aquello de
pretexto, pero en realidad si esa complicación es complicada,
perdón por la redundancia, pues eso fatiga al espectador. Y
esa lección aún no la he aprendido yo. Siempre tengo
el defecto de que en mis películas los argumentos son demasiado
complicados. No lo puedo evitar. Lo sé perfectamente que no
debe ser así, pero cuando las repaso, las vuelvo a escribir
y tal lo voy complicando, lo voy complicando, y eso no es bueno. Tantas
idas y venidas ¿son de alguna necesidad?
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Esos
han sido mis legados, mis credenciales a las que me he mantenido siempre,
más o menos. No me gustan las adaptaciones, porque pienso que
las adaptaciones se pueden hacer por dos razones. Una, para aprovechar
el éxito económico de un libro -como Lo que el viento
se llevó, que era mucho más famosa la novela que la
película, aunque la película siga y la novela haya pasado
a segundo término-, o se pueden hacer por un propósito
gubernamental, político, de divulgar por razones culturales,
didácticas... En la Unión Soviética, en los años
cincuenta y sesenta, se hicieron bastantes adaptaciones de las grandes
literaturas, simplemente para que los espectadores que normalmente no
hubieran leído un libro de Tolstoi o de Shakespeare o de Cervantes,
pues entonces tenían la ocasión de utilizar un sucedáneo
y les compensaba. Pero hablando en términos no comerciales ni
didácticos, en términos creativos, lo mejor que se puede
hacer con una gran obra de literatura es leerla. Tú vas al cine
no a ver un substitutivo, una ilustración de algo. Puede ser
que tú partas de un personaje de una obra y luego lo utilices
a tu manera, pero no me gustan las adaptaciones.
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No
me gustan tampoco las películas de época. ¿Por qué?
Porque no me las creo. Si las hace muy bien y las hace otra persona, pues
puede ser que llegue a aceptarlas. Yo tengo que contar, así como
me salga, porque me da vergüenza y miedo decirlo aquí, que
fui a Nueva York a ver Shakespeare in Love y me salí a media
película. Porque todos los actores eran muy buenos, los trajes
eran muy buenos, todo era de primerísima categoría y aquel
mismo día por la noche le daban el Oscar a la mejor película
del año, pero si en una película ya desgraciadamente todos
hacemos "como qué", en una película histórica
pues todavía más. Me explico. Desgraciadamente no se ha
inventado una cámara que sin iluminar y sin nada y sin guión
y sin nada vayas a rodar a un sitio y cojas el momento... Sabemos que
es imposible por una serie de razones que no vamos a perder el tiempo
explicando. Pero que salga una señora vestida de reina y arrastrando
una cola y un caballero con una espada, en un teatro lo aceptas, porque
el teatro es contemporáneo a la obra -tú vas a ver a Shakespeare
y la obra es contemporánea- y te traspones culturalmente a ese
momento. En el cine a mí, por lo menos a mí, me cuesta mucho
trabajo. Es más, una vez me vi obligado a hacer una serie de televisión,
por una serie de circunstancias que no vienen a cuento, y claro, yo me
vi en el berenjenal de tener que dirigirla y yo me desgastaba rodando.
"¡A ver, que pasen!", y pasaban unos señores y
unas señoras vestidas con unos sombreritos, y los coches pasaban...
Pero cuando vas a rodar una película hoy en día, pues te
vas a la calle y pasan los coches que pasan, a lo mejor si alguno tiene
que hacer algo determinado ese coche naturalmente pertenece al rodaje,
lo ha llevado producción, pero vamos, entendedlo en qué
sentido lo digo.
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Yo
hice un spaghetti western, como habéis dicho, porque era
la primera película que me producían. Estaba yo muy asustado,
porque mis compañeros algunos incluso habían salido después
que yo y habían tenido menos nota y entonces resulta que hacían
dos películas y yo no hacía películas...Yo estaba
todo desesperado, porque había montado todo el tinglado de mi
vida para eso, y no había manera
Y entonces alguien, un
loco, me propuso hacer un spaghetti western, y entonces yo pensé
fríamente: "Nadie te da una película porque nunca
he hecho una película, pues hay que romper esa especie de cascarilla
y llevar la cosa por algún lado". Entonces dije: "Vamos
a hacer éso". Al mismo tiempo, pensé fríamente
que en la escuela de donde había salido había aprendido
todo lo que me podía enseñar la escuela, pero claro, primero
las escuelas de entonces no eran tan sofisticadas como las de ahora,
eso en primer lugar, y en segundo lugar había que contrastar
toda aquella teoría -que era fundamentalmente teoría,
aunque hiciéramos alguna práctica también-, había
que contrastarla con la realidad de un rodaje. Y entonces me dije: "Bueno,
yo también aprenderé mientras hago la película",
porque yo sabía muy poquito cuando salí de la escuela.
Entonces eso me sirvió, naturalmente, porque planteaba muchos
problemas de conocer actores, de montaje sobre todo..., la acción
había que montarla, era el Oeste, había cabalgadas, no
más que en las películas del Oeste normales, pero bueno.
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Me
acuerdo que en aquella película (Brandy) había dos
coproductores italianos
Yo he sido muy gran admirador del cine italiano,
pero sólo del gran cine italiano. Lo demás nunca me ha gustado
ni me ha interesado ni nada, porque digo que en buena parte el cine italiano
tiene nuestros propios defectos, que es la tendencia al sainete, la tendencia
a la gracia local, y entonces quitando Rossellini, De Sica y tres o cuatro
más, pero muy pocos más, no me interesa. Pero bueno, de
esos coproductores italianos uno era un bobo, el otro fue un productor
importante hasta el punto que luego produjo El último tango
en París. El bobo venía al rodaje de vez en cuando.
Yo creo que la película en España se hacía con dinero
de italianos, o sea que hasta cierto punto tenían razón
para exigir, pero bueno...Decían: "¡Aquí una
batalla!¡aquí una pelea!"; "Oye, pero si en la
secuencia anterior ha matado a alguien, ¿por qué tienen
que matar otra vez?". ¿Por qué? Porque siempre el sucedáneo,
el subproducto, con relación al original, quiere tener más
que el original. O sea, en La diligencia, yo le decía, como era
muy inocente y muy ingenuo entonces, "¡Sí, hombre, Salvatore!".
Me llevé tan mal con él que juré, y lo hice en mi
primera película, que el malo de todas mis películas se
llamaría Albiso, que era el apellido de aquel hombre. Bueno, luego
rodó en Italia él, dirigiendo más incendios y más
cabalgadas y más cosas. Entonces decía: "Bueno, ¡si
en La diligencia -aparte de la maravillosa cabalgada que todos
sabemos- sólo hay una escena en un salón, sólo hay
un muerto, sólo hay un desafío!", y entonces él
quería que prácticamente cada plano acabara en un desafío.
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