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Bueno,
el segundo modelo, el cine de mi juventud, era el Neorrealismo. O
sea, yo desemboqué en el Neorrealismo después del cine
americano y aquello cambió toda mi vida; es la manera que ya
no he dejado de ser un devoto, un hijo del cine americano y un hermano
o primo del Neorrealismo. Es más, yo creo que el Neorrealismo,
que ya se ha terminado, que ya se ha superado, como todas las etapas
de la vida, con el Neorrealismo termina lo que yo me atrevería
a calificar como "el viaje de ida" del cine. El viaje de
ida del cine comienza en Méliès y acaba, a mi modo de
ver, con Rossellini, con los neorrealistas. Hasta entonces el cine
va progresando, va descubriendo, va creciendo, va "de ida".
A partir del Neorrealismo, y sobre todo a partir de la aparición
de la Nouvelle Vague francesa, podríamos comenzar lo que yo
califico de "camino de vuelta". No porque el cine vaya a
peor, sino porque el cine ya cuenta con el propio cine para ir desarrollándose.
Con el Neorrealismo termina el cine naïf, el cine de la voluntad,
de la ilusión, de interés, de descubrir cosas. Hasta
ese momento el cine va descubriendo el mundo, va descubriendo la gramática
del cine, va descubriendo una serie de puntos, capítulos, etapas
sobre el llano, pero a partir del Neorrealismo el cine se repliega
un tanto sobre sí mismo y empieza a reconsiderar a los maestros
del cine que han sido hasta entonces pues las cabezas del cine: John
Ford, Renoir, etc. Entonces comienza digamos la aventura cultural
del cine, lo cual no deja de estar bien, sobre todo es irremediable;
pero al mismo tiempo el cine pierde un tanto de vitalidad, un tanto
de ilusión, un tanto de aventura
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Yo
he sido realista, naturalmente. No concibo algo que no sea realista
en el cine, aunque a veces el realismo no solamente son las apariencias,
sino va por dentro también. O sea, un propósito, una finalidad,
una intención pueden hacer realista una historia que en principio
no lo parece tanto. Yo creo, lo he pensado siempre, yo soy enemigo de
los movimientos de cámara. Eso, dicho en plena edad del cine
dogma, pues es un escándalo, pero voy a intentar ejemplificarlo,
porque en cambio coincido con otras propuestas de Dogma. Bastante, además.
Pienso
siempre que el espectador que va al teatro hace un pacto tácito
al entrar en una taquilla cuando saca su boleto. Vamos a ver el teatro
gracias a una convención, una convención que es tan previa,
tan aceptada, y es que el teatro podemos verlo y disfrutarlo gracias
a que no tiene una cuarta pared. Si hubiera una cuarta pared, si la
embocadura del escenario no existiera, pues entonces simplemente no
podríamos asistir a la representación teatral. Pues en
el cine hay otra convención también aceptada, y es que
la cámara no existe. La película se hace con una cámara,
eso está fuera de toda duda. Los sistemas
ahora parece
ser que el digital y todo eso
, pero las cámaras es con
lo que se hacen las películas. Hasta los dibujos animados se
hacen con una cámara. Pero a partir de ahí termina la
convención. Con la cámara, con los movimientos de cámara,
podemos seguir mejor la peripecia de los personajes, por supuesto. Si
unos personajes van corriendo o simplemente paseando y hablando entre
ellos, la cámara tendrá naturalmente que seguirles, antecederles,
porque gracias a ese movimiento podremos presenciar, vivir, escuchar,
etc., la conversación de los personajes...
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Esa cámara que no existe, como la cuarta
pared del teatro, en mi opinión no se debe notar, no se debe de
ver, porque entonces estamos hablando, estamos refiriéndonos al
material del trabajo. Es como quien tiene una mesa y disfruta de esa mesa:
es cómoda, firme, segura
, pero ya nada más, no hace
falta tener ahí la herramienta con que se ha confeccionado esa
mesa. Entonces yo siempre he opinado lo mismo: los movimientos de cámara
son necesarios, imprescindibles, a costa de que no se note la cámara.
Cuando en los años sesenta el cine francés, el más
culto y el menos cinematográfico de los cinemas occidentales, siguiendo
algunas tendencias novelísticas, la cámara recorría,
por ejemplo, presentaba un personaje inmerso en un escenario, un decorado,
pues la cámara iba describiendo ese decorado, iba viendo los muebles,
la mesa de trabajo, los cuadros
En fin, lo que consideraba representativo
de ese lugar donde vive o vivía el personaje. Pues a mi modo de
ver, insisto, era simplemente aplicar al cine unos procedimientos ajenos
a la cinematografía, en este caso los literarios, y sobre todo
dar valor protagonista a ese objeto gracias al cual hacemos la película,
pero que no es más que un objeto. Un objeto mecánico, desarrollado,
sofisticado, lo que queráis, pero un objeto, una máquina.
Bien, yo siempre he pensado así.
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He
pensado también que las películas tienen que tener acción,
entendiendo por acción algo más que los puñetazos,
las persecuciones, las cabalgadas, etc., aunque también todos
esos elementos son acción, claro
Porque al cine vamos a
ver, por definición física, mecánica, fisiológica,
algo que se mueve. Si no se mueve nos sentimos defraudados, porque para
eso podemos usar un libro o una fotografía. O sea, que el movimiento
es una condición intrínseca, ontológica, del cine.
El espectador no va a enterarse de una situación al cine; el
espectador va a presenciar una acción, que es el milagro que
nos está vetado a los ciudadanos medios en cuyas vidas, las nuestras
quiero decir, no tiene demasiadas ocasiones de realizarse a través
de acciones.
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Yo
recuerdo
Antes, cuando la gente iba mucho más al cine que
ahora, aunque se ha animado en los últimos años -no mucho
en este último, hasta ahora había una recuperación
de espectadores, lo cual me alegro mucho-, pero hace años, hace
treinta, cuarenta o cincuenta años, la gente de verdad sólo
tenía el cine. No había coches, no había vacaciones,
y la gente los días de fiesta iba al cine, y muchos días
laborables también. Yo recuerdo, por ejemplo, los lunes en las
oficinas las secretarias hablaban entre ellas: "¿Qué
hiciste el sábado?" -se preguntaban la una a la otra-; "pues
fui con mi novio a ver una película"; "ay, ¿qué
tal es?"; "pues muy bonita, estupenda"; "ay, ¿y
de qué trata?"; "pues de una chica que tiene un novio
que no le convence demasiado y de repente aparece el jefe
que es
un tío fantástico y guapo y rico y no sé qué",
y entonces le contaba la historia. Y la otra, por instinto -porque la
gente es maravillosa, somos maravillosa en cuanto actuamos por instinto,
ya menos maravillosos cuando actuamos por otras razones
- pues decía
"ah, bueno, ¿y qué pasa?", porque a las películas
vamos a ver qué pasa. A las películas no vamos a enterarnos
de una situación donde todo está milagrosamente más
o menos pasivo, estático, sino que vamos a presenciar la acción.
A las películas vamos a ver qué es lo que pasa, no de qué
tratan. Cuando queremos ir al cine para ver de qué trata algo es
cuando vamos a ver una película documental.
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