Si hubiéramos de definir con una palabra la presente obra, bastaría con decir que es una obra completa. Es así que el tratamiento aparentemente tangencial que el Prof. Caparrós Lera da al “séptimo arte” -expresión que acuñara Ricciotto Canudo para defender el valor estético-plástico inherente a la representación fílmica-, da paso a un profundo análisis del estado de la cuestión, pese a la ausencia de notas a pie de página, que se resuelve -todo hay que decirlo-, con un listado de definiciones exentas de la indigestión que provoca una espesa obra de erudición a precio de oro. El lector no tardará en advertir que, a fin de dar sentido a su tesis, Caparrós rescata del olvido -demasiado frecuente en estos días de anestesia colectiva- a teóricos como Canudo o Wegener, algunos de los pioneros más relevantes, a los que sin duda alguna, podríamos situar en un grado jerárquico prominente.
Con una finalidad divulgativa, José María Caparrós responde, capítulo a capítulo, a cuantos interrogantes asaltan al espectador de cine sediento de conocimientos. Basándose en la relación connatural entre aprendizaje y comprensión, el autor descompone todo el entramado cinematográfico, en cuya particular singladura, nos da a conocer el séptimo arte haciendo hincapie en su potencial expresivo y en su evolución histórico-social. De sus razonamientos, se infiere que el Cine es espectáculo e industria a un tiempo. Como espectáculo, el Cine fabrica sueños y promueve el sentimiento de alteridad. Como industria, es un producto de masas con facultad para absorber el ocio y la cultura populares. Caparrós analiza con especial interés el Cine como arte, que define como “intuición poética”, un estado de ánimo sujeto a una particular cosmovisión de la realidad. La creatividad del artista está, sin embargo, sometida a la tiranía del mercado, superestructura que regula el funcionamiento de la industria, una hipertrofia corporativa cuya importancia depende del beneficio de la cartelera. Nada tiene que ver el Cine actual con el de hace más de cien años, cuando, tras Lumiéré, Edison y Skladanowski; Charles Pathé y Leon Gaumont hicieron industria del espectáculo. Menos aún, cuando pasó de ser teatro filmado (Film d'Art) a dotarse de un lenguaje propio (David W. Griffith). Como medio de comunicación social, el Cine infunde ideas (reales o ficticias) sobre lugares y sociedades propios y ajenos. Por lo demás, la experiencia intrauterina que el espectador experimenta en la sala de proyección es como un ritual propiciatorio para la fantasía, que desaparece como el sueño del neonato cuando se golpea contra la realidad al nacer.