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A través del encuadre y de una cuidada iluminación, el rostro de Juana está humanizado, es la representación de una patria sufriente y traicionada por el extranjero. Mediante una estética casi expresionista, tanto en la actuación como en la fotografía, Aurora Bautista llega a convertirse en epítome de la Castilla mítica; Sara Montiel, en cambio, no sobrepasa la representación de sí misma. Curiosamente esta película es la primera superproducción en la que participa Sara Montiel, dentro de una carrera que alcanzó su punto culminante con otro film de Orduña, El último cuplé (1957), con el que llegó a convertirse en todo un sex symbol nacional. Si el personaje encarnado por Aurora Bautista está marcado por el delirio, el de Sara Montiel lo está por el deseo. Cada uno de los gestos del personaje de Aldara está cargado de un erotismo contenido (tan contenido como la sexualidad reprimida bajo el franquismo) que muy pronto fue el rasgo más característico y explotado de las actuaciones de Sara Montiel.
Al igual que ocurriera con Felipe, desde su primera aparición en escena el personaje de Aldara queda marcado por la lujuria y la sensualidad. Falsa y concupiscente, movida por los celos, consigue entrar en palacio haciéndose pasar por una dama castellana, para vengarse de Juana. Al final se redime al matar a De Vere, salvando así la vida de su amado capitán y, por lo tanto, la del caudillo defensor de una patria a la que inequívocamente desea pertenecer. En la relación de amor /odio de la mora se entrecruzan dos tipos de deseo: uno se mueve dentro del dominio de lo privado (su amor no correspondido por don Álvar); el otro tiene una proyección nacional (el deseo de venganza de su pueblo derrotado por la monarquía cristiana). Como consecuencia, sus celos tienen una doble dimensión: amorosa y patriótica. Aldara envidia a Juana porque tiene el amor del capitán, pero envidia también lo que Juana representa, la grandeza del imperio español. Sumathi Ramaswamy explica que el nacionalismo “is a structure of sentiment that turns around longing and belonging” (10), de forma que los regímenes del deseo que erotizan a la comunidad imaginada son esenciales en la formación de las ideologías nacionalistas. Aldara desea (“longs”), pero no pertenece (“she does not belong”) a esa patria imaginada y mitificada que se intenta mantener viva durante el franquismo.
El destino final de Aldara se aparta del modelo original. Si en la obra de Tamayo y Baus, Aldara termina por ingresar en un convento, en el film de Orduña decide regresar “a sus tierras de África”, donde le aguarda el destino propio de todo objeto colonial subalterno: existir como ficción imaginada por el sujeto de la metrópoli. Esta desviación de la película con respecto a su referente literario es sintomática del interés acuciante que el franquismo mostró por reafirmar el esquivo concepto de “imperio”, justo en el momento en que los últimos restos del colonialismo español en África empezaban a derrumbarse. Dicha desviación permite asimismo fortalecer el discurso sobre la identidad nacional de Occidente por oposición a un Oriente fabulado: “European culture gained in strength and identity by setting itself off against the Orient as a sort of surrogate and even underground self” (Said 3). Al volver a su condición subalterna, Aldara queda redimida y el orden restablecido.