El Oficial-Padre, el Sargento-Humano, el Soldado-Corajoso, la Mujer-Ángel-del-Hogar, el Periodista-Patriótico, etc., son las dramatis personae de una guerra cruel aunque heroica y épica en su fenomenología. Pero, ¡un momento! Al retratar a estos comediantes nos hemos saltado una pregunta que no por ser de Pero Grullo podemos evitar: ¿por qué se combatió en Vietnam? ¿Qué demonio había pasado en ese remoto rincón de Asia para que EE.UU. enviara a sus hijos a morir?
Pues bien, en ningún momento de la narración fílmica nos son comunicadas las causas de la guerra: ni las verdaderas ni las falsas a las que nos tenían acostumbrados muchos guionistas de Hollywood. Nada. Vietnam es un lugar remoto en el que se desarrolla un conflicto al que son destinados los miembros de VII Cuerpo de Caballería, el mismo que acaudilló otro falso mito de la frontera americana, el general Custer.
Un lugar abstracto, metafísico, en el que individuos agrupados bajo distintas banderas se matan sin un porqué evidente. La guerra ya no es la extensión de la política por otros medios, sino una pieza teatral hermética cuyo significado intuimos de la caracterización de los protagonistas americanos: ¿cómo van a sacrificarse nuestros hombres sin un motivo real, certero, inaplazable? Algo habrán hecho los vietnamitas para que unos individuos tan buenos dejen a sus hijos y esposas para irse a una guerra lejana, ¿pero qué?
Llegaremos hasta el final del filme sin salir de nuestra duda, por lo que tendremos que aceptar la intuición y no la explicación de la tragedia. Algo parecido pasó con la guerra de Irak: el gobierno de George W. Bush invadió Irak aduciendo como excusa la existencia de unas armas de destrucción masiva (que nunca aparecieron) con las que Saddam Hussein iba a atacar a EE.UU. No hubo lógica aparente: ni tan siquiera una explicación “coherentemente falsa” -que diría Chomsky- como aquella formulada por Reagan en los años ochenta. Ahora, la intención es presentar la guerra como un choque suspendido en el aire y envuelto por nebulosas acusaciones y apelaciones viscerales a una libertad amenazada -parafraseando al escritor Dino Buzzati- por unos salvajes “tártaros” que han de llegar pero que nunca aparecen en el horizonte, y como no vienen “pues nosotros vamos a por ellos”.
El objetivo de Cuando éramos soldados y de la administración de Bush es descontextualizar la contienda, hacerla ininteligible para el pueblo-espectador mediante un proceso de aceptación intuitivo y burdamente silogístico (si los nuestros son buenos y sólo matan en defensa propia y los malos nos quieren atacar, ¿por qué no defendernos aniquilándolos?). Se trata, pues, de despolitizar la guerra, borrar sus motivos -imperialismo, control de los recursos energéticos y hegemonía planetaria- para centrarse en la delineación de unos tipos humanos perennes y ahistóricos (el blanco civilizado, el negro y el hispano integrados, el “moro” y el “amarillo” resentidos y salvajes, etc.) funcionales al propósito de desviar al espectador del análisis y comprensión del mundo que le rodea.
Esfumar causas, invisibilizar el marco socio-político, resaltar a los protagonistas en clave sentimental y no como portadores de un sistema de valores o contradicciones… son los pasos esenciales para sofisticar el conflicto y hacerlo comprensible a unos pocos iniciados: igual que para las actuales exposiciones de arte conceptual, ininteligibles sin la ayuda del crítico-de-arte-depositario-de-las-claves-de-la-descifración, los nuevos cineastas y políticos neocons “conceptualizan” la guerra y la tornan interpretable sólo para aquellos analistas a sueldo de las cadenas televisivas afines al gobierno, y a la gente corriente no le queda más que contemplar la violencia esteticista y bien confeccionada de los combates, sea en una película sea en un reportaje de la CNN.
Anótense, pues, el título de este filme: con los años se transformará en un paradigma para las futuras películas de cine bélico que retratarán no sólo Vietnam, sino todas aquellas guerras que no nos las podrán colar como justas e indispensables. Y no lo duden, las habrá.
GIAIME PALA es licenciado por la Universitat Pompeu Fabra. Colabora en el Arxiu històric de la Fundació Cipriano García (Barcelona). Ha sido co-organizador del ciclo Cinema i Món del treball. Fordisme i post-fordisme, celebrado en la UB.
e-mail: giaimepa@hotmail.com