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El gozo fue completo cuando unos años después, en el verano de 1777, finalmente se consumó el matrimonio real y María Antonieta se convirtió en verdadera esposa. Al poco tiempo se convertiría en madre, el 19 de diciembre de 1778. La alegría de dar un hijo al rey y a la Corona se vio empañada por tratarse de una niña, a la que llamaron María Teresa Carlota, en una época en que se prefería la sucesión masculina. El primer niño llegaría el 22 de octubre de 1781, el delfín Luis José Javier Francisco. Posteriormente tendría otro hijo, Luis Carlos, nacido el 27 de marzo de 1785.  

Cumplida su principal misión de dar sucesión a la Corona, aunque siempre se preocupará mucho de sus hijos, María Antonieta siguió con su vida de lujo y diversiones. Ansiosa de placer y de libertad, en la película escenas como la que nos la presenta comiendo dulces con una fruición golosa, más propia de una niña que de una reina, o el episodio de su escapada de palacio disfrazada para asistir a un baile, como una alocada joven más que como una soberana ejemplar, resultan bien reveladoras de la contradicción en la que María Antonieta quedó atrapada. Fue una mujer alegremente lanzada a la búsqueda del placer y de la felicidad, dos metas tan características de su tiempo, cuando, como Reina que era, lo que se esperaba de ella era una vida intachable y recatada, consagrada a su familia y a su pueblo.
María Antonieta tendió a apartarse de sus responsabilidades regias cada vez más. Dejar el gran palacio de Versalles, para ella opresivo, buscar más libertad fijando su residencia en el Petit Trianon, y mandar construir después el Hameau, como un idílico refugio campesino, son decisiones que no harán sino distanciarla todavía más de la realidad de su posición. Son hermosas las escenas de la película en que María Antonieta, dejando de lado su condición real, se convierte en una joven madre que  juega con su hijo en plena naturaleza. Esta tierna relación materno-filial, ese amor por la naturaleza estaban entre los nuevos ideales de la época, pero no era lo habitual en las familias reales. Una vez más María Antonieta era más mujer que reina.

Y no fueron sólo los lugares, también las gentes. Rompiendo las normas de la sociedad cortesana, había ido rodeándose de su propio círculo de amistades, no siempre elegido con suficiente prudencia. Damas como la princesa de Lamballe y la duquesa de Polignac y caballeros como el duque de Coigny y el baron de Besenval, eran sus íntimos. Tenían enorme encanto, pero no eran modelo de ejemplaridad. La predilección que sentía hacia el conde sueco Axel de Fersen y la comprometedora relación que ambos mantuvieron supuso un elemento más de polémica y descrédito. Esos perfiles de irresponsabilidad, de atrevimiento, de imprudencia que había en su personalidad no le serían ni comprendidos ni tolerados.

Las críticas crecían sin cesar. Se la acusaba por muchos motivos. Por razones políticas se la censuraba por olvidar sus deberes regios, por aislarse de la realidad en el brillante mundo cortesano y por influir indebidamente en las decisiones de gobierno. Por razones económicas se la criticaba, con mucha razón, por gastar excesivamente en seguir la moda, derrochando capitales en vestidos y joyas, y por arriesgar grandes sumas en el juego. Precisamente su afición por la moda queda magníficamente reflejada en la película, que hace un inmenso despliegue de medios en el riquísimo y bellísimo vestuario, inspirado en pinturas, grabados y diseños de la época, traducido con un gusto excelente y siempre interpretado con libertad. Son centenares los vestidos de la reina, con todos sus complementos, desde las fantásticas pelucas a los preciosos zapatos, los que desfilan hoy por la pantalla como desfilaron por la corte de Versalles, para sorpresa y admiración de todos, entonces y ahora. Con todo merecimiento obtuvo la película el Oscar del año 2007 al mejor diseño de vestuario, a cargo de Milena Canonero.

En 1785 el escándalo del collar de diamantes, valorado en la enorme cantidad de un millón y medio de libras, causó un daño irreparable a su prestigio. Aunque la reina era inocente, víctima de complicados tráficos de influencias, la opinión pública la convirtió en la culpable principal no sólo del asunto del collar, sino de la crisis total de la Hacienda francesa, poniéndole el mote de “Madame Déficit”. Si graves eran las críticas por motivos económicos, peores eran las que se le hacían por razones morales. Se la condenaba por su vida frívola, acusándola de adulterio y atribuyéndole tanto amantes masculinos, especialmente el conde Fersen, como amantes femeninas, como la duquesa de Polignac. Paulatinamente las críticas darían paso a las calumnias.

En una época en que la ejemplaridad de la realeza era uno de sus principales baluartes de legitimidad, atacar la reputación de la reina, con razón o sin ella, era una magnífica arma política. El asalto revolucionario contra la monarquía tuvo mucho que ver con la opinión que se fue extendiendo en contra de María Antonieta. Simbolizaba el mundo de privilegios, lujos y riquezas del Antiguo Régimen frente a una sociedad castigada por la crisis económica, ansiosa de igualitarismo y dispuesta a intentar el cambio por todos los medios. Pero no era la única culpable ni tampoco la mayor. Sin embargo, contra ella todo resultaría válido, recurriendo a las más infamantes campañas pornográficas con tal de destruir su imagen y con ella la de la Corona de Francia.

A partir del inicio de la Revolución en 1789 la vida de María Antonieta se sumiría en el desastre. El 4 de mayo se abrieron los Estados Generales y comenzaron los problemas, el 4 de junio murió su hijo mayor el Delfín, lo que representó un gran dolor para ella, el 14 de julio el asalto de la Bastilla rompió los diques y la propia cabeza de la Reina fue puesta a precio. El 5 de octubre una gran masa marchó hacia Versalles, los reyes fueron apresados y conducidos a París, al palacio de las Tullerías.

El trágico final

La película se detiene justo en ese momento, cuando los reyes se ven obligados a dejar el palacio de Versalles. María Antonieta traspasaba entonces una nueva y definitiva frontera de su biografía. Igual que no vimos el comienzo de su vida en Viena, no veremos en la película tampoco su trágico fin en el París de la Revolución triunfante. Pero en la mirada de despedida de la reina cuando abandona Versalles y dice adiós no sólo a los lugares, sino también a su vida en ellos, ya se adivinan los terribles acontecimientos que seguirían. La directora es plenamente consciente de la importancia de ese momento en la vida de María Antonieta y por eso lo elige como final de su película. Tal como explica en la entrevista citada: “La estancia de Maria Antonieta en prisión es materia para otra película. No he querido hacer una película en la que interviniera ningún aspecto político. De hecho, siempre trabajé en el clímax de la película en el momento final en el que ella se encuentra cara a cara por primera vez con el pueblo en el balcón de palacio. Para mí, ése es el momento crucial en el que la niña princesa se transforma en mujer reina, o por supuesto en una mujer que es capaz de analizar lo que está sucediendo. Pero es demasiado tarde.” En el melancólico final de la película se presiente la gran tragedia que se acerca.

La historia continuó. La Revolución se radicalizaba continuamente. Luis XVI y María Antonieta, que se sentían en peligro, finalmente decidieron escapar hacia la frontera con el Imperio, pero fueron detenidos en Varennes el 21 de junio de 1791. El fracaso de su huida tendría consecuencias muy graves. De la tensión padecida por la reina es prueba que en aquellos pocos días sus cabellos se tornaron completamente blancos. El 13 de septiembre de ese año 1791 Luis XVI aceptó la nueva Constitución. Pero no fue suficiente. El caos se agudizaba y los acontecimientos se precipitaron. María Antonieta seguía concitando todas las iras. A pesar de todo, era el principal apoyo de Luis XVI. Como diría Mirabeu, “el rey no cuenta más que con un hombre: su mujer”.

En 1792 se producirá el desastre final. El 10 de agosto el palacio de las Tullerías, donde se hallaban los reyes, fue tomado al asalto y los soberanos trasladados a la prisión del Temple. Durante las masacres de septiembre, una de las mejores amigas de la reina, la princesa de Lamballe, fue salvajemente asesinada y su cabeza, clavada en una pica, paseada a la vista de los reyes. Todavía peor, los revolucionarios dirigieron sus ataques contra la misma familia real. El rey fue procesado y condenado a muerte. Fue ejecutado el 21 de enero de 1793. María Antonieta se convirtió en viuda y pasaron a denominarla despectivamente “la viuda Capeto”. Ya muy enferma, padeciendo graves hemorragias, en los meses siguientes sufrirá un verdadero calvario. En julio le será arrebatado su hijo, en agosto será separada de su hija María Teresa y de su cuñada Isabel y conducida a la Conciergerie.

Comenzó de inmediato su proceso. El 3 de octubre María Antonieta compareció ante el Tribunal. Las acusaciones eran gravísimas y denigrantes. Además de acusarla de alta traición por connivencia con los enemigos de Francia, mucho peor fue acusarla de corromper a su propio hijo. Ante semejante infamia mantuvo la dignidad y se defendió con mesura y convicción, invocando como madre la comprensión de las madres de Francia. No había pruebas, pero la Reina fue condenada.

La carta de despedida que escribió de madrugada a su cuñada la princesa Isabel retrata el estado de su espíritu en esa hora suprema: “Acaban de condenarme a muerte, no a la muerte vergonzosa que sólo merecen los criminales, sino a una muerte que me reunirá con tu hermano. Soy tan inocente como él y espero demostrar la misma firmeza que él hasta el final. Estoy serena, como lo está quien lleva la conciencia tranquila”. Y terminaba diciendo: “Piensa siempre en mí. Un abrazo de todo corazón para ti y para esos pobres y queridos hijos míos. Dios mío, me parte el alma tener que dejarlos para siempre. Adiós, adiós, ahora sólo pienso en mi deber espiritual…”

El 16 de octubre de 1793, fue trasladada al lugar de la ejecución en una simple carreta. La imagen que de ella recogió el pintor Luis David es el mejor testimonio de la destrucción de su figura, arrebatada toda su belleza y su elegancia, aunque conservando siempre la cabeza alta, signo para unos de orgullo despreciativo y para otros de dignidad inocente. Al mediodía, esa cabeza rodó bajo la cuchilla de la guillotina. Fue enterrada sin ceremonia alguna en el cementerio de la Madeleine. En 1815 sus restos, junto a los de Luis XVI, fueron trasladados al panteón real de Saint-Denis.

La Revolución fue la definitiva frontera que traspasó María Antonieta, y no sólo fue una frontera biográfica, sino histórica. Como señala con gran acierto el historiador Carlos Martínez Shaw, gran especialista en el siglo XVIII, en un artículo aparecido en El Cultural, titulado “Hijos de la Revolución”: “Hasta el 14 de julio de 1789, María Antonieta vivió como cientos de soberanas del Antiguo Régimen, frívolas y despilfarradoras (y mecenas de las artes y las letras también), que vivieron y murieron a la sombra de sus maridos los reyes.

En esa primera época no sólo no demostró especiales virtudes sino que le fueron atribuidos vicios como la extravagancia y el desenfado de la Corte, mientras disfrutaba el orden natural de las cosas. Hasta la toma de la Bastilla. Desde esa fecha, la figura de María Antonieta se agiganta porque supo afrontar el torbellino terrible de la historia con una dignidad y valentía inusitadas, a pesar de su terror absoluto y de las terribles acusaciones que debió afrontar. En esos momentos dramáticos suplió a su marido, paralizado ante los acontecimientos, en la búsqueda de aliados y de soluciones (intrigas internacionales, intentos de huida), apareciendo como esposa, madre y mujer íntegra, y con una actitud admirable hasta la muerte. Eso la redimió, ante los ojos de muchos, de su inconsistente vida anterior, pues su arrebato de fuerza y energía desesperadas la convirtieron en todo un símbolo. Para otros historiadores, en cambio, tal vez menos efectistas, no pasa de ser un personaje menor, secundario ante la importancia esencial que la muerte de Luis XVI tiene en la Historia de Europa y del mundo. Con una certeza: sin la Revolución, la reina de Francia hubiese sido una soberana más, apenas una anécdota, una nota a pie de página en el libro de la historia.”

Para algunos el fallo de la película sería precisamente hurtar el final de la historia de María Antonieta, lo que le da al personaje su dimensión trágica y su verdadera dimensión histórica. Pero creo que el final elegido está en consonancia con el propósito fundamental de la película. No entrar abiertamente en el análisis de la responsabilidad que le correspondió a la reina en el desarrollo de los acontecimientos, pero ofrecer suficientes pistas de su verdad.

Fue una mujer deseosa de vivir, de ser libre y de ser feliz, en definitiva una mujer de su tiempo. Aquel tiempo final del Antiguo Régimen que Talleyrand calificó como el del “placer de vivir”. El comienzo de un tiempo nuevo. No olvidemos que la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, del 4 de julio de 1776, entre los derechos reconocidos a todos incluía la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Sólo que a María Antonieta en el reparto de papeles le había tocado el difícil papel de ser una reina del absolutismo ilustrado, con la inmensa carga de deberes y obligaciones que ello suponía, un papel que no había elegido, como ningún ser humano puede elegir el que le toca en suerte, pero del que no pudo o no supo estar a la altura, a pesar de sus indudables buenas intenciones. Precisamente a ella que gozó de tantos privilegios se le negó su derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad.

María Antonieta se vio atrapada en esa contradicción, en medio además de unas circunstancias extraordinariamente difíciles, un trascendental cambio histórico, en el que ella, a pesar de su privilegiada posición, poco hubiera podido influir, pero que la convirtió en víctima y la condenó. Pese a todo, en mi opinión, la película de Sofía Coppola muestra mucho. Al menos para los que sabemos cómo fue la historia, resulta suficiente tragedia ver a María Antonieta, tal como nos la presenta el film, como una maravillosa mariposa que perdió la libertad cazada por la red de un destino que la superaba. Comenzó entre flores, en un palacio, y acabó entre rejas, en una prisión, las risas se convirtieron en llantos, las multitudes que la aclamaban luego la insultaron. La caprichosa diosa fortuna hizo girar velozmente su rueda. El cambio resulta además paradójico. María Antonieta, una mujer deseosa de felicidad, acaso mucho menos feliz de lo que parecía, que fue condenada a muerte precisamente por haberse convertido en símbolo de felicidad. Y no se lo perdonaron. Incomprendida por la gran mayoría de sus contemporáneos, María Antonieta, consciente de la polémica que generaba su figura, confió la defensa de su causa a las gentes del futuro.

En una carta de 1789 escribió: “Espero del porvenir un juicio justo y eso me ayuda a soportar mis sufrimientos.”

Serán de nuevo las certeras y valientes palabras de Madame de Staël, escritas en 1793, en los terribles meses finales, las que nos pueden dar una certera clave para comprender al personaje: “La calumnia se ha cebado en la reina, incluso antes de esta época, en la que el espíritu de partido ha hecho desaparecer la verdad de la tierra. La triste y sencilla razón de todo esto  es que era la más feliz de las mujeres. ¡María Antonieta, la más feliz! Eso le tocó en suerte, por desgracia, y el destino del hombre es hoy tan deplorable que el espectáculo de la rutilante prosperidad se convierte en un presagio funesto. Cuántas veces he oído contar la llegada a Francia de la hija de María Teresa, aquella hermosa joven cuya gracia rivalizaba con su dignidad, tal y como hubiera cabido esperar en aquel tiempo de la reina de los franceses. Imponente y dulce, podía permitirse todo lo que la bondad le inspiraba  sin menoscabar nunca la majestad del rango que se le exigía respetar. El entusiasmo de los franceses al verla fue inenarrable; el pueblo que la recibió como una reina adorada, parecía estarle agradecido por ser encantadora; su atractivo embelesaba por igual a la multitud y a la corte que la rodeaba. Aún no hace ni cinco años y ya ha transcurrido toda su vida política, todo lo que le ha valido el amor o el odio; no hace ni cinco años veíamos a todo París caer rendido a sus pies; los mismos caminos que hoy recorre de suplicio en suplicio entonces se alfombraban de flores a su paso y, seguramente, la reina reconoce hoy mismo los rasgos que entonces la acogieron, las mismas voces que se elevaban al cielo implorando por ella. ¿Y qué ha pasado desde entonces? Su coraje y su desgracia.”

Madame de Staël compadecía a la reina, compadecía sobre todo a la mujer que era María Antonieta y en ella compadecía a todas las mujeres: “Vuelvo a vosotras, mujeres inmoladas todas en una madre tan tierna, inmoladas todas por el atentado que se cometería contra la debilidad, por la aniquilación de la piedad; ¿qué será de vuestro imperio si reina la ferocidad, qué será de vuestro destino si vuestras lágrimas corren en vano? Defended a la reina…”.

 

FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA

 

T. O.: Marie Antoinette. Producción: American Zoetrope, para Columbia Pictures (USA, 2006).
Productores: Sofia Coppola y Ross Katz. Directora: Sofia Coppola. Guión: Sofia Coppola. Fotografía: Lance Acord. Música: Richard Beggs y Brian Reitzell. Diseño de producción: K. K. Barrett. Dirección artística: Pierre du Boisberranger y Jean-Yves Rabier. Vestuario: Milena Canonero. Montaje: Sarah Flak. Intérpretes: Kristen Dunst (María Antonieta), Jason Schawartzman (Luis XVI), Judy Davis (Condesa de Noailles), Rip Torn (Luis XV), Asia Argento (Condesa du Barry), Danny Huston (Emperador José), Mary Nighy (Princesa Lamballe), Jamie Dornan (Conde Fersen), Al Weaver (Conde d’Artois). Color - 123 minutos. Estreno en España: 5-I-2007.

 

 

 

 

MARIA ÁNGELES PÉREZ SAMPER es catedrática de la Universidad de Barcelona (UB) y directora del Departamento de Historia Moderna de la Facultad de Geografía e Historia de la misma UB.
Autora de numerosas investigaciones especializadas, entre sus últimos libros cabe destacar  La vida y época de Carlos III (1998), La España del Siglo de las Luces (2000), La Casa de Borbón: Familia, Corte y Política, 2 vols. (con Mª T. Martínez de Sas y Mª Victoria López Cordón, 2000), Poder y Seducción: Grandes damas de 1700 (2000), Isabel de Farnesio (2003), Isabel la Católica (2004).

e-mail: angelesperez@ub.edu

 

 

 

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