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Memoria es un término polisémico. Para definir la memoria de una manera exhaustiva, podríamos considerar el proceso cognitivo de aprendizaje y recuerdo que determina a cada individuo. Pero también en el ámbito de la colectividad se llevan a cabo procesos de creación de sentido que se prolongan y evolucionan en el tiempo y que definen y cohesionan al grupo…

Pero la especial consideración de la que es objeto la memoria en nuestras sociedades va más allá de las dimensiones más objetivables del fenómeno. Y, aunque no se pretende profundizar aquí en las líneas de investigación abiertas al respecto, así lo atestigua toda la producción académica desarrollada en este sentido. Sin embargo, más que la labor investigadora desarrollada, lo que interesa aquí es que los medios de comunicación y la industria cultural en general son claves en esta recuperación perentoria del pasado que se está produciendo en nuestras sociedades.

Imposible llegar a una conclusión clara sobre si todo este fenómeno tiene que ver con el uso de la memoria como objeto por parte de la sociedad de consumo1 . O, si, como afirma Jonathan Friedman, la construcción del pasado se concibe para dar continuidad al sujeto contemporáneo temeroso de sufrir una pérdida de identidad y proporcionarle, así, “una representación apropiada de una vida que conduce hasta el presente, esto es, una historia de vida modelada en el acto de la autodefinición.”2

Pero, sea cuál sea la razón, el caso es que la facilidad de las imágenes para condensar relatos, transmitir emociones y convertirse, así, en símbolos que se fijan fácilmente en la memoria colectiva no es ajena al hecho de que sean los medios audiovisuales los que estén contribuyendo de manera decisiva a la importancia que está alcanzando el pasado3 .

Por una parte, es evidente la necesidad de dotarse de contenidos que tiene el sector audiovisual, considerado estratégico en nuestra sociedad del conocimiento, y también resulta innegable la rentabilidad que se deriva de la difusión de los productos en los que se apela a los espectadores de mayor edad que suponen, por ejemplo, una importante cuota del mercado televisivo en España4 .

Centrada en imperativos comerciales, pues, esta recuperación de la memoria se vehicula preferentemente a través de formatos de entretenimiento. Evidentemente, también hay casos en los que esta revisitación del pasado se lleva a cabo a través de documentales o series históricas. Pero este tipo de fórmulas no constituye, ni mucho menos, una preocupación preferente para las empresas de producción audiovisual o los programadores de televisión.

En el caso español, el tratamiento mediático de la historia carece de moderación incluso en los espacios informativos. Por una parte, la inclusión de cualquier contenido histórico en las agendas tiene siempre mucho que ver con el interés coyuntural del tema, determinado, por ejemplo, por una efemérides como el setenta aniversario de la Guerra Civil Española que se cumple este año. Las más de las veces, incluso, suele ser la conveniencia política el factor determinante para que este tipo de cuestiones sean tratadas en los espacios informativos de las cadenas de televisión.

 

Además, aunque tradicionalmente se han asociado con los discursos de sobriedad por “su relación con lo real directa, inmediata, transparente”5 , tanto los documentales como las noticias o los reportajes de televisión están determinados actualmente por un claro proceso de espectacularización. Y, por eso mismo, incluso el discurso informativo referido a temas históricos suele definirse por una tensión dramática y emotiva que propicia, por ejemplo, que el recurso a los testimonios individuales 6 abunde cada vez más en detrimento de otros mecanismos como la argumentación descriptiva y, aparentemente, aséptica que transmitía el anterior predominio de la voz en off omnisciente. Pero hay otras derivaciones de esta tendencia a la espectacularización en los documentales televisivos referidos a la memoria colectiva que incluso pueden ser consideradas muy graves: si los testimonios de protagonistas o historiadores incluidos resultan más banales o sensacionalistas que demostrativos, y a eso se suma un uso impropio y poco cuidado de los recursos del lenguaje audiovisual, la tendencia a la dramatización de los acontecimientos deriva en melodrama y la reconstrucción de época en anacronismo7 .

 

Sea como sea, para evaluar la incidencia de los medios audiovisuales en los usos y abusos del pasado, hasta ahora se ha hecho mención reiterada a la televisión más que al cine. Parece poco cuestionable la mayor capacidad de difusión de las emisiones televisivas y su mayor eficacia, por tanto, en una continua labor de construcción y vivificación de los lugares de la memoria que sirven de punto de encuentro para la colectividad. Y, sin embargo, a pesar de que su alcance sea más limitado, el cine puede considerarse un medio especialmente valioso para analizar cómo se identifica la experiencia del pasado por parte de la colectividad, o cómo evoluciona esa percepción en el tiempo.

Por una parte, frente a la uniformidad imperante en el discurso televisivo, los géneros cinematográficos aportan elementos tan diferentes para la configuración de la memoria histórica como la información o la interpretación inherentes en las manifestaciones del documental o el imaginario subjetivo que subyace en la ficción.

Lo mismo que la televisión, el cine también utiliza los estereotipos como instrumentos para facilitar la identificación del espectador. Pero, aunque cada vez parece más claro que el cine se está contagiando de la avidez por lo inmediato que afecta al resto de medios de comunicación8 , el discurso fílmico alcanza una complejidad mucho mayor que unos contenidos televisivos cuya estructura y cuyo ritmo narrativo tienen como fin mantener a toda costa el interés de un público poco paciente y con muchas alternativas de ocio a su disposición.

Aunque poco a poco va siendo desplazado por el recuerdo de los años posteriores y la época de la transición política, setenta años después, entre los hitos históricos recreados por cine y televisión en España todavía perdura, con singular fuerza, el enfrentamiento bélico civil que transcurrió entre 1936 y 1939.

 

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NOTAS Y REFERENCIAS

 

11 Cfr. LE GOFF, J., El orden de la memoria. El tiempo como imaginario , Barcelona, Paidós, 1991, p. 178.

2 FRIEDMAN, J., Identidad cultural y proceso global , Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2001, p. 184.

3 Una utilísima aproximación a la imagen visual en todos sus aspectos es la de Jacques Aumont. El autor tiene en cuenta los mecanismos intrínsecos que determinan el comportamiento de las imágenes como vehículos de transmisión de significados. Además, en su análisis Aumont también considera el proceso de percepción de imágenes por parte del espectador y la importancia del contexto en el que esta percepción se lleva a cabo, lo que el llama “factores situacionales”. Véase AUMONT, J., La imagen , Barcelona, Ediciones Paidós, 1992.

4 En este sentido, Juan Francisco Gutiérrez analiza la importancia que han alcanzando los programas centrados en la memoria de los espectadores mayores como ejes de las estrategias de programación de las televisiones actuales. Centrado en el análisis de la acogida de la que fue objeto la televisión en sus inicios por parte de los andaluces, el estudio del profesor Gutiérrez Lozano establece interesantes pautas metodológicas para los estudios de Historia de la Comunicación centrados en los comportamientos de los receptores. En cuanto a lo expuesto por el autor acerca del uso de la memoria como referente en los programas de televisión actuales, véase, GUTIÉRREZ LOZANO, J. F., La televisión en el recuerdo. La recepción de un mundo en blanco y negro en Andalucía, Málaga, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Málaga /Radio Televisión Andaluza (RTVA), 2005, pp. 421-454.

5 NICHOLS, B., La representación de la realidad. Cuestiones y conceptos sobre el documental , Barcelona, Paidós, 1997, p. 32.

6 Para un análisis genérico acerca de la importancia que ha alcanzado el uso de las fuentes sobre todo en la producción de cine y televisión relativa a la Guerra Civil Española, véase, GUTIÉRREZ LOZANO, J. F. y SÁNCHEZ ALARCÓN, I., “La memoria colectiva y el pasado reciente en el cine y la televisión. Experiencias en torno a la constitución de una nueva memoria audiovisual sobre la Guerra Civil ”, en Història Moderna i Contemporànea (Revista en línea de la Universidad Autónoma de Barcelona: http://ddd.uab.es/pub/hmic/2005/micelania05.html ), 2005.

7 Son precisamente estas críticas las que se están atribuyendo, por ejemplo, a La guerra civil en Andalucía , una serie documental de siete capítulos que se incluye en la programación de Canal 2 Andalucía desde el pasado 26 de octubre. Véase, MARESCA, M., “Pío Moa en Canal Sur”, en El País , 4 de noviembre de 2006, p. 40.

8 Sobre esta cuestión, se plantean interesantes líneas de reflexión en un trabajo reciente: RUIZ MUÑOZ, M. J., “Modos, modas y modelos de conexión del cine con la actualidad” en Actas de las XIII Jornadas de Jóvenes Investigadores en Comunicación (CD-Rom), Zaragoza, Universidad San Jorge de Zaragoza / AIJIC / Asociación de la Prensa de Aragón, 2006, pp. 146-159.