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T. O.: Melinda and Melinda
Productora: Letty Aronso, para Gravier Productions-Perdido-Fox Searchlight Pictures (USA, 2004).
Director: Woody Allen.
Guión: Woody Allen.
Fotografía: Vilmos Zsigmond.
Música: Seleccionada por Woody Allen.
Escenografía: Tom Warren, Santo Loquasto y Regina Graves.
Montaje: Alisa Lepselter.

Intérpretes: Radha Mitchel (Melinda/Melinda), Chiwetel Ejiofor (Ellis), Will Ferrell (Hobbie), Amanda Peet (Susan), Jonny Lee Miller (Lee), Chloë Sevigny (Laurel), Wallace Shawn (Sy).

Color - 102 min. Estreno en España: 29-X-2004.

 

Dos mundos aparentemente antagónicos como la comedia y la tragedia han ido siempre de la mano en la historia del teatro y el cine. Y un buen ejemplo de ello ha sido la comedia americana, género al que pertenece Woody Allen, el último en plantearse tal dicotomía. Nos podemos remontar a los melodramas de Chaplin, oscilantes entre llanto y carcajada; o a las comedias de Hawks, donde la trágica humillación masculina era motivo de burla; o a la ácida obra de Wilder, en que la fuerza de los diálogos sepultaba cualquier análisis de unas realidades patéticas para hacerlas surgir en la reflexión posterior del espectador. Cada autor se ha planteado a su manera la relación entre las dos caras de la moneda. Y Allen, buen heredero de los maestros clásicos, lleva años haciéndolo en películas tan jocosas como emotivas (recordemos Manhattan o La rosa púrpura de El Cairo). Melinda y Melinda, su última obra, viene a insistir en este aspecto para estudiar una vez más la naturaleza de una y otra formas de arte.

Cuatro intelectuales neoyorquinos discuten sobre cuál de estos dos aspectos constituye la esencia de la vida. Y mientras uno defiende su naturaleza trágica y por tanto el enfoque cómico del arte, el otro opta por una vida optimista con un arte basado en la tragedia. A partir de sus reflexiones se hilvanan dos historias paralelas, con situaciones similares y personajes parecidos; sólo uno de ellos mantiene el nombre y el intérprete que lo encarna. Y éste es Melinda (Radha Mitchell), una joven problemática que cambiará la vida de un matrimonio en crisis. Olvidando las dos intrincadas historias, con toques corales propios del autor de Hannah y sus hermanas, nos centraremos en las diferencias entre ellas para llegar a descubrir qué es el drama y qué es la comedia para Woody Allen.

En primer lugar apreciamos una diferencia sustancial entre los dos relatos, que reside en el personaje protagonista: como es de suponer, la Melinda trágica se diferenciará de la cómica en que es alcohólica, fumadora, tiene una aureola de pesimismo… y un pasado. Este último elemento, junto a la relevancia de la vida profesional, es de una importancia capital en el drama; mientras que en la otra cara de la moneda sus recuerdos son pasados por alto y el interés narrativo en ellos es ínfimo. Las largas rememoraciones de la primera Melinda, filmadas en planos fijos del personaje, contrastan con los diálogos frecuentemente absurdos y banales de los protagonistas de la segunda historia, que conversan sobre la caza en África o la “lubina en pasta filo caramelizada”.

Dejando de lado estas evidentes diferencias, uno de los principales méritos de Melinda y Melinda es su capacidad de enfocar un mismo hecho desde dos perspectivas distintas: la de un filósofo y la de un bufón, la de un psicólogo y la de un caricaturista. Se pueden citar numerosos ejemplos de esta doble visión de los hechos, pero nos quedaremos con dos: el intento de suicidio, que pone punto final a la historia trágica y es concebido como un gag más en la cómica, y el descubrimiento de la infidelidad, reflejado con una tensa discusión en el primer relato y visto como una liberación en el segundo. A este enfoque dual contribuyen las magníficas interpretaciones, destacando Radha Mitchell, que se desdobla en dos papeles de forma excelente, y Will Ferrell, que hace de Woody Allen sin ser Woody Allen.

La música también nos ayuda a diferenciar las dos historias, pues en la primera se recurre a las notas clásicas de Stravinsky y Bartók y en la cómica se prefieren unos ritmos de jazz. Éstos constituyen un inconfundible sello personal del director, como también lo son el homenaje cinéfilo a The Black Cat (Edgar G. Ulmer, 1934) o el guiño a la ciudad de Barcelona, tan querida por el autor de Manhattan. Como un último apunte sobre la música hemos de decir que en el relato cómico está mucho más presente que en el trágico, recalcando así que la comedia no abunda en verosimilitud, tal y como antaño declaró Howard Hawks: “Las comedias son irreales. Las otras películas se supone que son la realidad”.

Pero volviendo a la dualidad entre tragedia y comedia, conviene fijarse en que sus similitudes a veces son más poderosas que las divergencias. Y, por ello, Allen no separa los relatos, sino que los encadena. Es también evidente que encontramos pinceladas cómicas en la primera historia (la conversación sobre el sexo con las embarazadas) y trágicas en la segunda (el momento en que el personaje de Will Ferrell se cree condenado a la soledad).

Woody Allen nos dice, pues, que no hay tragedia sin comedia y no hay comedia sin tragedia, susurrando que nuestra vida se compone de una y otra. Para demostrar esto, valga la pregunta del pianista negro (Chiwetel Ejiofor) y la respuesta que le da la Melinda del pesimismo: “Las lágrimas ¿son de alegría o de tristeza?”. “¿No son las mismas?”. Magistral conclusión.

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