Dos mundos aparentemente antagónicos como la comedia y la tragedia han ido siempre de la mano en la historia del teatro y el cine. Y un buen ejemplo de ello ha sido la comedia americana, género al que pertenece Woody Allen, el último en plantearse tal dicotomía. Nos podemos remontar a los melodramas de Chaplin, oscilantes entre llanto y carcajada; o a las comedias de Hawks, donde la trágica humillación masculina era motivo de burla; o a la ácida obra de Wilder, en que la fuerza de los diálogos sepultaba cualquier análisis de unas realidades patéticas para hacerlas surgir en la reflexión posterior del espectador. Cada autor se ha planteado a su manera la relación entre las dos caras de la moneda. Y Allen, buen heredero de los maestros clásicos, lleva años haciéndolo en películas tan jocosas como emotivas (recordemos Manhattan o La rosa púrpura de El Cairo). Melinda y Melinda, su última obra, viene a insistir en este aspecto para estudiar una vez más la naturaleza de una y otra formas de arte.
Cuatro intelectuales neoyorquinos discuten sobre cuál de estos dos aspectos constituye la esencia de la vida. Y mientras uno defiende su naturaleza trágica y por tanto el enfoque cómico del arte, el otro opta por una vida optimista con un arte basado en la tragedia. A partir de sus reflexiones se hilvanan dos historias paralelas, con situaciones similares y personajes parecidos; sólo uno de ellos mantiene el nombre y el intérprete que lo encarna. Y éste es Melinda (Radha Mitchell), una joven problemática que cambiará la vida de un matrimonio en crisis. Olvidando las dos intrincadas historias, con toques corales propios del autor de Hannah y sus hermanas, nos centraremos en las diferencias entre ellas para llegar a descubrir qué es el drama y qué es la comedia para Woody Allen.