T. O.: The Terminal.
Producción: Dreamworks (USA, 2004). Productor: F. Parkes, Laurie MacDonald y Steven Spielberg.
Director: Steven Spielberg.
Guión: Sacha Gervasi y Jeff Nathanson .
Fotografía: Janusz Kaminski. .
Diseño de producción: Alex McDowell.
Música: John Williams
Montaje: Michael Kahn .

Intérpretes: Tom Hanks (Viktor Naborski), Catherine Zeta-Jones (Amelia Warren), Stanley Tucci (Frank Dixon), Diego Luna (Enrique Cruz), Kumar Pallana (Gupta Rajan), Zoë Saldana (Dolores Torres), Chi McBride (Joe Mulroy), Barry “Shabaka” Henley (Ray Thurman), Eddie Jones (Salchak), Michael Nouri (Max), y Jude Ciccolella (Kart).

Color - 128 min. Estreno en España: 10-IX-2004.

La Terminal es una estrella más en el firmamento que conforma la exitosa filmografía de Steven Spielberg, el rey Midas del cine, quien, en esta ocasión, convierte en el más preciado metal un contexto tan propenso a la escenificación de desastres, malentendidos y todo tipo de sinsabores, como lo es la terminal de un aeropuerto, logrando construir un auténtico cuento de Navidad (con nieve incluida), que es preciso situar dentro de la más pura tradición de este género, desarrollado, en esta ocasión, en clave alegórica, en un escenario rebosante de actualidad.

Tom Hanks, protagonista del film, encarna a un viajero procedente de un imaginario país de la Europa del este (Krakoshia), que acaba de arribar al aeropuerto J. F. Kennedy de Nueva York. En el transcurso de su viaje su país ha sufrido un golpe de Estado, como consecuencia de lo cual su pasaporte resulta inutilizado. La aplicación de las leyes de inmigración americanas no le permite salir del aeropuerto, y tampoco puede, por el momento, regresar a su patria. Como única alternativa para dar una salida razonable y humana a su situación de apátrida, se le permite permanecer en la sala de tránsito internacional, por la cual se le autoriza a circular libremente.

Viktor Navorski, que así se llama el personaje a que da vida Tom Hanks, ha llegado a Nueva York con la intención de cumplir un pequeño sueño de su padre, ya fallecido. Este sueño, verdadero motivo de su viaje, no se revela, sin embargo, hasta muy avanzado el film, en uno de los momentos más intensos del mismo. En el ínterin que, para la realización de sus deseos, supone su larga estancia en la terminal (casi un año), se sitúa el grueso de la acción de esta cinta, así como su contenido fundamental. Retenido en el aeropuerto y sin posibilidades de alcanzar su pequeño sueño en la tierra de las oportunidades y de la libertad (paradojas de la vida), Viktor Naborski no es sólo capaz de sobrevivir en el pequeño y complejo mundo que representa el aeropuerto, lleno de trabas burocráticas ininteligibles, y en el que cada uno ha de valerse como buenamente pueda, sino que también, paulatinamente, sabe encontrar su sitio en él, aprovechando las oportunidades que se le brindan, hasta el punto de llegar, con su esfuerzo y tesón, a levantar un pequeño reino de esperanza e ilusión en torno suyo, que pronto encuentra el reconocimiento de sus vecinos.

En el abigarrado escenario de la terminal, los recursos argumentales y visuales, a los que se suman buenas dosis de comicidad, se superponen en la definición de un propósito rico y variado, con continuas interpelaciones al espectador, que no puede por menos de identificarse con determinadas situaciones. El conjunto de aspectos que conforman el film podría sintetizarse bajo las siguientes líneas temáticas:

El pequeño mundo a escala que representa la terminal es un mundo sujeto a reglas, unas procedentes del poder constituido, y otras que emanan de los partícipes de ese microcosmos. Ese mundo así organizado, se muestra, inicialmente, insensible hacia el dolor y desesperanza de Viktor, quien aparece rodeado de gente, pero completamente perdido y solo. Penetrar en ese mundo nuevo y extraño, del que, sin embargo, se forma parte, no es nada fácil. Cada uno parece tener atribuido un papel que desempeña al margen de los demás, como un autómata, sin que exista otro punto de contacto entre las personas distinto a la mera compra y venta de objetos. En un universo tal, incluso el barrendero se atribuye su propio horario de atención a los demás cuando Viktor requiere de él para recuperar lo más básico: los vales de comedor que ha perdido.

Ante todas estas situaciones, agudizadas por el constante propósito de las autoridades aeroportuarias de quitárselo de encima, Viktor no se arredra, sino que va superando, una a una las diversas dificultades que se le presentan: el idioma extraño; la desconfianza del personal del aeropuerto, encarnada principalmente en Gupta, el basurero; o las trampas del comisario Dixon. Su tesón le conduce hacia el éxito, a la realización de lo que se ha denominado siempre como “sueño americano”, el cual está presente a lo largo de todo el desarrollo de la obra, tan irrealizable en términos físicos, pero tan cerca en la realidad cotidiana.

La trama que encierra esta historia no podría ser más adecuada a las circunstancias actuales, pues Viktor encarna en ella la imagen, tan repetida en el cine, de la emigración; en esta ocasión de la moderna emigración eslava a Occidente. Muy meritorio resulta, en este sentido, el acento del que se dota al personaje de Tom Hanks, al menos en la versión española, que está bastante logrado, contribuyendo, de este modo, a dar mayor realismo a la cinta. En su condición de emigrante, el protagonista no sólo muestra una inequívoca voluntad por integrarse en el mundo de acogida, una voluntad de construir, crear y aprovechar una serie de oportunidades de las que carece en su tierra, sino que también –y este el principal aspecto que queda resaltado en la cinta, dentro de esta línea temática– nos presenta una visión primigenia y elemental del hombre, cuyos sentimientos y acciones parecen brotar de un modo completamente natural, al margen de cualquier artificio. La aproximación de Viktor a los demás es así, una aproximación amable, en la que se pone de manifiesto la complejidad que las personas levantan a su alrededor, cuando todo es, en realidad, mucho más sencillo.

Uno de los principales exponentes de ese contraste de mundos y visiones resulta del encuentro con el personaje encarnado por Catherine Zeta-Jones, la azafata Amelia Warren. Este personaje, al que se le asigna en la historia un marcado carácter instrumental, nos muestra una persona descontenta con su vida, llena como está de decepciones y amarguras en el terreno amoroso, pero que no está demasiado dispuesta a renunciar a ese mundo en el que se halla, enredado y complejo. Viktor representa un modo muy diferente de concebir la relación de pareja (él no necesitaría de crucigramas para entretenerse, teniéndola a ella), pero Amelia prefiere continuar en su lugar, a pesar de lo que se le ofrece y de la concepción positiva que ella misma tiene de ello. Otros personajes sí aceptan, en cambio, el compromiso, y en eso radica la esencia de su acción y de su felicidad. No se hacen demasiadas preguntas; es más sencillo.
Otra buena línea argumental a destacar en la historia que nos ofrece La Terminal es la concepción del Derecho y de las Leyes que nos quiere trasladar; línea, por otra parte, que es contemplada desde el contraste con el fenómeno de la emigración y la tenaz voluntad de Viktor por abrirse camino en la consecución de su sueño, aspectos ambos enormemente humanos, en contraposición con unas leyes que parecen carecer de alma. El desarrollo argumental nos muestra así la inconsistencia y frialdad de unas normas que, a cada instante, se revelan absurdas, y cuya aplicación conduce a situaciones más bien atípicas, dentro de las cuales los hombres –incluido sus aplicadores– quedan atrapados, sin saber cómo reaccionar.

Frente a la estricta aplicación de las leyes, personificada en la nueva autoridad aeroportuaria (Stanley Tucci), emerge la visión más humana que de las mismas nos muestra Viktor. La escena que mejor representa ese enfrentamiento es aquella en que se quiere obligar a un viajero ruso a entregar unas medicinas que ha adquirido en Canadá para su padre, puesto que carece del permiso necesario para ello. Esta escena, dramática y, a la vez, cómica, nos muestra el enfrentamiento entre la aplicación de la ley sin paliativos y la aplicación de la misma de un modo más humano, teniendo en cuenta que aquélla se halla al servicio del hombre, y que obliga a indagar acerca del bien o el mal que puedan existir detrás de las acciones de las personas, o, lo que es lo mismo, en la voluntad del legislador.

Si esta escena, punto de inflexión de la película, tiene como colofón las palabras de reproche dirigidas a Dixon por su amigo y antiguo comisario del aeropuerto, a partir de este momento, en que cabía esperar un giro en la actitud de la autoridad, la férrea voluntad por la exacta observancia de la Ley que encarna Dixon se transforma en resquemor y ofuscación personal, que sólo se ven superados por la fuerza de las circunstancias. Es la propia autoridad la que vulnera el Derecho.

Las escenas, por lo general, repletas de comicidad, tienen un marcado sentido instrumental, al igual que los personajes de la película. Cabe por eso calificar a ésta como parábola, fábula, alegoría o cuento de Navidad. En esto radica, muy probablemente, su nota más destacada, así como su mayor mérito y virtualidad; pero, a la vez, también su mayor defecto, o, al menos, la razón por la cual no podría calificársela de gran película, sino, simplemente, de una buena película. Contando con un argumento y un propósito brillantes, su construcción, en cambio, no está todo lo bien trabada que sería preciso. Su propósito y su mensaje desbordan ampliamente el guión, de ahí que el film resulte, a la postre, algo reduccionista, aunque esto haya de ser necesario, dada la magnitud del propósito perseguido.

Ese carácter instrumental que define el desarrollo de la acción y los personajes –de ahí la calificación que me permito hacer de alegoría–, se manifiesta incluso en Viktor. Son pocas, en efecto, las ocasiones a lo largo de la película en que el personaje encarnado por Tom Hanks cobra vida propia y no es sometido al filtro de una u otra representación. No existe en la acción un desarrollo lineal bajo la órbita de un mismo personaje, como cabría esperar; únicamente a la llegada y a la marcha del aeropuerto. Fijémonos así en el sueño que ha llevado a Viktor a América, el cual es enormemente simple, ni siquiera es suyo y, cuando parece que ya se ha conseguido, aún ha de esperarse un poco más.

Con todo, el mayor mérito de esta cinta radica en el mensaje que nos quiere trasladar, así como en el conjunto de recursos que pone al servicio de ello; conjunto que conforma una amplia gama de colores que, con diversa intensidad y en modo diverso, nos acercan a ese mensaje. Pero, ¿cuál sería, en fin, ese mensaje? En mi opinión, Steven Spielberg nos quiere mostrar en este film que los valores que hicieron y hacen grande a América no radican en el propio suelo americano, sino en sus gentes, cualquiera que sea su procedencia, así como en lo que éstas sean capaces de dar de sí mismas.

Hay en la película, en este sentido, un momento grandioso, sin duda el más destacado: aquél en que Gupta paraliza el avión que ha de llevar a Viktor de regreso a su país. A pesar de que aquél era quien más reacio se mostraba hacia todo gesto amable para con Viktor, y de que era el más duro, al final nos muestra su lado más humano, lo que verdaderamente se esconde tras su actitud de recelo diario hacia los demás y de observador de las pequeñas desgracias ajenas. Su espíritu de lucha se transforma a través de un acto de nobleza, en el que muestra que, pese a todo, sabe reconocer el bien, lo que es importante y valioso. En él se observa una regeneración.

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