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T. O.: Mar adentro.

Producción: Sogecine-Himenóptero (España, 2004).
Productores: Alejandro Amenábar y Fernando Bovaira.
Director: Alejandro Amenábar.
Guión: Alejandro Amenábar y Mateo Gil.
Fotografía: Javier Aguirresarobe.
Música: Alejandro Amenábar.
Dirección artística: Benjamín Fernández.
Montaje: Alejandro Amenábar.

Intérpretes: Javier Bardem (Ramón Sampedro), Belén Rueda (Julia), Lola Dueñas (Rosa), Mabel Rivera (Manuela), Celso Bugallo (José), Joan Dalmau (Joaquín), Alberto Giménez (Germán), Tamar Novas (Javi Sampedro), Clara Segura (Gené), Francesc Garrido (Marc), Josep Maria Pou (Padre Francisco).

Color - 131 min. Estreno en España: 3-IX-2004.

 

Alejandro Aménabar, uno de los pocos directores-estrella de nuestro cine, ha presentado en medio de gran expectación y de una campaña publicitaria excepcional su cuarta película Mar adentro, ganadora de 14 "Goyas" 2004.

Si bien este film supone un cambio respecto a sus anteriores largometrajes en lo que se refiere al género, una mirada más profunda nos lleva a la conclusión de que los temas tratados por el joven cineasta son los mismos que le han obsesionado a largo de sus tres películas anteriores, a saber: la muerte y el sufrimiento.

A estas alturas no es novedoso decir que Amenábar es un director de primera, que sabe rodearse de un equipo solvente (cabe destacar la fotografía de Javier Aguirresarobe, así como la dirección artística de Benjamín Fernández o la propia música, quizá algo efectista, del mismo Amenábar) y de unos actores en "estado de gracia"; especialmente, Javier Bardem, que ayudado de un maquillaje prodigioso sabe imprimir a su personaje una gran ductilidad, dándonos una interpretación sobria y sensible. Prueba de ello son los primeros 45 minutos del relato, donde con pulso firme nos presenta la trama con todo lujo de detalles, dando a conocer al espectador las motivaciones que mueven a los protagonistas y el ambiente que les rodea; todo ello sin cansar con reiteraciones o escenas intrascendentes que retrasen el ritmo de la narración.

Donde realmente falla Alejandro Amenábar y su coguionista Mateo Gil es a la hora de tratar el tema de fondo de la película: la eutanasia; ya que cae en una defensa fácil y llena de esquematismos que rebaja la calidad que tiene el film en su aspecto formal.

Prueba de lo manifestado antes son dos escenas, que enfoca de manera diferente en la forma, pero que en el fondo se reducen a retratar la lucidez de Ramón Sampedro y de su causa. En primer lugar, la escena con el sacerdote jesuita, que interpreta Josep Maria Pou: aquí Amenábar desaprovecha la oportunidad de plantear otra visión de la situación de Sampedro, en la que una persona también tetrapléjica opta por la vida y por cargar con ese sufrimiento. Pero al director eso no le interesa; prefiere regodearse en la escena, presentando una parodia de sacerdote lleno de tópicos y de frases hechas y sin contenido, en la que a cada absurdo de ese sacerdote ficticio, Amenábar da una frase más brillante de Ramón Sampedro, mostrando al espectador lo maravillosas y lo llenas de sentido que están sus ideas y dejando al inventado jesuita como poco más que un monigote. Duele pensar lo que otro autor más maduro podría haber hecho de esta escena ficticia.

Otra secuencia similar a la anterior es la que se plantea en la Sala de Justicia. De nuevo sorprende como después de unas escenas de enorme sensibilidad en las que se ve a Javier Bardem en la furgoneta camino del Tribunal, Amenábar nos planta ante una situación esquemática y mal resuelta: en ella vemos a tres magistrados inflexibles empeñados en aplicar la ley a sabiendas de que es injusta, y sin voluntad de escuchar las argumentaciones de Ramón Sampedro. Lo que llama la atención realmente de esta escena y lo que define la ideología de Alejandro Amenábar son las argumentaciones del letrado para que se aplique la eutanasia; se escuda en que vivimos en una sociedad laica y que las leyes que regulan dicha sociedad deben de ser racionales. De lo anterior se deduce que las leyes que van a juzgar el caso están basadas en una moral religiosa y que como tales no estarán fundamentadas en la razón, sino en unos valores ya caducos que no superan un examen frío y que, por tanto, las leyes que se desprenderán serán injustas e incapaces de dar al hombre lo que de verdad necesita. Esta postura niega una de las corrientes de la Filosofía del Derecho más antigua: el iusnaturalismo. Según esta filosofía (que volvió a tener vigor en Europa tras los desastres de la Segunda Guerra Mundial, en que quedó patente a qué extremos pueden llegar los sistemas políticos y sociales cuando las leyes son dictadas por poderes a los que no se les reconoce límites impuestos por normas superiores), por encima y más allá de las leyes humanas existen unos principios superiores a los que el legislador ha de sujetarse a la hora de formular sus preceptos, respetándolas e incluso buscando en ellas una cierta orientación.

 

Sirva como ejemplo de lo manifestado en los párrafos anteriores el epílogo de la película, donde el director nos muestra de nuevo sus ideas pro-eutanasia. En esta escena se ve a qué estado ha llevado la enfermedad degenerativa voluntariamente aceptada a la abogada que tramitó la demanda de Ramón Sampedro; y cómo en dicha escena, la letrado es incapaz de recordar al tetraplégico gallego de quien estuvo enamorada y con quien llegó a pactar un suicidio mutuo. Alejandro Amenábar subraya que no vale la pena soportar una enfermedad que le limita a uno hasta el punto de no acordarse de una persona tan maravillosa y qué se amó tanto como Ramón Sampedro.

Parece lógico que esta película, que nació con un éxito seguro tanto por la calidad artística de sus colaboradores como por la temática que trata, acapare todos los premios nacionales e internacionales (ha sido nominada a dos Oscars: Mejor film de habla no inglesa y Mejor maquillaje), lo que le ayudará aún más a su carrera comercial y a crear una opinión sobre la eutanasia en nuestra sociedad.

 

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