SOBRE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN
El 8 de septiembre de 1970, François Truffaut escribió una carta al presidente de la República francesa en la que denunciaba el embargo por parte de las autoridades del periódico La cause du peuple, dirigido por Jean-Paul Sartre, así como las detenciones por parte de la policía de vendedores y lectores poseedores de ejemplares de dicho periódico. En ella exponía: “ Nunca he llevado a cabo actividades políticas y tampoco soy más maoísta que pompidolista, puesto que soy incapaz de sentir nada por cualquier jefe de Estado.
Lo único que ocurre es que a mí me encantan los libros y los periódicos y soy muy partidario de la libertad de prensa y de la independencia de la justicia.
También resulta que he rodado una película titulada Fahrenheit 451 que describe, y condena, una sociedad imaginaria en la que el poder quema sistemáticamente todos los libros; por tanto, he querido unir en ella mis ideas de cineasta con mis ideas de ciudadano francés.
Por este motivo, el 20 de junio decidí ejercer como vendedor público del periódico La cause du peuple” 11.
La ausencia de libertad de expresión resulta más evidente en algunas sociedades, caso de dictaduras (cimentadas en la imposición social), que en otras, caso de democracias (fundamentadas en el pacto social). Mientras que en las primeras es una práctica habitual, no ocurre así en las segundas, ya que éstas permiten la existencia de una pluralidad de opiniones. No obstante, las democracias no son perfectas y en ocasiones ocurren casos como el denunciado por el propio Truffaut.
Fahrenheit 451, la temperatura a la que el papel de los libros empieza a arder, es la denuncia y condena de la censura y de la ausencia de libertad de expresión. Un poder que prohíbe los libros y, en consecuencia, la cultura bajo el supuesto pretexto del interés común esconde la manipulación y la voluntad de control de una población homogeneizada, una sociedad de individuos numerados en la que se cosifica al sujeto. Fomentar la ignorancia en las personas es el caldo de cultivo necesario para facilitar la instauración de un sistema totalitario que dicta las pautas de comportamiento de una sociedad caracterizada por la ausencia de modelos de pensamiento, y que, por tanto, no se cuestiona el poder que la manipula.
Quemar los libros, esos “más que objetos” a los que Truffaut les procesa amor desde pequeño, es destruir la pluralidad. Cada libro recoge los pensamientos y sentimientos de la persona que lo ha escrito. Su relación con el mundo, con la vida, su manera de entender la realidad queda expuesta, compartida y preservada con posterioridad a su existencia. La palabra escrita recogida en un libro es símbolo de individualidad: un libro es una persona.