Aunque los primeros conatos de industria cinematográfica en España tuvieron lugar en Barcelona, con la llegada del sonoro la producción se fue desplazando a Madrid. En los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil, cuando algunas películas españolas son éxitos de taquilla comparables a los de las extranjeras, las productoras más activas tienen ya su cuartel general en la capital, incluso aquellas, como CIFESA, que son de origen periférico. El rabioso centralismo subsiguiente al triunfo de Franco, unido a la puesta en práctica de unos sistemas de financiación basados en la ayuda estatal (créditos, subvenciones y demás…, digámoslo claramente, chanchullos) hacen que el grueso de la producción se concentre en Madrid.

No obstante, esto no quiere decir que en la posguerra se deje de hacer cine en Barcelona: con toda su tradición cultural y empresarial, la Ciudad Condal no podía quedarse al margen del medio de expresión artística más significativo del siglo XX. Pero el cine barcelonés será algo diferente al realizado en Madrid en el sentido de que va a estar más preocupado por la comercialidad y la amortización económica que las producciones de gran presupuesto que serán la exclusiva de CIFESA o Cesáreo González; por utilizar términos comparativos y al mismo tiempo esquemáticos, el cine en Barcelona podría definirse como "funcional" mientras que el de Madrid sería más "suntuario". Y si hay una figura arquetípica de la producción cinematográfica en Barcelona entre 1940 y 1980, sin duda es Ignacio Farrés Iquino, más conocido como Ignacio F. Iquino o, simplemente, "Iquino" (así es como su nombre figuraba en los créditos de sus primeras obras).

Productor, realizador, guionista y lo que hiciera falta, Iquino adaptó el concepto de "cine de autor" a una versión sui generis que no forzosamente implicaba que cada una de sus películas tuviera que ser una obra maestra: de lo que se trataba era de ajustarse a un tipo de cine en el que la comercialidad era lo primero, pero siempre con unos mínimos de dignidad técnica, ingenio narrativo y, llegado el caso, cierta altura de miras en la elección de los temas. El único problema de Iquino es que representaba un tipo de cine "B" que habría sido muy útil si el "A" realmente hubiera existido: en una industria que no contaba con nada parecido a una major de Hollywood, que Iquino pueda considerarse "el Roger Corman ibérico" no es un gran consuelo… para los historiadores, porque nuestro cineasta sabía perfectamente lo que quería y fue lo que quiso ser.

Curiosamente, la ingente obra de Iquino, tan importante para entender no sólo el cine barcelonés sino el español, ha tardado lo suyo en ser estudiada de forma rigurosa. Este vacío lo ha llenado la tesis doctoral del reconocido crítico e historiador Àngel Comas, presentada ahora en forma de libro y ganadora del Premio "Film-Historia" a la Mejor investigación original de 2003. El autor acumula en el texto una gran cantidad de datos, todos ellos de primerísima mano (fruto de largas búsquedas en archivos, así como conversaciones con familiares y colaboradores de Iquino), a fin de ofrecernos el retrato más completo hasta la fecha de este importante y controvertido hombre de cine; término que nos parece especialmente adecuado ya que Iquino no puede definirse de forma sencilla como un realizador o un productor: era un auténtico "hombre orquesta" que aparte de tocar bien todos los instrumentos, siempre lo hacía con el tempo adecuado.

Y para acabar quisiéramos recordar que el trabajo de Comas es la primera entrega de un proyecto de recuperación de cineastas catalanes, que ha tenido su continuación en la documentada monografia sobre Miguel Iglesias (Àngel Comas: Miguel Iglesias Bonns. "Cult Movies" y cine de género. Valls: Cossetània Edicions, 2003) y seguirá con otra dedicada a Juan Bosch, aquel "John Wood" que algunos historiadores despistados interpretaban como un seudónimo de Iquino.

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