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6.
Juventud, desorientado tesoro: THIRTEEN
Pequeñas
(por inusuales) joyas del cine norteamericano dan pie a pensar que,
a pesar de la política de los grandes estudios, Hollywood no
puede domesticar ni ahogar la creatividad de un cine que lleva alimentando
al planeta desde que irrumpiera en Europa con su sólida industria
cinematográfica. Thirteen de Catherine Hardwicke, al igual
que Elephant de Gus Van Sunt, abogan por un cine tan depurado, en
su estética tan sencilla, y directo, como envolvente en su
ejercicio de virtuosismo visual, sin recurrir a ningún tipo
de artificio, cine en estado puro, vida y crudeza en imágenes
que suscitan un interés desde la primera gota hasta la última
que se bebe ante la pantalla.
En
este caso, la historia incide en ese paso de la niñez a la
adolescencia, lo que es lo mismo, el brusco cambio que ejerce en una
joven poetisa el inicio del instituto. A partir de ahí, la
trama va desnudando esa mirada tan lírica y jugosa de una niña,
Tracy (Eva Rachel Wood), que se ve seducida por Evie Zamora (Nikki
Reed), a través de ese glamour que despierta en ella ser mujer,
vivir libre, en ese juego de las apariencias, donde la sexualidad
se convierte en un rango de categoría superior (y de falsa
admiración) entre ellas. Tracy no es sino una niña con
una madre que la quiere, aunque de extracción humilde y de
actitudes desordenadas, y de padres separados, que tiene que brindarse
a hacer de peluquera para llegar a fin de mes. El modelo de familia
americana se desdobla en su franqueza, disponen de una casa, pero
se filtra en el ambiente que no pueden permitirse grandes lujos.
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No
se lleva bien con su hermano ni con el novio de su madre. Cuando en
Tracy se despierta esa seducción del estilo de vivir de Evie,
le pide a su madre que vayan de compras (para remodelar su vestuario
de niña) y acaban en una furgoneta, donde por un par de dólares
adquieren una camiseta de segunda mano. Pero no es suficiente. De esta
forma, Tracy se acerca a Evie. La niña que sólo quería
sacar sobresalientes al inicio de curso, se convierte en una mujer desprovista
de timidez, y se proyecta ante ella un mundo inimaginable, inconsciente,
delictivo, ante los robos que tienen ingenuidad y malicia, y ese primer
contacto con las drogas. Pero la ruindad de las aspiraciones de Evie
se revela como una nota que le lleva al éxtasis, sin descubrir
hasta el momento final que no es real, que esa amistad es falsa y vacía
y que, a su vez, pretende llenar un desafecto igual de falso que su
felicidad alocada. La influencia de Evie, manipuladora y virginal, revela
en Tracy la angustia del hogar destrozado, de un padre que quiere saber
qué le pasa a su hija, como si fuera un problema de bujías
o de engranajes. La quiere, se quieren, pero ese perfil huidizo de no
saber como encarar los sentimientos se desgrana y se confunde en la
misma atracción que sienten Evie y Tracy, una por lo que cree
proyectarse en la otra, con una fórmula destructiva.
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La
joven Tracy pasa de ser una niña discreta, sencilla, educada
y que mantiene una relación de igual con su madre, a ser egoísta
y despreciativa, cruel y maliciosa, que margina a sus amigas, porque
no están en esa honda, se maquilla y roba, se deja guiar por
la mano experta y alocada de Evie, que la introduce en el sexo (en un
falso amor) y en la mentira, que la envuelve hasta que ambas dependen
una de la otra, tiranizando el cariño que Evie desea hallar en
el hogar de Tracy, y que Tracy empieza a odiar, avergonzada, porque
no es tan perfecto como hubiese deseado. Con una madre alcohólica,
un padre al que no ve casi nunca, y unas tijeras que le sirven para
inflingirse un dolor físico que no es sino moral, autodestructivo,
porque su vida gira de forma absurda, aunque aparentemente excitante
gracias a Evie, que le enseña a besar, a romper las normas, a
despreciar y a corromper con su fétido aliento de niña-mujer
todo cuanto le rodea. Pero esa misma fascinación se traduce en
ir cayendo en una espiral de drogas y sexo, celos y cobardía,
falta de interés por el estudio, por dejarse guiar por una amiga
de la que se nutre para sobrevivir, pero sin que llene su angustia,
su necesidad de amor y de cariño bien entendido, desde la realidad
y no desde la ausencia de él.
Llegado
a un punto sin retorno, Evie le pide a Melannie (Holly Hunter) que la
adopte, pero ésta se niega. Por lo que le pide que regrese junto
a su tutora legal, Booke (Deborah Kara Unger), una modelo que se ha
operado el rostro para quitarse unas bolsas de grasa de la piel. La
espiral ha derivado en que Tracy no sea nada sin Evie y Evie, al verse
traicionada por Tracy, la abandona.
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La
amistad reviste ese egoísmo malsano, en una acción para
paliar sus carencias afectivas. Ante esto Tracy se encuentra sola,
abocada a repetir curso, a que sus antiguas amigas no la saluden ni
la reconozcan, a esa angustia de verse sin nadie. Pero incluso en
el punto y final, Evie logra hacer creer a su tutora que la culpable
de que haya robado y traficado con drogas es la nefasta influencia
de Tracy.
De
ahí que Tracy se hunda pero su madre, Melannie, la agarre y
la bese, ambas en el suelo de la cocina, en una escena hermosa y amarga
a la vez. "El amor puede acabar transformándose en dolor.
Una madre y su hija pueden acabar siendo desconocidas la una para
la otra. A veces el techo del hogar se desploma sobre sus pobladores.
¿Por qué?", se pregunta J. Rodríguez, "responder
no tiene sentido: en cada casa la historia es diferente, los personajes
cambian, lo que no cambia es el rostro del dolor, de impotencia, de
desamparo. Padres e hijos de pronto enemigos" 16. Así que
podría muy bien entenderse con una frase de Mika Waltari: "Odio
porque amo" 17.
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La
directora alcanza a recrear una atmósfera creíble, así
como la radiografía de una descarriada adolescencia, a partir
de una sublime estilística visual, la que deriva de mezclar filtros
con el fin de dar esa textura hosca y nebulosa, fría y casi documental,
mientras que la cámara se inclina en ese momento gráfico
cuando la vida de Tracy se suspende peligrosamente hacia el abismo.
Una cruda, si bien, sutil mirada sin anestesia ante la falta de valores
que rigen esa deriva del espíritu adolescente en búsqueda
de su identidad, y que se pervierte en la inconsciencia ante una ansia
de beber y de agotar el elixir de la vida, revelándose falsos
y huecos. En el fondo, habla de cariño y de emociones, de esa
intangible verdad que rige la vulnerable y frágil secuencia del
paso a la adolescencia.
Pues el film bebe de hechos reales, así su director confiesa:
"Me inspiré en la vida de Nikki Reed, la coguionista, a
quien conozco desde hace más de diez años y a quien vi
crecer junto a su madre, hasta que ambas comenzaron a tener los problemas
que pueden verse en el film" 18. Sin embargo, no parece que sugiriera
al público español mucho interés este retrato de
la adolescencia, obteniendo un exiguo número de espectadores,
41.974 (recaudando 211.309,00 €) 19.
Ficha
técnica
USA, 2003. T. O.: Thirteen. Director: Catherine Hardwicke.
Productores: Jeffrey Levy Hinte y Michael London. Producción:
Antidote Films y 20th Century Fox Film. Guión: Catherine Hardwicke
y Nikki Reed. Fotografía: Elliot Davis, en Technicolor. Música:
Mark Mothersbaugh. Diseño de producción: Carol Strober.
Montaje: Nacy Richardson: Duración: 95 minutos. Intérpretes:
Holly Hunter, Eva Rachel Wood, Nikki Reed, Jeremy Sisto, Brady Corbet,
Deborah Kara Unger, Kip Pardue.
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