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El
Señor de los Anillos nos podrá gustar más o menos,
pero nadie discute hoy que se trata de una de las obras cinematográficas
más logradas, y será durante mucho tiempo imitada, debido
a su indudable calidad técnica y artística. Esto no
excluye ciertas escenas propiamente hollywoodienses, como la escaramuza
de wargos y, sobre todo, con la aparición de los elfos de Lórien
al comienzo de la Batalla del Abismo de Helm, lo que conecta con la
mitografía de El Álamo -tan cara para los directores
norteamericanos, y llevada a la pantalla en numerosas ocasiones- y
la llegada de David Crockett y sus hombres, cargada de las resonancias
épicas de una muerte gloriosa. Otro aspecto que se han encargado
de resaltar los guionistas es el amor entre Arwen y Aragorn, que aunque
correcto en la forma, cobra en el film una mayor importancia, para
conectar con el público más sentimental y atemperar
las escenas de acción y de batallas masivas. En este caso se
puede admitir que se ha ganado en poesía y sensibilidad, algo
de lo que no se resiente un conjunto realmente armonioso.
Por
último, cabría destacar la increíble actualidad
de El Señor de los Anillos. En primer lugar, existe una evidente
preocupación por la Naturaleza, y las fuerzas del Bien, como
los elfos o los hobbits respetan su entorno y se integran en él,
como sería el caso de las viviendas. En cambio, las fuerzas
del Mal representan la industria, destruyen árboles y desertizan
y ensucian la tierra. La película no hace más que explicitar
algo que Tolkien ya había prefigurado, y el resultado puede
verse por ejemplo en las ballestas de los Uruk-hai, o en las sofisticadas
máquinas de asedio y en la ambientación de los territorios
del Mal como inmensos talleres repletos de hornos y fuego, de los
que salen columnas de humo. En segundo lugar, debemos recordar que
las fuerzas del Bien no usan la magia para progresar o conseguir cosas
materiales, como el Enemigo, sino sólo recurren a ella cuando
no tienen más remedio, y aquellos que la usan demasiado son
esclavizados por el Mal, como Saruman o Denethor. El Anillo, trasunto
de Poder Supremo, corrompe a sus poseedores, y así tenemos
que la magia, entendida como el camino fácil y el Poder pueden
ser la misma cosa. Y este sería el atractivo quizá más
interesante de la película, y que marca distancias respecto
a otras del mismo género. Es un film que cree que la magia
es fundamentalmente algo peligroso y hasta dañino.