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Justino, el asesino de la tercera edad (1994) de La Cuadrilla (Luis Gurudi y Santiago Aguilar). Nos encontramos en el mundo de los toros. Justino [J] acaba de jubilarse como torero en la plaza de Las Ventas. Cuando regresa a casa se encuentra a sus hijos adultos -con quienes convive- organizando una party "con clientes finlandeses", huye al bar El Rejonazo para reunirse con los amigotes de toda la vida y se siente desorientado. Al día siguiente se cita con Darío que vive en la pensión La Chata y acaba borracho perdido en un hospital. Los hijos, hombre y mujer, se preocupan por el padre ocioso y le organizan una cena para que ligue con una vecina. J se levanta por la noche y asesina a sus hijos con el cuchillo de dar la puntilla a los toros. J. recibe la visita de una asistente social quien se percata de su buena salud y decente condición social. En un atraco callejero vuelve a revelar su identidad como asesino dando también la puntilla a la señora atracada y moribunda. J. -casi una matadora almodovariana- prosigue su cacería arropado en la candidez de su tercera edad. En esto, la policía de todo Madrid busca "al asesino del Metro". J. elige a la próxima víctima, doña Pura -el ligue- a quien asesina y despieza en la cocina del apartamento. El cadáver "rueda" desde la cocina hasta el camión de la basura en una cadena inconexa de casualidades cómicas. Para recuperar fuerzas se dirige otra vez al Rejonazo, a su vida, el bar, en donde habla sin parar de lo único que sabe, "cómo matar un toro". Vuelve a las andadas "rejoneando" a un borracho como si fuera un toro y ocupado en su nueva carrera criminal. Una patrulla de policía lo detiene por casualidad en la calle y les confiesa: "Soy un asesino de la tercera edad". Los policías, muertos de risa, caen, emboscados, bajo su temible cuchillo de torero.

La asistente social, preocupada por su estado de jubilado deprimido, le ha encontrado por fin sitio en la Residencia Shangri-La. J. Se carga a todos los residentes con su cuchillo de apuntillar y cuando aparece en escena la policía cree que ha sido la enfermera la asesina responsable de la masacre y la disparan. J. es feliz, consigue escabullirse como un asesino en serie de incógnito y sueña con ser incinerado en un tanatorio de Benidorm, el paraíso de los jubilados.

Madregilda (1993) de Francisco Regueiro. Este filme es una retrospectiva de los traumas de la Guerra Civil española en el imaginario de Regueiro. En un ambiente de los años inmediatos a la posguerra, el director muestra un horizonte esperpéntico de la vida cotidiana; falangistas arengando a las tropas, hambre, soldados prisioneros, basura, pintadas patrióticas. En este marco, José Sacristán interpreta a un coronel que busca entre los bastidores históricos al culpable de que la tropa se hubiera tirado a su mujer en el frente. El relato es inconexo, ahistórico, absurdo, una deplorable parodia de Franco y Millán Astray entrevistados por un coronel-ordenanza masoquista con cara de lechugino. Este cine suprahistórico también se encuentra en la cinematografía española actual.

Los peores años de nuestra vida (1994) de Emilio Martínez-Lázaro. Dos hermanos viven aún en casa de los padres, una maruja de toda la vida y el recalcitrante dueño de una colchonería ("El país de los sueños"), y ambos se enamoran de la misma chica, María, una vecina hija de un artista. El clásico triángulo estresante. Gabino, el hermano menor, es el perdedor. Comienza una carrera artística como guitarrista en el metro siendo la madre la primera en traer público entre sus amigas marujas. Además de dedicarse a la canción da clases particulares de inglés a una adolescente quien le pide que le muestre, por primera vez, su virilidad, a lo que Gabino accede en un breve acto de exhibicionismo particular. El nivel narrativo es buñuelesco.

La chica, María, que mantiene una relación con un hombre casado se decanta por Alberto aunque también queda prendada por las cualidades artísticas de Gabino. Alberto también liga en la oficina con su jefa, una madre soltera mayor que él. Un cambio del destino, y la contratación de Gabino como cantante en un pub los miércoles, hace que María ponga los ojos en el gran cantante que imita a Torrebruno, la estrella italiana del tardofranquismo. El film acaba en un tren, Gabino y María viajan a Paris la capital del amor.

Salvajes (2001) de Carlos Molinero. Este drama trata la temática del racismo en la España contemporánea y prosigue obras anteriores de cineastas españoles como Bwana, Said o Las cartas de Alou. El filme extranjero más similar es sin duda: American History X de Tony Kaye. La violencia racista de un "grupo salvaje" de jóvenes neonazis tiñe con angustia el hilo narrativo de todo el filme, desde la primera paliza dada a un joven de color durante la noche al tráfico ilegal de seres humanos y el mundo de la droga. Este documento social sobre los avatares de la inmigración africana en España describe a la manada de lobos neonazis que vive en casa de la tía Berta, una médico de la Seguridad Social. Eduardo (Imanol Arias), un inspector de policía responsable, comienza la caza legal de las alimañas que se ve complicada por un romance entre la médico y él. En una narración lineal donde la violencia racial está presente en todo momento, Eduardo lucha -a pesar de su cirrosis- por castigar a los culpables y Berta, la tía-madre, por defender y finalmente echar de la casa a unos sobrinos violentos. En la discoteca, que sirve también como centro de distribución de droga, el traficante principal le propone a su novia "irse a Francia con él por estar harto de un país de salvajes". Si hay un final es el del testimonio de los emigrantes africanos que denuncian un racismo in crescendo en España.

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