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He dejado para el final dos películas muy diferentes en su realización y también en la concepción que tienen sus directores. Por un lado, Ken Loach y Sólo un beso, melodrama en que el amor de dos jóvenes británicos –él musulmán y ella católica– ven amenazar su vida en común por los prejuicios culturales y religiosos de su entorno, en un clima de intolerancia y fanatismo. El drama duro y reivindicativo del Loach anterior deja paso al romanticismo más edulcorado –y a la vez tórrido– para acabar ofreciendo una postura tendenciosa y simplista, una ideología que identifica religión con factor de intolerancia, pero que tiene la habilidad de pulsar todas las teclas para ganarse al público y dar gato por liebre: fue la ganadora en la votación del espectador, hecho preocupante por lo que supone de ausencia de sentido crítico ante tal manipulación. En las antípodas se sitúa la obra de Theo Angelopoulos, quien en rueda de prensa se definió como un socialista desencantado, mientras que Loach se calificó de “leninista y no lennonista”. En Eleni, el maestro griego hace todo un alarde de sabiduría humana, de cultura clásica y de gusto estético; cada uno de sus cuidados planos-secuencia respira mesura y equilibrio (el director habla de “respiración” para cortar los planos antes de tiempo), hondura y drama humanos vividos por una pareja de enamorados –nada que ver con los pasionales y superficiales personajes de Loach– que atraviesa fronteras y dificultades, incomprensiones familiares y distancias que la guerra impone, que lucha por sobrevivir a un siglo de desolación, hambre y dolor. Trasunto del pueblo griego y de la Europa del siglo XX, esta primera película de la proyectada trilogía es todo un tratado de historia, de sociología y de antropología, lo mismo que de estética y de cine: una joya no apta para cualquier paladar, pero auténtica obra maestra de un hombre honesto y sensible, que se dedica únicamente a hacer cine y no a otros menesteres. Aceptó venir a la Seminci con la condición de no entrar en concurso, y hay que agradecerle la lección que nos ha dado, no sólo en la pantalla sino también en la rueda de prensa que ofreció.

 

Una visión completa de la pasada Seminci exige, aunque sea de manera escueta, dar una pincelada sobre las otras secciones que se nos han ofrecido. Dos eran los directores sobre los que se prepararon retrospectivas y editaron libros para la ocasión. Por un lado, el israelí Amos Gitai, cuya última película Tierra prometida –participaba en la Sección Oficial–, resulta un crudo y explícito drama sobre la trata de blancas que llegan a Israel desde la Europa del Este. Del mismo tono denunciatorio y pretendiendo ser espejo de la situación de Oriente Medio participan los once documentales y otras tantas películas de ficción ahora proyectadas, entre las que destacan Kippur, Kedma o Kadosh . El otro director homenajeado es el autor de Días contados y El viaje de Carol: Imanol Uribe, a quien el fotógrafo Javier Aguirresarobe rinde tributo con un libro con jugosas conversaciones entre ellos.

Con expectación llegaba una selección de ocho largometrajes de la Sexta Generación del Cine Chino. Había interés por confirmar si los maestros Yimou o Kaige tenían un relevo natural, y si mantenían la línea esteticista y de claro carácter humanista que venía aportando el país asiático. No defraudó, y en muchas de las cintas presentadas se advierte esa estela sin llegar a la altura de los maestros. Eso sí, lo que se advierte es la preocupación por hacer un cine que refleje las transformaciones de la sociedad hacia la modernidad, con una sencillez en la puesta en escena y una preocupación por indagar en la persona y sus relaciones con los demás. Especial atractivo presenta Carteros de la montaña (Huo Jianqi), en torno a un abnegado cartero que pasa el relevo del oficio a su hijo con un último reparto por la montaña, momento en que el joven descubre la valía su padre, su sentido de servicio en su tarea y las amistades que eso le ha procurado hasta llenarle su vida. Las relaciones de pareja son el tema de la deliciosa y poética Té verde (Zhang Yuan), Un suspiro o de Deslumbrante (Li Xin), mientras que la paternidad vuelve a salir a escena en Mi padre y yo (Xu Jinglei), o la ancianidad y la jubilación en El aroma del té amargo (Wu Bing). Junto a una transparencia y sencillez narrativa, todas ofrecen un sentido positivo y esperanzado de la vida, auténtica bocanada de aire fresco y oxigenado para un espectador que puede acabar deprimido ante tanto escepticismo y nihilismo europeo como está llegando.

La Sección "Punto de Encuentro" dio cabida a 18 largometrajes, en competición por un premio que concede el público. La película galardonada fue la israelí Bonjour monsieur Sholomi, de Shemi Zarhin, en concurso junto a otras entre las que destacamos 10 on Ten (de Kiarostami), Un toque de canela (del griego Tasso Bolumetis) o Predicción del tiempo (del actor polaco Jerzy Sturh). Por su parte, en "Tiempo de Historia" se premió a Phil Grabsky por El niño que juega sobre los Budas de Bamiyán, acerca de la vida cotidiana en Afganistán tras la caída del régimen talibán; Joaquín Jordá tuvo su recompensa con un segundo premio por 20 años no es nada, documental que recoge lo que queda de la experiencia autogestionaria de los trabajadores de la fábrica Numax, a finales de los setenta; la otra cinta premiada en esta sección fue Las cajas españolas , de Alberto Porlan, sobre la protección y salvaguarda del patrimonio pictórico de El Prado durante la Guerra Civil.

Junto a los largos en competición para la Sección Oficial y "Punto de Encuentro", también estuvieron presentes los cortometrajes. Destacamos la ganadora Ryan, de Chris Landreth, que combina la técnica de animación y la imagen real, y el elaborado por Antonioni en tono a la mirada de su tocayo Buonarroti a partir de algunas de sus esculturas. Si en años anteriores fueron Polonia o Bélgica los países invitados a mostrar su más reciente cine nacional, este año ha correspondido el turno a Suiza, con 15 largometrajes y otros tantos cortos: en líneas generales, se presentó como un cine en continua transición, en conexión con el mundo circundante y con el lenguaje publicitario y televisivo. La Escuela de Cine de Moscú, primera del mundo al ser creada en 1919 tras el triunfo de la Revolución de Octubre, ofreció un muestrario de 17 prácticas elaboradas entre 1958 y 2002 por autores de renombre como Tarkovski o Mihalkov. En el apartado de documentales, llegó la tercera entrega que recogía las aportaciones de Austria, España, Irlanda, Luxemburgo y la República Checa. Por último, destinada sobre todo a los periodistas extranjeros acredidatos, la Sección "Spanish Cinema" dio cabida –en versión subtitulada en inglés– a una selección de cine español actual, con títulos como Héctor (Gracia Querejeta), La flaqueza del bolchevique (Manuel Martínez Cuenca), El séptimo día ( Carlos Saura) o La mala educación (Almodóvar), entre otros.

En definitiva, muchas películas y un buen puñado de cine de muchos quilates, avanzadilla de lo que las Bodas de Oro pueden ofrecernos en la próxima edición. Esperemos que no defraude.

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