su carácter de festival tipo B (sólo se aceptan películas no estrenadas en España, aunque sí se hayan comercializado en el extranjero o presentado en otros festivales de fuera del país): por eso, algunos de los anteriores u otros casos como el japonés Kore-eda llegaban desde Cannes, Berlín o Venecia, o eran ya películas de éxito en taquilla como la francesa Los chicos del coro (Christophe Barratier) con la que se clausuraba la Semana.
Con estos presupuestos, se puede decir que la Seminci trabaja sobre una base segura que le permite apostar por algunos jóvenes desconocidos, a los que catapultar en su carrera cinematográfica. Hay quien dice que los riesgos que asume son mínimos o escasos, que ha perdido el espíritu innovador y descubridor de talentos –que habría recogido el Festival de Gijón– para volverse más conservador y menos audaz. Sea como fuere, al final, la muestra de este año ha deparado un cine de alta calidad, aunque fundamentalmente ésta haya venido de las cintas provenientes de otros festivales y precedidas por críticas favorables: la sorpresa apenas ha existido, por tanto. La Espiga de Oro se la llevó Bin-Jip (Hierro 3), del coreano Kim Ki-duk, uno de los directores de moda: película de gran fuerza visual y calidad cinematográfica, pero ya premiada con el León de Plata al Mejor director en Venecia. Algo semejante ocurría con el japonés Kore-eda, que asombrosamente se fue sin premios, y que en Nadie sabe nos hacía una propuesta audaz y conmovedora que había obtenido el premio al Mejor actor en la pasada edición de Cannes. Por otra parte, tener a Kar-Wai en el Festival, y más con una película al amparo de la exitosa In the Mood for love, era un seguro de público y crítica. Por último, la presencia del griego Theo Angelopoulos con Eleni –primera película de la trilogía sobre la historia de Grecia en el siglo pasado– servía para dar un respaldo al cine como hecho artístico y cultural, aunque estuviera fuera de concurso.