Paralelamente al favor del público por la estética y los contenidos venidos de Oriente, en los últimos años se ha producido un auge en el género documental; auge que parece coincidir con una mayor demanda de realismo por parte de las nuevas generaciones. Esta preferencia se ha visto concretada en títulos como Bowling for Colombine, La Casita Blanca. La ciudad oculta o La pelota vasca. La piel contra la piedra, todos ellos filmes que han gozado del favor de los espectadores hasta un nivel años atrás insospechado para el género.
Volcado en el marketing y en la subsiguiente promoción de sus inacabables sagas -Matrix, Terminator-, así como en la búsqueda de efectos visuales que capten la atención de los más jóvenes, el cine norteamericano sigue acaparando horas de proyección en las salas de todo el mundo, aunque la crisis de contenidos también parece haberse acentuado con la llegada del nuevo milenio. No obstante, el circuito off-Hollywood, representado por los cinemas indie y chicano, y por autores más o menos independientes, como Woody Allen, viene a cubrir parcialmente el vacío de contenidos dejado por la vertiente más comercial del arte fílmico en los Estados Unidos.
Por lo que se refiere al cine español, la recurrente crisis parece que preocupa cada vez más a los exhibidores, pues el descenso de espectadores en las salas, unido a la proliferación de los home-cinema y el visionado de películas por Internet, está comenzando a resultar preocupante para una industria que, pese al impulso comercial que recibe ocasionalmente por parte de sus autores más internacionales, parece no poder abandonar el sempiterno estado de precariedad en que se encuentra. Como acertadamente señala Caparrós, el año que no estrenan Almodóvar, Amenabar o Segura, la taquilla nacional se resiente de forma considerable.