El libro coordinado por el especialista madrileño Alberto Elena, aficionado a mostrarnos esas cinematografías lejanas y desconocidas, aquellas a las que llama del Tercer Mundo o periféricas (El cine del Tercer Mundo: Diccionario de realizadores, 1993; Cine e Islam, 1995; Satyajit Ray, 1998; y Los cines periféricos.África, Oriente Medio, India, 1999), nos introduce a través del trabajo de varios teóricos en la situación actual, plenamente contemporánea, de la obra fílmica que surge de la parte sur de aquella península, y que, cada vez más, se convierte en referente absoluto de todo el panorama audiovisual mundial.
Con dos capítulos introductorios, rápidos pero concienzudos travellings por la producción surcoreana de los últimos siete años, nos enteramos y entendemos el por qué de ese éxito, no sólo de público sino de una crítica que se sorprende por la inventiva visual y narrativa de este nuevo cine surcoreano. Cómo han sabido aunar lo mejor del clásico melodrama nacional (ejemplos magníficos en la cinematografía del maestro Im Won-taek) con las últimas tendencias, consiguiendo una (no)definición genérica a la que franca y lamentablemente no estamos acostumbrados. Y es aquí, donde seguramente radica su éxito.
Desde la comedia teen con verdaderos y rutilantes éxitos convertidos ya en clásicos modernos para legiones de jóvenes como My Sassy Girl o My Wife is a Gangster (cuyos derechos no tardaron en ser adquiridos por algunas majors americanas para sus correspondientes remakes), pasando por una vía intermedia con directores entre lo autoral y lo mainstream, con autores como Park Chan wook o Kwak Kyung-Taek. El primero, auténtica revelación mundial desde su nueva concepción del thriller clásico con films como Join Security Area, o las dos primeras partes de una trilogía que rapidamente se ha converido en el clásico más cool del nuevo milenio, Simpathy for Mr. Vengeance y Oldboy (a las que se les sumará este verano la esperadísima Simpathy for Lady Vengance). El segundo director, con dos verdaderos blockbusters no exentos de calidad e impronta personal, su Fried (2001), algo así como un Scorsese juvenil en plena forma, o también su excelente drama deportivo-nacional Champion (2002), visión particular de un héroe, reconocido como tal, desde la más incontestable derrota dentro de un cuadrilátero.