T. O.:4 luni, 3 saptamani si 2 zile. Producción: Mobra Films (Rumania, 2006). Productores: Oleg Mutu y Cristian Mungiu (Rumania, 2007). Dirección: Christian Mungiu. Guión: Cristian Mungiu. Fotografía: Oleg Mutu. Diseño de producción: Mihaela Poenaru. Vestuario: Dana Istrate. Montaje: Dana Bunescu.

Intérpretes: Anamaria Marinca (Otilia), Laura Vasiliu (Gabita), Vlad Ivanov (Sr. Bebe), Alex Potocean (Adi), Luminita Gheorghiu (Sra. Radu), Adi Carauleanu (Sr. Radu), Madalina Ghitescu (Dora), Catalina Harabagiu (Mihaela), Sanziana Tarta (Carmen), Mihaela Alexandru (Daniela).

Color - 113 min. Estreno en España: 25-I-2008.

Con un pasaporte multipremiado en su internacional periplo —Palma de Oro en Cannes, mejor película y director en los Premios Europeos, premio FIPRESCI en San Sebastián, nominación a los Globos de Oro, entre otros—, con un tema tan serio como polémico y espinoso —el aborto—, siendo una pequeña producción y venida desde un país de escasa industria cinematográfica —o al menos, poco conocida: Rumanía—, y renunciando a la música como generadora de emociones... Con este cartel, Christian Mungiu traza un duro retrato social y humano, en torno a dos estudiantes que durante la dictadura de Ceaucescu deciden abortar clandestinamente. Son trozos de vida y de realidad de la historia reciente rumana, con un extraordinario trabajo de planificación y de montaje de sonido, y unas interpretaciones muy físicas y sobrias. Es la primera parte del proyecto “Relatos de la edad de oro” en torno a leyendas urbanas de los últimos años del comunismo, que posiblemente se materialice en dos nuevos largometrajes dirigidos por jóvenes valores del país.

Un film duro, muy duro, pero necesario y honesto a la hora de tratar un tema siempre debatido con pasión. Su carácter realista y abierto huye de cualquier postura moral definida, pero asume el compromiso de presentar una situación grave y dramática sin frivolidad ni engaño. Su director se limita a mostrar cruda y secamente una realidad: Gabita está embarazada y quiere abortar, pero es ilegal; Otilia, su amiga y compañera de habitación en la residencia de estudiantes, se ofrece a ayudarla y acompañarla a un hotel donde se pondrán en manos de un “carnicero” sin escrúpulos; es el comienzo de un drama para estas dos jóvenes. Mungiu no entra a valorar si hacen bien o mal abortando, si el problema está en la falta de condiciones sanitarias o en la ausencia de libertad, si caben otras soluciones viables..., porque sólo le interesa poner sobre la pantalla la realidad íntima y lacerante que viven dos chicas —principalmente Otilia— en un entorno de miseria moral.

Tras las imágenes e historia que se cuenta, los abortistas y los partidarios de permitir vivir al feto encontrarán sus razones para confirmar sus propias posturas. Sin embargo, la única verdad está en ese cuerpo sin vida que Gabita desecha en el cuarto de baño y que Otilia mira con dolor, para después meterlo en su bolso y apretarlo contra su pecho; o en esa mirada que ella misma dirige a cámara —y al espectador— en el último plano, instantes después de hacer prometer a su amiga que “nunca jamás deberán volver a hablar de ello”. Atrás quedan dos días de dolor y humillación, de soledad y miedo, en medio de merengues de cumpleaños, conversaciones insulsas y chantajes mezquinos. Nunca importó lo ocurrido en el pasado ni tampoco interesa el futuro de Otilia con su novio o la salud de Gabita: todo queda en suspenso y en off, aunque marcado a fuego en la memoria de las dos jóvenes y también del espectador. Por eso, ese plano final seco y cortante comentado, seguido de otro en negro sobre el que aparecen los títulos de crédito, van cargados de enorme fuerza visual, sutil y precisa a la vez, en su retrato del drama que el aborto supone para la mujer.

Mucha dureza en las situaciones y en las imágenes, aunque ninguna gratuidad ni concesión a la obscenidad o al morbo. Pureza de líneas narrativas para contar, casi en tiempo real, la situación de las protagonistas en las horas previas al suceso, la negociación en el hotel con el abortista —quizá los momentos más degradantes por la deshonestidad de degradación del Sr. Bebe—, su práctica y desenlace. Sólo se sale del esquema una subtrama en la casa del novio de Otilia que, sin embargo, aparece perfectamente engarzada y que viene a completar el cuadro social rumano, y también a mostrar la distinta percepción que hombres —patético y desoladora la actitud del novio— y mujeres tienen del asunto. El director demuestra un extraordinario dominio de los recursos de la cámara, y nos lleva por los pasillos de la residencia de estudiantes o por las calles inhóspitas con planos-secuencia larguísimos y muy bien rodados, pero también sabe dejarla fija para obtener unos planos igualmente elocuentes —magistral es la planificación en la cena de cumpleaños— donde no importa que los personajes se salgan de él o la acción pase a desarrollarse en el “fuera de campo”. Al final, Christian Mungiu logra crear ambientes deprimentes de enorme plasticidad que trasmiten soledad, abandono, pobreza, tristeza..., en la residencia o en la calle —la gasolinera es todo un poema social de la Rumanía comunista—, en el hall del hotel con el fluorescente fundido... lugares físicos quizá reflejo de otros interiores, frágiles e insatisfechos, llenos de desconfianza y vacíos de sentido moral, ahogados en la lucha por la supervivencia y con miedo a afrontar una dolorosa verdad.

Acierta el director rumano al adoptar el punto de vista de Otilia para narrar la historia de su amiga —en realidad, la cinta también podría considerarse como un elogio a la amistad—, y también en prescindir de música extradiegética que hubiera adulterado su tono realista y veraz. Interpretaciones desdramatizadas y llenas de naturalidad, con una excelente y contenida Anamaria Marinca en el papel de Otilia, y una Laura Vasiliu a quien el doblaje quita fuerza y expresividad. Película seria para un público adulto y amante del cine europeo más puro que se plantee cuestiones de relevancia, ideal para el debate por no ser tendenciosa y por su capacidad para despertar conciencias. Un cine valiente y directo, moral sin voluntad de moralizar, para una historia que no tendría que repetirse nunca más.