La cultura visual es hoy claramente hegemónica, aunque no siempre somos conscientes de ello. Todavía en ciertos ámbitos académicos sólo se estudia esta cultura cuando se la relaciona con las grandes manifestaciones artísticas, en especial, la pintura, la escultura y la arquitectura. Incluso hay quien sigue interpretando la imagen como un síntoma de cierto “analfabetismo” de los consumidores de la cultura popular y de la cultura de masas.

No es de extrañar que con tal mentalidad muchos profesores aún se sorprendan cuando sus alumnos les proponen tesis de historia, filosofía, psicología, sociología, antropología y otras disciplinas afines centradas en temas relacionados con la fotografía, el cine, la televisión, la moda, la publicidad o la realidad virtual. Lo cierto es que cualquier programa académico relacionado con la cultura visual arrasa, como demuestra su peso cada vez mayor dentro de los estudios culturales. Y lo que es más significativo, hemos pasado de estudiar la influencia de la sociedad en las imágenes (estudios donde la obra de arte se contemplaba con cierto fetichismo) a una perspectiva centrada en estudiar la influencia de las imágenes en la sociedad. Esto es, el interés se ha desplazado de la “cosa” al “ser”. Lo que importa es el hombre y lo que éste hace con las imágenes.

Los dos libros que reseñamos aquí son reflejo de este cambio de perspectiva. Podríamos decir, incluso, que el más actual, el libro de Shlomo Sand, es una plasmación práctica de las propuestas teóricas del segundo, el libro de Peter Burke, publicado el año 2001, pero que acaba de reeditarse ahora en formato de bolsillo. Utilizo el condicional “podría” porque, lo cierto es que Shlomo Sand no incluye el libro de Peter Burke en su bibliografía. La Editorial Crítica ha cubierto su “lapsus” haciendo coincidir la publicación de uno con la reedición del otro.

Como digo, Visto y no visto es un texto de teoría historiográfica. Peter Burke, profesor de Historia Cultural en la Universidad de Cambridge, siempre ha mostrado un gran interés por la cultura visual. Antes que historiador quiso ser pintor o restaurador y sus primeros trabajos historiográficos han sido sobre Renacimiento y la cultura popular, temas donde la imagen juega un importante papel. Por otra parte, en tanto que historiador adscrito a la historia social, considera que las imágenes son fundamentales no sólo para comprender la sociedad, ya sea la vida cotidiana o la cultura material (capítulo V), sino también el interior de la sociedad, es decir, las mentalidades (capítulos VI y VII), el imaginario y, en fin, tantos otros temas de la nueva historia o de la historia tradicional, desde la propaganda (capítulo IV) a la historia militar (capítulo VIII). Como señala el propio autor, la revolución de la imprenta del siglo XV y la revolución industrial (fotografía y cine) del siglo XIX (yo añadiría la revolución multimedia que traen los ordenadores) son las que han hecho posible la omnipresencia de las imágenes en nuestras vidas.

En concreto, el objetivo de Burke con Visto y no visto es fomentar el uso de las imágenes como documento histórico, advirtiendo de las trampas que esto conlleva. Para ayudar al historiador a salvar estas trampas e interpretar correctamente las imágenes, propone tres enfoques, los cuales suponen una renovación de la tradicional aproximación iconográfica e iconológica de la Historia del Arte (capítulo II). Dos de esos enfoques, la psicología y la semiótica (capítulo X), los presenta con grandes reservas. La psicología, en efecto, proporciona un aparato teórico muy rico para comprender la imagen en toda su profundidad (el inconsciente, el imaginario, el simbolismo, la pulsión escópica o el placer de mirar...), pero, para Burke, este tipo de interpretación crea más problemas que soluciones. Sin duda, alude al libro de Siegfried Kracauer De Caligari a Hitler. Una historia psicológica del cine alemán, editado por primera vez en 1947. La semiótica, por su parte, ha realizado una contribución fundamental al estudiar “la construcción de sentido” del texto, señalando que el sentido autorial (las ideas del autor) no es el único sentido presente en el texto. El problema es que ciertas corrientes de la semiótica han llegado a decir que vale cualquier interpretación, que el sentido es tan amplio que casi todo lo que se diga puede ser pertinente.

Burke prefiere y practica el tercer enfoque: el de la historia social y cultural. Se trata de estudiar la imagen, o mejor una serie de imágenes (una muestra más amplia siempre es recomendable) en su contexto cultural, artístico, político, material, etc., de producción y de consumo. El reto del historiador es encontrar en qué sentido la imagen es fiable y en qué sentido no lo es, o lo que es lo mismo, cuánto hay en ella de hecho “al desnudo” y cuánto de propaganda o de convención artística. Por ejemplo, considera que es fundamental interpretar las imágenes con “el ojo de la época”. ¿Cómo se ve la imagen en el momento de su creación? Nuestra propia experiencia dentro de la historia del cine nos dice, en efecto, que el estudio de la censura, de las imágenes prohibidas, es un acercamiento muy pertinente para comprender ese “ojo”. También los son los periodos de furia iconoclasta, como los que se vivieron en España durante la Guerra Civil o como lo sucedido recientemente con la retirada de las estatuas de Franco.

Para mostrar el complejo proceso de lectura de las imágenes, Burke estudia a lo largo del libro imágenes de lo sagrado, imágenes del poder, imágenes de la sociedad o imágenes de acontecimientos en distintos soportes: pinturas, grabados, mapas, exvotos, cerámicas, fotografías (capítulo I) o películas como La batalla de Argel (1966), Novecento (1976) y Heimat (1984) (capítulo IX).

Curiosamente, al terminar el libro, podríamos llegar a las mismas conclusiones que el historiador ya había señalado para otro de sus ensayos, Hablar y callar. Funciones sociales del lenguaje a través de la historia (Barcelona: Gedisa, 1996). En efecto, una historia social del lenguaje y una historia social de las imágenes nos vendría a decir que: 1) la imagen (y la lengua) refleja la sociedad; 2) la imagen (y la lengua) modela la sociedad en la que se usa; 3) diferentes grupos sociales usan diferentes imágenes (y variedades de lengua); y 4) los mismos individuos emplean diferentes imágenes (y diferentes variedades de lengua) en diferentes situaciones.

Por lo que se refiere al segundo libro, El siglo XX en pantalla , Shlomo Sand, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Tel-Aviv, define su trabajo como un relato político-cinematográfico de los grandes acontecimientos y procesos políticos del siglo XX: la Primera Guerra Mundial (capítulo II), la revolución rusa (capítulo III), la crisis del 1929 (capítulo IV), los fascismos (capítulo V), el holocausto (capítulo VI), la guerra fría (capítulo (VII), la descolonización (capítulo VIII) y, previo a todos ellos, una reflexión sobre cómo el cine ha retratado el mundo de la política en las sociedades democráticas (capítulo I). El autor es consciente de que deja fuera otros hechos históricos igualmente transcendentales, como pueden ser la emigración, la identidad sexual o el racismo. Asimismo, advierte que la mayoría de estos acontecimientos se ilustran con películas de Hollywood y europeas, dado el predominio de Occidente en esta industria.

El libro se cierra con un epílogo metodológico que recuerda las aportaciones de historiadores como Marc Ferro, Robert A. Rosenstone y Hayden White. Este último acuñó el término “historiofotografía” para referirse a los trabajos que, como el Shlomo Sand, se ocupan del tratamiento que el cine da del pasado, esto es, cómo las películas explican la historia y construyen imágenes del pasado introduciendo manipulaciones, heroicidad, sentimentalismo, etc. Por cierto, en la bibliografía no se deja constancia de que están traducidos al castellano varios de los libros que se citan, entre ellos, los dos textos más importantes de Marc Ferro y Pierre Sorlin.

En concreto, Shlomo Sand señala en la introducción que adopta un “enfoque enciclopédico”, esto es, estamos ante una narración erudita en la que los acontecimientos políticos más importantes del siglo XX se comentan a la luz de las películas que se ruedan en ese momento (cine testimonial) y de las películas que posteriormente tratan de dicho suceso de una forma más o menos crítica (cine histórico), pues entiende que hay cineastas que pueden considerarse como verdaderos historiadores. Por más que ese “enfoque enciclopédico” sea una propuesta un tanto vaga, el libro tiene su valor. Después de todo, el cine es el texto histórico más consumido. Si la mayoría de los ciudadanos construye su imagen del pasado a partir de películas como Troya (2004), Alejandro Magno (2004), Gladiator (2000), Piratas del Caribe (2002) o Gangs of New York (2002), necesitamos estudios como éste que contextualicen las películas y expliquen cuánto tienen de históricas.

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