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La función expresiva de la música de cine es la que hace que el espectador “vibre” con las emociones que la imagen suscita. Se trata de que el espectador sienta determinadas emociones básicas que le hagan permanecer atento al desarrollo de la narración; algunas de estas emociones son por ejemplo: la empatía para con el protagonista, la recíproca antipatía hacia el antagonista, el desasosiego de los momentos de tensión, la alegría de la paz final, la angustia de la acción trepidante o el miedo presagiado ante una escena de terror.

La función expresiva es la que da sentido a la mayor parte de una partitura cinematográfica. El desarrollo de la música a lo largo del film ha de ser una explicitación contextuada de la música que oímos en los créditos de entrada. De no ser así, se pierde el sentido unitario que ha de tener la película en su conjunto. La función ambientadora refiere al contexto; la función expresiva, al guión mismo. Pero han de entenderse como fuerza centrípeta, centrando en todo momento al espectador la lectura de la imagen.

Pensemos por ejemplo en una persecución con armas de fuego. El espectro emocional de esa situación es, en sí mismo, muy ambiguo: puede tratarse de un joven alocado que persigue a su compañero de piso por “robarle” la novia (estaríamos ante una comedia juvenil); podría tratarse de dos bandas rivales en un barrio marginal de una gran ciudad (drama de denuncia social); o podría ser la huida del testigo accidental de un crimen que el asesino no puede dejar escapar (un thriller de acción). Hay factores psicológicos que han de entrar en juego, como el grado de inocencia, culpabilidad o complicidad del perseguido; el fatalismo de una muerte anunciada; la sorprendente capacidad de sacrificio de quien huye; la desproporción de medios en la persecución, etc. Éstos son algunos de los variados matices que puede presentar la imagen, y que debe recoger en su partitura el compositor para no confundir al espectador.

Un claro ejemplo de las posibilidades expresivas de la música de cine se observa en las variantes que puede sufrir un mismo tema musical en función de la situación: puede sonar solemne en un momento determinado (nuestro protagonista recoge un premio), ser desalentador en otro (el protagonista es falsamente acusado y detenido), y acabar por resonar de forma positiva (nuestro protagonista vence a su oponente en un enfrentamiento personal).

A caballo entre las posibilidades que ofrecen las funciones ambientadora y expresiva se constituyen los llamados “temas musicales” o “leitmotiv”: pequeños elementos melódicos que identifican un personaje, y que evolucionarán a lo largo del film en la manera que lo haga éste. La técnica musical del “leitmotiv” fue creada en el siglo XVIII y desarrollada principalmente en el ámbito operístico en las obras de Richard Wagner. El concepto de “leitmotiv” es estéticamente más amplio que lo que después heredará la música cinematográfica. El leitmotiv wagneriano se conjuga con elementos melódicos, rítmicos, armónicos o tímbricos. Pueden mezclarse o variarse con entera libertad, hasta el punto de ser difícil, sin partitura, de distinguir los diferentes temas cruzados. La música cinematográfica ha adoptado esta técnica por su enorme versatilidad comunicativa. Sin embargo, en aras de su subsidiariedad con respecto a la imagen, el leitmotiv cinematográfico es más inmediato, más básico o directo, más pronominal. Se utiliza para identificar un personaje, y en menor medida, un ambiente o una situación. Su capacidad de adaptación hace que sirva al compositor para reflejar los diferentes estados de ánimo por los que pueda pasar el personaje al que representa.

Para lograr una adecuada función expresiva, el compositor pone en juego todos los parámetros musicales: orquestación, timbres, ritmos, sonoridades, tonos y modos. Su genialidad sabrá encontrar matices emocionales o psicológicos en cada instrumento, agrupación, ritmo, melodía, etc.

En este sentido, una buena colaboración entre el director del film, el compositor, el editor musical y el técnico de sonido, puede también sacar un gran partido de las posibilidades que ofrecen las nuevas técnicas de sonido en sala: sonido surround, multiplicación de canales individuales, etc.

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