T. O.: The 25th Hour. Producción: 40 Acres and A Male Filmworks/Industry Entertainment/Gamut Films (USA, 2002). Productores: Spike Lee, Jon Kilik, Tobey Maguire y Julia Chasman. Director: Spike Lee. Guión: David Benioff, basado en su propia novela. Fotografía: Rodrigo Prieto. Música: Terence Blanchard. Diseño de producción: James Chinlund. Director artístico: Nicholas Lundy. Vestuario: Sandra Hernández. Montaje: Barry Alexander Brown. Intérpretes: Edward Norton (Monty Brogan), Philip Seymour Hoffman (Jacob Elinsky), Barry Pepper (Francis Xavier Slaughtery), Rosario Dawon (Naturelle Riviera), Brian Cox (James Brogan), Anna Paquin (Mary D'Annuzio), Tony Siracusa (Kostya Novotny), Misha Kuznetsov (Senka Valghbek), Michael Genet (Agente Cunningham), Isiah Whitlock, Jr. (Agente Flood). Color - 135 min. Estreno en España: 25-IV-2003.

Este famoso cineasta afroeamericano ha vuelto a saltar a las pantallas de versión original con un film bastante insólito: La última noche (2002), que evoca la nueva conciencia social estadounidense después de la tragedia del 11 de septiembre de 2001.

Spike Lee (Atlanta, 1957) es el más famoso director de color USA. Hijo de un músico de jazz, fue criado en el barrio de Brooklyn y se diplomó en cine en la Tish School of the Arts de la Universidad de Nueva York. Su práctica de fin de carrera (Joe's Bed-Study Barbershop: We Cut Heads) ya le valió el Oscar al Mejor film de estudiante y su exhibición en el Lincoln Center. Poco después, en 1986 debutó en el plató profesional con Nola Darling (recolectó 175.000 dólares para realizar en doce días su ópera prima) y fue premiado en el Festival de Cannes.

Con esta película se dio a conocer la Black New Wave, una generación de cineastas yanquis (Mario van Peebles, John Singleton) de la que Lee sería cabeza de fila. (Vid., en este sentido, mi estudio crítico "El otro cine negro: nueva generación de cinestas de color norteamericanos", en Persona y sociedad en el cine de los noventa, Pamplona: EUNSA, 1994, pp. 86-94).

Pero hasta 1989 no se consolidó la popularidad de este autor. Fue con su película Haz lo que debas, que interpretó, produjo y realizó él mismo, gracias a su firma Forty Acres and A Male Filmworks -que tomó nombre de la célebre promesa dada a los negros cuando fue abolida la esclavitud en Estados Unidos: "Cuarenta acres y una mula..."-. Así, con este film de reconstrucción histórica (es una crónica del día más caluroso del barrio de Brooklyn), la industria cinematográfica estadounidense se vio sorprendida con el éxito comercial de un joven cineasta negro. Una industria que -como la mayoría de sociedad WASP- ha discriminado a los ciudadanos de color (hispanos incluidos), los cuales tienen ahora en Spike Lee su máximo exponente y defensor.

De ahí que este hombre pequeño, de apariencia canija y aspecto un tanto descuidado, saltara pronto al estrellato nacional e internacional con una docena de películas: desde las muy duras Jungle Fever (1991) y Malcolm X (1992) hasta las también históricas Get on the bus (1997), Nadie está a salvo de Sam (1999), o la más reciente Bamboozled (2000); aparte de varios documentales televisivos para las cadenas HBO y MTV. Estamos, pues, ante un cineasta francamente prolífico.

En The 25th Hour -título original de su nueva película-, Lee abandona el tema casi exclusivo del mundo afroamericano que le caracteriza como autor, para incidir en otra problemática sociopsicológica de su país: la última noche de un joven neoyorquino -traficante de drogas-, 24 horas antes de ingresar por siete años en prisión. En esas postreras horas, Monty Brogan (espléndido el trabajo de Edward Norton) intentará hacer balance de lo que ha sido su desdichada vida, acompañado de su padre (Brian Cox), la novia portorriqueña (Rosario Dawson) y sus dos mejores amigos, Jacob y Slaughtery (muy notables también Philip Seymour Hoffman y Barry Pepper, en sus respectivos papeles).

Basado en la novela original de David Benioff -que ha escrito su propio guión cinematográfico-, Spike Lee acomete un relato de "alto voltaje", que involucra anímicamente al espectador. La narración -como ya es habitual en este autor- es harto violenta, pero aquí está algo más comedida en imágenes -no así en los diálogos, groseros y hasta irreverentes (en el significativo discurso del protagonista ante el espejo del lavabo linda con el racismo y la blasfemia)-, pero posee un fondo crítico bastante esperanzador, pese a la tristeza que asimismo destila el film. Valores humanos como la amistad y la lealtad, o el amor a la familia y a los animales; en suma, la auténtica posibilidad de redención -así como el arrepentimiento del protagonista, que está dispuesto a pagar su culpa-, destacan sobremanera en un film donde el odio y la ira ya han sido sustituidos por el dolor y la solidaridad; el amor -insisto-, en una palabra. Veamos, con todo, cómo comentaría el realizador su explícita voluntad de expresión y el contexto del 11-S:

No elijo las películas que dirijo en función de la simpatía que me inspiran los personajes. Monty Brogan [ofrece un claro homenaje al actor Montgomery Clift] es un traficante de drogas y supongo que hay personas a las que no caerá bien. Pero, muchas veces, los personajes antipáticos son los que hacen que una película sea buena porque normalmente sus historias son más interesantes. Así es como elijo mis proyectos, elijo las historias que me interesan. Me gusta la idea de una película que tiene lugar en 24 horas.

Nueva York siempre ha tenido una presencia destacada en mis proyectos -recuerda Spike Lee-, y en esta película aún más. Cuando la gente me pregunta de qué trata La última noche le contesto, "Edward Norton interpreta a un traficante de drogas que pasa sus últimas 24 horas de libertad en el Nueva York posterior al 11 de septiembre". Aunque la novela y el guión se escribieron antes del 11-S, tenía que incluirlo en el film. No nos consideraríamos artistas responsables si rodáramos la película en Nueva York y la gente paseara como si el 11 de septiembre hubiera sido un día como cualquier otro. Lo añadimos al guión y lo incorporamos a la fotografía y en algunos diálogos. Al ver la película, se nota claramente que es posterior al 11-S. Nos fue imposible no hablar de ello. Ocurrió de verdad y no debe caer en el olvido.

Acaso sea esta recuperación de la memoria histórica, así como la nueva conciencia de solidaridad social USA -o de arrepentimiento a la vez, si se me permite- lo más interesante del film. Pues La última noche sugiere mucho más que expresa.

Por otra parte, el crítico catalán Nando Salvà comentaría así este filme con motivo de su estreno en Barcelona ("Las cicatrices del 11-S", en El Periódico de Catalunya, 25-IV-2003):

Lee abandona de nuevo su denuncia de lo difícil que es ser negro en su tierra, pero se mantiene como irremplazable cineasta neoyorquino. Para él, como Scorsese o Ferrara, Nueva York no es sólo un escenario: es una fuerza generadora, una obsesión. Lee ha sido el primero en erigir su propio monumento al 11 de septiembre y, de paso, darse cierta importancia melodramática. Aquí utiliza los atentados como dolorosa atmósfera. Su película tiene lugar en Nueva York, y así es como Nueva York es ahora. (...)
Siempre proclive a la metáfora, Lee trufa el film de ellas: Jacob y Slaughtery se lamentan por no haber hecho nada para proteger a su amigo, mientras la presencia de la zona cero a sus espaldas parece sugerir que los neoyorquinos piensan lo mismo acerca del 11-S; la amenaza de ser sodomizado es lo que más preocupa a Monty de su ingreso en prisión -las torres gemelas tenían una connotación fálica, nunca tan obvia como cuando se vinieron abajo-. El excesivo peso de estos símbolos nos priva de saber qué significa para Monty ser libre, de mostrarnos lo que arriesgó y lo que va a perder con su encierro. Aunque si
La última noche no funciona como historia coherente, sí lo hace como melódica y conmovedora sucesión de ambientes y humores.

Con una narrativa un tanto entrecortada -los flash-backs casi se confunden con el presente, al igual que el sueño final-, denota la madurez creativa de Spike Lee en la producción número 13 de su fulgurante carrera. Y aunque su nueva parábola no llega a convencer del todo -resulta demasiado ambiciosa en su contenido y algo ligera en su análisis sociológico-, sí posee la suficiente fuerza dramática para no dejar indiferente al público aficionado a este tipo de thrillers.

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