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Título
original: Bloody Sunday. Producción: The Iris FilmBoard/Granada
TV (Irlanda-Gran Bretaña, 2002). Productor: Mark Redhead.
Director: Paul Greengrass. Guión: Paul Greengrass. Fotografía:
Ivan Strasburg. Música: Dominic Muldoon. Canción:
Grupo U2. Dirección artística: John Paul Kelly. Montaje:
Clare Douglas. Intérpretes: James Nesbitt (Ivan Cooper),
Tim Pigott-Smith (General Robert Ford), Nicholas Farrell (General
Patrick MacLellan), Gerard McSorley (Comisario Jefe de Policía),
Kathy Kiera Clarke (Frances), Declan Duddy (Gerry Donaghy), Mike
Edwards (Soldado 027). Color - 107 min. Estreno en España:
21-II-2003.
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Con
un año de retraso, llega a España la ópera prima
del periodista y cineasta Paul Greengrass, Bloody Sunday (2002),
"Oso de Oro" del Festival de Berlín y Mejor película
en Sundance '02, que ha coincidido con el clima prebélico del conflicto
entre George Bush y Saddam Hussein.
Si algo destaca en este importante film angloirlandés
es su carácter de crónica sociopolítica. Se trata
de la evocación histórica del tercer "Domingo sangriento"
de Irlanda, acaecido el 30 de enero de 1972, donde el Ejército
británico mató a 13 irlandeses -otro falleció poco
tiempo después- e hirió gravemente a catorce, en el transcurso
de una manifestación pacífica por los derechos civiles,
en Derry. Ese hecho constituyó uno de los momentos más críticos
del conflicto en el Ulster, al borde de una guerra; pues estos graves
incidentes -protagonizados por el Regimiento de Paracaidistas-, junto
a las acciones de los lealistas a la Corona inglesa, provocaron manifestaciones
antibritánicas y asimismo la reorganización del IRA.
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A raíz de este tercer Bloody Sunday de
la historia de Irlanda, Londres suspendió transitoriamente el
Gobierno autónomo de Stormont (Belfast), dominado por protestantes.
Y Westminster ejerció su autoridad directamente (Direct Rule).
Y digo tercero -y esperemos sea el último- porque anteriormente
se dieron otros "Domingos sangrientos", que sintetizaré
a continuación.
Por
una parte, el tristemente célebre del 21 de noviembre de 1920,
como respuesta a una acción del escuadrón de Michael Collins
(que había cortado el cuello a doce oficiales ingleses), los
Auxiliares del RIC (Real Cuerpo de Aguaciles de Irlanda) y los llamados
Blacks and Tans (tropa mercenaria vestida de negro y caqui) -consternados
por los asesinatos de la mañana y creyendo que se celebraba un
mitin del IRA-, entraron esa misma tarde en el estadio de fútbol
gaélico, Croke Park de Dublín, y dispararon sobre jugadores
y espectadores, ocasionando el pánico y otro trágico balance:
doce personas muertas -entre ellas, una mujer y un niño-. A ese
primer "Domingo sangriento" segurían nuevas "ejecuciones"
y duras represalias por ambos bandos.
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Por
otra, el segundo Bloody Sunday -menos famoso- se dio al año siguiente,
cuando un grupo de lealistas y la policía militar atacaron a
los barrios católicos, causando la muerte de 15 personas e hirieron
a unas setenta. Todo esto está conmemorado por un monumento en
Derry; el reciente libro del coproductor de la presente película,
Don Mullan (Eyewitness Bloody Sunday: The Truth. Dublin: Wolfound,
1997); una polémica canción pacifista del grupo U2 -L.P.
de 1983, que cierra también este filme testimonial-; y se mantiene
vivo a través de una documentada página web (http://larksprit.com/bloodysunday).
Hasta aquí la Historia. (Véase, en este sentido, mi reciente
libro La cuestión irlandesa y el IRA: una visión a
través del cine. Valladolid: Fancy, 2003).
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Con
la cámara al hombro, Paul Greengrass pone ahora en imágenes
el "Domingo sangriento" de 1972, exponiendo las razones de
uno y otro lado, captando con estilo documental los enfrentamientos
-incluso con grano gordo, a modo de noticiario de la época (aunque
en color)- y dejando que el público actual saque sus conclusiones
personales; al tiempo que muestra con creces el estado de guerra civil
de aquellas fechas. Un statu quo que el Proceso de Paz y las
elecciones previstas en otoño del 2003 para el Parlamento autonómico
de Stormont acaso despejarán definitivamente.
Con
todo, la base del Bloody Sunday de Greengrass está en
el más puro clasicismo: el montaje alternante que desarrollaría
el maestro D. W. Griffith en los albores del cine mudo. Dejemos que
lo destaque el especialista Enric Alberich:
Instalado
este "efecto de realidad" como decorado permanente de cualquier
movimiento, en donde verdaderamente se dilucida la naturaleza última
del filme es su utilización del montaje. Bloody Sunday
juega de principio a fin con un montaje alterno que compagina la
ilustración de las peripecias de los manifestantes con el seguimiento
de las llamadas fuerzas del orden en sus tareas de estudio estratégico
y de despliegue logístico. El conflicto se plantea, pues, en
su más cristalina esencia: dos mundos, dos polos opuestos que
se mueven por separado pero que están destinados a chocar entre
sí. Greengrass recurre al uso canónico del montaje alterno:
una aceleración progresiva, una disminución paulatina
del tiempo destinado a cada secuencia a medida que la hora de la verdad
se aproxima. Y la pretensión de esta táctica narrativa
no es otra que la de llevar a término, bajo el disfraz del
documento, un ejercicio de puro suspense cinematográfico.
(Cfr. "Sumergidos en el corazón del conflicto", en
Culturas, 19-II-2003, Suplemento de La Vanguardia, p.
24).
En
efecto -tal y como también se refiere el colega Enric Alberich-,
el director se aferra a los modos y maneras de ese cine fronterizo entre
el documental y la ficción, que ya lleva camino de convertirse
en subgénero; pues el suspense que ha sabido crear la cruda y
contundente narración llega al ánimo del espectador, consternándole,
como mínimo, si no haciendo que tome partido.
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A
tal fin, Paul Greengrass (48 años) -veterano autor de documentales
sobre el conflicto de Irlanda del Norte y director de series de televisión-,
contrató a muy pocos de actores profesionales y unos 3.000 figurantes
con un par de condiciones: que fueran miembros de la comunidad católica
de Derry (el legendario ghetto del Bogside, que los ingleses denominan
Londonderry) o ex militares británicos, que hubieran servido en
el Ulster. "Apenas media docena son profesionales -dijo-. La inmensa
mayoría son gente común. Hemos reunido a esos dos grupos,
que han sido enemigos directos, y les hemos hecho vivir ese día,
probablemente el día más importante de sus vidas, en una
atmósfera extraordinaria. En cierto modo ha sido gente que ha revivido
con la película un episodio muy traumático y lo ha cerrado".
Y continuó el realizador:
No, no,
no! Esto no es real", me decían algunos soldados. "Tenemos
que recibir piedras de verdad" (ante el cartón-piedra que
arrojaban). Y así lo hicimos. El abismo que al prinicpio separó
a los dos bandos en el rodaje, ese sentimiento mutuo de recelo, se fue
transformando a lo largo del tiempo en una buena relación. Ahí
te das cuenta de que el proceso de paz no es algo que hacen los políticos,
sino que puedes sentirlo entre la gente,
concluía Paul Greengrass.
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Por
eso estamos ante una coproducción entre Irlanda y Gran Bretaña,
lo cual indica la voluntad de esclarecer los hechos del pasado, mostrar
la culpa de uno y otro lado -la instigación de los manifestantes
exasperan a los brutos soldados represores (que incluso serían
condecorados por el Gobierno, tras una investigación)- y la utopía
del líder protestante, Ivan Cooper, que compartía entonces
el sueño de Martin Luther King de lograr un cambio pacífico,
frente a la actitud intolerante del General Ford y las órdenes
del general de Brigada Patrick MacLellan, con el objetivo de hacer 500
detenciones.
El
exigente crítico Ángel Fernández-Santos también
valoraría este docudrama con las siguientes palabras:
El filme
realizado por Paul Greengrass nos lleva, paso a paso y con pleno dominio
del relato en forma de crónica, a febriles interioridades,
oscuras tripas y poco conocidos laberintos y vericuetos de aquel acontecimiento,
que torció con un vendaval de muerte y sufrimiento la vida
de millones de personas y aceleró, hasta hacerla de brutalidad
inconcebible, la violencia terrorista tanto del IRA irlandés
como de los mecanismos de represión británica. (...)
El relato está compuesto con juegos de contrapunto, relevos
e interacciones de varios puntos de vista que se suceden, se enlazan
y complementan conformando una secuencia ágil, nerviosa y compleja,
pero no dispersa, sino creadora de una única y diáfana
visión, de calidades didácticas excepcionales, lo que
convierte el filme en una luminosa lección de historia moderna.
Hay un gran dominio del documento en esta fenética ficción,
en la que los personajes modulares son verídicos. ("Un
duro y exacto golpe de memoria", en El País, 21-II-2003).
Domingo
sangriento es, por tanto, un film ejemplar, el cual reconstituye
la memoria histórica y recuerda una tragedia para que no repita
más. De ahí que esperamos se cumpla el vaticinio que hiciera
en 1998 el productor ejecutivo de Bloody Sunday, Jim Sheridan
(En el nombre del padre, En el nombre del hijo, The
Boxer) sobre este tipo de cine testimonial: "Creo profundamente
que las películas del IRA pueden y deben ayudar a la paz".
 
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