VALLADOLID 2013: SEMINCI'58, UN FESTIVAL QUE SE AFIANZA EN EL CINE DE AUTOR

Por Julio Rodríguez Chico
Enviado especial

Notas y tendencias de una Semana de Cine

No es algo nuevo porque hace 58 años la Seminci nacía ya con el sello de cine de autor. Pero el tiempo y la necesidad de convivir con otros festivales de signo diverso han propiciado que la Semana Internacional de Cine de Valladolid se afirme y afiance en esa especificidad, que busque por medio mundo a cineastas con personalidad y estilo propios a los que sirva de plataforma o consolide en su trabajo, que explore territorios de compromiso social y humano para hacer del cine un instrumento de entendimiento y tolerancia. Así ha vuelto a suceder en su última edición, que ha tenido lugar en la capital castellana del 19 al 26 de octubre de 2013. Inauguraba la Semana la segunda película de la catalana Mar Coll, Tots volem el millor per a ella (Todos queremos lo mejor para ella), modelo acabado del cine que la ESCAC -Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya- viene dando desde hace años, y la cerraba el último trabajo de Andrzej Wajda, Walesa, la esperanza de un pueblo en torno a la figura del sindicalista y político polaco.

En su Sección Oficial se nos ofrecían un total de 19 películas, de las que 16 entraban a concurso por la Espiga de Oro -dos figuraban fuera de competición, además de la de Wajda-, galardón que sería otorgado por un jurado presidido por el director haitiano Raoul Peck. Además, otros largometrajes y cortos completaban las distintas secciones y ciclos hasta alcanzar la cifra de 173 películas -sobre un total de 1.800 propuestas recibidas-, y dar cuenta así de los 2.282.000 de euros de un presupuesto –

similar al de la pasada edición, tras la drástica reducción de los últimos años-, que se nutría fundamentalmente del apoyo del Ayuntamiento de Valladolid. Entre los reconocimientos de este año, los directores Paul Schrader y Jacques Audiard recibían la Espiga de Honor, lo mismo que los actores españoles Concha Velasco y José Sacristán (Víctor Erice declinó el galardón por considerar que debía darse exclusivamente a los actores y a las películas), y todos ellos correspondían al festival con su presencia. Pero... como no solo de películas vive el cinéfilo, la Seminci ofrecía tres talleres para la formación y disfrute de los asistentes, con conferencias en las que José Sacristán, Javier Corcuera y José Luis Guerín hablaban sobre su trabajo creativo en unos encuentros interactivos y muy animados.

Pero, si esa nota de cine de autor y de compromiso es lo que caracteriza en su esencia a la Seminci, en la práctica resulta también evidente su mirada seria y grave, un tanto oscura y dramática, de los problemas de la vida, entre la denuncia de la injusticia y la tristeza de quienes tratan de sobrevivir en un entorno hostil. Pocas alegrías y risas se escuchan en las salas durante esos días, y cuando llegan... oxigenan el ambiente y dan aire a un espectador que aplaude con ganas. Y es que el cine de autor en general -y más concretamente el que visita la Seminci- tiende a ver el vaso medio vacío, a entender como complacientes aquellas propuestas que ofrecen salidas esperanzadas a los conflictos y como moralizante a las que tratan de dar respuestas a los interrogantes que el hombre se plantea.

Por eso, encontrarnos con cintas como la gran triunfadora, Una familia de Tokio de Yôji Yamada -premiada con laEspiga de Oro-, o como Matterhorn de Diederik Ebbinge -premio Pilar Miró al mejor director novel-, suponen toda una bocanada de aire fresco para el sufrido espectador. No ha sido, por otra parte, un año de películas deslumbrantes ni de sorpresas sonoras, pero tampoco de grandes decepciones... salvo algún caso que comentaremos. Por eso, la programación aprueba e incluso se lleva una buena nota, y sobre todo se agradece el intento por traer propuestas de los más variados rincones del planeta. También conviene destacar la voluntad de generar cultura y debate sobre las ideas, de no quedarse solo en la proyección de las películas, y a eso contribuyen iniciativas como las que este año se han puesto en marcha -y que apuntamos más adelante- y esos encuentros abiertos con los profesionales en los que transmiten sus experiencias.

Una trilogía de luz y frescura

Una familia de Tokio se nos presenta como el perfecto remake de un clásico como es Cuentos de Tokio de Yasujiro Ozu, pero eso no debe restarle méritos ni convertirla en objeto de una comparación que sería injusta... porque Yôji Yamada acierta a transmitir el mismo tono humanista y melancólico, entrañable y conmovedor, del maestro nipón al que homenajea. De nuevo, sesenta años después de que Ozu hiciera viajar a Tokio a un matrimonio anciano para encontrarse con sus tres hijos, Yamada recuerda aquellos días en los que tradición y modernidad se daban la mano y en los que unos padres sentían que se habían convertido en una carga para sus hijos. Y el espectador vuelve a descubrir a la entrañable Noriko que, con su cariño y espíritu de servicio, da paz a quienes ven el final de sus días. Estamos ante un auténtico viaje de despedida hecho desde el corazón y desde la sencillez del maestro Ozu, con una estética y una sensibilidad que Yamada hereda para goce del espectador. Sin lugar a dudas, una obra maestra que arranca momentos de profunda emoción y algún que otro chispazo de buen humor... porque todos sus personajes son comprendidos y queridos -aunque no en la misma medida-, porque el dibujo de caracteres es matizado y de gran finura, porque el equilibrio y ritmo narrativo permiten la contemplación y participar de ese aire de familia, porque todas las interpretaciones están a la altura del modelo clásico. Un milagro de cine que alcanzó unanimidad entre la crítica, y que la hicieron merecedora de la Espiga de Oro.

La irlandesa Run & Jump (Corre y salta) de Steph Green se llevó, por su parte, la Espiga de Plata, quizá excesivo premio para una cinta que se ve con gusto y sin esfuerzo... pero no mucho más. Se trata de una historia de amor a varias bandas, donde cada personaje pone en juego su cabeza y su corazón para responder a una situación especial en la que un hombre, Conor, regresa a casa tras haber sufrido un ictus cerebral. Lo hace bajo la supervisión de Ted, neurólogo que va a pasar dos meses con la familia para hacer un estudio médico grabando su comportamiento post-coma. Pero quien comienza observando científicamente al marido... acaba haciéndolo de otro modo a su mujer, Vanetia, que a su vez tiene que volver a enseñárselo todo y a enamorar al "nuevo" Conor, pero que también siente la atracción por el invitado. Green nos habla de la recuperación del vínculo familiar a través de la metáfora de las conexiones neuronales, y reflexiona sobre el equilibrio que debe darse entre la cabeza y el corazón, siendo este último más difícil de dominar. Si Vanetia tiene que aprender a seguir los dictados de la razón, Ted debe aprender a bailar y a dar salida a los afectos. Al final, estamos ante un viaje emocional complaciente y previsible, que crece cuando la historia de aceptación del marido en el entorno familiar cede su protagonismo a quien comienza a hacer las veces de esposo y padre... porque es entonces cuando la película se carga de intimismo y profundidad.

Como no podía ser de otro modo conociendo los antecedentes de la directora francesa, el Premio Miguel Delibes al mejor guión fue a parar a Au bout du conte (Al final del cuento) de Agnès Jaoui, quien con Jean-Pierre Bacri vuelve a hacer un retrato coral lleno de inteligencia y sutilidad. Se trata de un cuento moral... que echa mano de varios clásicos populares (la Cenicienta, la Bella Durmiente y Caperucita son referencias evidentes) para traerlos a la actualidad de un París donde sus personajes siguen buscando a su Príncipe Azul. Una comedia de diálogos cargados de ironía, y una historia donde hay muchos solistas que finalmente terminan tocando un concierto en convivencia armónica, en lo que parece una crítica al individualismo y una llamada a la tolerancia y al respeto de las diferencias. Como es habitual en su cine, un trabajado y preciso guión sirve de armazón consistente a subtramas que se mezclan y que refuerzan la tesis señalada, con personajes muy bien dibujados -aún tratándose de arquetipos- donde la diversidad de clases sociales vuelve a estar presente, con obsesiones, miedos, sueños y desencantos que conviven y que traen consigo la necesidad de creer en algo -en una vidente, en un sueño, en la astrología o en la religión... que la autora coloca en el mismo plano, porque según ella "hay que creer en todo lo que ayude"-. Gran trabajo de los actores, comenzando por la propia Jaoui o Bacri, para una visión menos idealista del amor y del cuento de hadas... porque "la vida ofrece más opciones y es más bella que la fantasía" (según sus propias palabras, en rueda de prensa), porque también a Caperucita se le abrió esa encrucijada en el bosque.

Cataluña aporta buen cine y tristeza

El cine de Cataluña nos ofreció dos obras marcadas por el buen hacer y también por su profunda tristeza. Mar Coll había abierto el certamen con la referida Tots volem el millor per a ella, drama intimista sobre una mujer que trata de salir adelante tras un accidente que la dejó con cojera de una pierna, con secuelas neurológicas evidentes y con una herida en el alma... que es lo más difícil de recomponer. En vano de esfuerzan el marido de Geni y su familia por devolverla a la vida ordinaria y a la que tenía antes del accidente, porque la tarea resulta ardua y en ese recorrido se le presentan otras opciones que el pasado no había contemplado. Son nuevas vías para superar el shock emocional en que se halla, para encontrar el camino perdido (también como Jaoui y su Caperucita), para vivir una vida... improvisando y recuperando ilusiones de juventud. La joven directora demuestra una insospechada madurez y una exquisita sensibilidad para mover la cámara y penetrar en el alma herida de sus personajes, para escuchar sus penas y para que ese sufrimiento se haga presente con la mirada y con el silencio. Buena planificación y preciso montaje para una serie de secuencias que muestran los inútiles esfuerzos de una mujer por volver a coger el tren de la vida. Esa mujer -y la otra responsable de esta pequeña joya de cine- es Nora Navas, actriz que pone rostro al dolor, que sostiene cada plano de la película y que permite ver que, tras una apariencia de optimismo, corren ríos de insatisfacción. Todo ello la hizo merecedora del premio a la Mejor actriz.

A pesar de que Coll habló de comicidad del absurdo en la rueda de prensa, costaba entrever esos rayos de luz en su película. Pero más oscura aún fue la otra propuesta catalana, en este caso de Jordi Cadena, La por (El miedo), crónica familiar con un padre violento que maltrata a su mujer y a sus hijos hasta descargar toda su ira sobre ellos. Si técnica y estéticamente la película no tiene pega alguna y sabe crear un ambiente opresivo y tenso, la voluntad de denuncia se adueña de la escena conforme avanza la historia, y lo explícito sustituye a la sutilidad con que ese miedo se había mostrado al comienzo (lo mejor de la cinta). Las miradas y los silencios dejan paso, de esta manera, a la contundencia y la tragedia hasta desembocar en lo que todos, no sólo Manel y su madre, tememos... y es que el director no pretende dar respuesta a un problema social sino solo cargar las tintas para que el espectador reflexione sobre ello. Buenas interpretaciones, con un contenido retrato interior de la esposa y del hijo, aunque no se pueda decir lo mismo del dibujo tosco y sin matices del padre... condenado desde el primer plano a la oscuridad, casi igual que Manel con esas implacables leyes de la genética.

Entre el drama y la comedia

Hay dos películas que sorprendieron a quien escribe por su fluida transición del drama a la comedia, o si se quiere... por tratar desde la distancia y la luminosidad que concede la comicidad asuntos de envergadura. Por un lado, la mencionada Matterhorn que le valió el Premio Pilar Miró como Mejor director novel a Diederik Ebbinge, con Fred, un hombre solitario y maniático en sus rutinas diarias, que acoge en su casa a un Theo mermado en sus capacidades mentales. Con esta extravagante historia, el director quiere acercarse desde la emoción y la risa a la soledad y a la necesidad de alcanzar una libertad interior, y lo hace con una propuesta que comienza con el retrato paródico de la religión como elemento que constriñe, para en su parte final cargarse de un contenido más humano y llegar a conmover al espectador. Las situaciones absurdas se suceden con gags visuales que logran arrancar una cuantas risas, con mínimos y lacónicos diálogos -Theo no es capaz de articular palabra-, con heridas en el alma por seres queridos que se han ido. Para Ebbinge la liberación llega con la superación de una religiosidad formal y negativa construida sobre la culpa, con el perdón y la aceptación del que es diferente -del hijo del protagonista, en este caso-, con la misma convivencia como experiencia que enriquece. La cinta mejora cuando abandona la caricatura y el sarcasmo antirreligioso inicial, cuando profundiza en el drama íntimo de Fred y en el de su vecino, cuando sustituye la payasada superficial por el sentimiento más humano. Está de más, por complaciente, sensiblero y políticamente correcto, el desenlace de la trama paterno-filial... aunque su mensaje llegó y gustó al público, gracias también a la buena interpretación de su protagonista Ton Kas.

Por otro lado, tenemos Short Term 12 con el estadounidense Daniel Cretton que dirige sus pasos hacia un Centro de acogida de menores, donde unos chavales tratan de rehacer su vida tras una infancia sin amor o con abusos de sus progenitores. Asistimos al drama de esos niños... y también al de los asistentes sociales que allí trabajan y que en el pasado sufrieron las mismas carencias, pero Cretton sabe oxigenar esas duras situaciones con chispazos de comedia y buen humor, y los personajes resultan tan creíbles como humanos y entrañables. En ese clima de luz, el espectador vive y comprende su desamparo y se mete en su piel... del mismo modo en que esos asistentes lo hacen con sus jóvenes tutelados. Ellos no son sus médicos ni sus amigos, y en cambio saben ponerse a su altura para ganarse su confianza y darles esperanza... "porque si uno no abre libremente su corazón y su cabeza, no hay nada que hacer". Gran trabajo de Maren Olson en el papel de Grace, una joven que se mueve entre la necesidad de volcar todo su cariño sobre esos adolescentes y la de curar unas heridas que siguen quitándole la paz... con una ansiedad que se reactiva cuando Jayden llega al Centro y ve en ella reflejado su propio pasado. El maltrato y el abuso, la maternidad y el aborto, el amor y la familia... temas de gran calado que el director trata con seriedad pero sin solemnidad, haciéndolos cercanos al espectador y sin sumirle en un pozo de negrura y asfixia, dejando espacio al silencio y a la autenticidad... y también a la esperanza.

De la pérdida y la soledad al ostracismo

La crítica internacional dio su Premio Fipresci a la argentina La reconstrucción de Juan Taratuto, otro retrato de un alma herida por la pérdida y la soledad, sumida en la tristeza y en la rutina... que precisa de un golpe que le despierte del tedio para volver a vivir, algo que llegará cuando visite a un amigo que ha sido hospitalizado para fallecer al poco tiempo... y nuestro hombre alicaído -al que da vida Diego Peretti- tenga que ocuparse de su negocio y de su familia. Cuesta entrar en la película y superar el artificio de la puesta en escena, mientras que la falta de referencias e información aumenta el autismo del protagonista y del espectador. También como fallida hay que calificar la española Presentimientos de Santiago Tabernero, con un guión escrito a partir de la novela de Clara Sánchez y que es todo un artefacto que mezcla indisolublemente lo real y lo onírico -la protagonista Julia, interpretada por Marta Etura, está en coma tras sufrir un accidente- y donde asistimos al proceso de búsqueda, reencuentro y enamoramiento de un matrimonio que pasaba por momentos difíciles... Infidelidad, conciencia de culpa y segundas oportunidades para un puzzle en el que todo acaba encajando pero que se hace previsible y en el que sobra almíbar y la emoción fácil.

El premio al Mejor actor fue para Zbigniew Walerys por su trabajo en Papusza (que también recibió el Premio de la Juventud), del matrimonio polaco Krzysztof Krauze y Joanna Kos-Krauze. Se trata del biopic de la poetisa Bronislawa Wajs, Papusza, una gitana que aprendió a leer y escribir... y que fue rechazada por su comunidad, acusada de desvelar unos secretos de su tradición que había publicado su amigo el escritor Jerzy Ficowski. Con un atractivo blanco y negro y con una cuidada planificación, se traza un cuadro artístico de supervivencia, se recrea un ambiente de superstición y de resistencia a la integración, mientras la narrativa baila entre diversos periodos de la vida de Papusza... para quedarse en una estampa folclórico-costumbrista y con escasa presencia de su aliento poético. Por otro lado, el dramatismo y la desgracia están presentes a lo largo de todo el metraje, excesivamente largo y reiterativo en algunos pasajes, con lo que es inevitable que en ocasiones pierda algo de fuerza.

Los sabios tienen algo que decir: Erice y Wajda

Fuera de concurso, vimos dos películas interesantes por su temática y por su concepción del cine. Por un lado, la colectiva Centro Histórico, producida para celebrar la capitalidad cultural de la ciudad lusa de Guimarães durante el 2012. Cuatro autores y cuatro sensibilidades se dan cita con trabajos libres y variopintos: Manoel de Oliveira titula el suyo "El conquistador conquistado" en alusión al primer rey de Portugal -Alfonso Enríquez- que es "capturado" por las cámaras fotográficas de los turistas que visitan su plaza y su estatua; también al modo cómico y como si de un divertimento se tratara, Aki Kaurismäki dirige "El tabernero", acercándose -con su laconismo e ironía habituales- al solitario dueño de un mesón que contempla cómo el restaurante vecino se llena de clientes mientras su local permanece vacío; Pedro Costa hace un cortometraje más arduo de ver y oscuro de interpretar, en torno al colonialismo y la inmigración; por su parte, Víctor Erice decide dar voz a hombres y mujeres que, en el pasado y hasta su cierre en el 2002, trabajaron en la fábrica textil de la ciudad... con emotivos y auténticos testimonios que nacen a raíz de una antigua fotografía donde cientos de trabajadores que se reunían en el refectorio para comer.

Por su excepcionalidad y riqueza de contenido, merece la pena reseñar algunas de las ideas que Víctor Erice regaló a los asistentes a la rueda de prensa que ofreció tras la proyección de Centro Histórico. Después de recordar cómo había surgido el tema de la película al contemplar la cantidad de desempleados que había en las cafeterías de la ciudad, de explicar el método de trabajo seguido a partir de conversaciones con los lugareños y de la redacción de un texto fijo para las entrevistas... pasó, a petición de los asistentes, a ofrecer su idea de un cine cultural que hace años se fracturó del comercial por incompetencia de los responsables y por una excesiva dependencia de las televisiones. También incidió en la diferencia entre el reportaje televisivo y el documental de creación, en cómo en la mente del director ficción y realidad se mezclan para solo diferenciarse a la hora de la escritura, en cómo la mirada del cineasta debe tratar de ver más allá del primer plano y trascender la realidad inmediata, o en cómo el cine español no había dejado nunca de ser "un fantasma industrial y vicario, primero de la política y después de las televisiones". Escuchar a quien tenía algo que decir y comprobar que la sensatez y la reflexión hablaban por su boca fue, sin duda, lo mejor de esta Seminci, con permiso del japonés Yamada.

También fuera de concurso figuraba la película que clausuró la Seminci, Walesa, la esperanza de un pueblo, de Andrzej Wajda. Con este biopic de su paisano Lech Walesa desde que asumiera el papel de líder del sindicato Solidaridad hasta llevar la libertad a su patria, la cinta refleja el espíritu de compromiso y el patriotismo del director, y también su interés por hacer una labor rigurosamente histórica -su documentación es innegable- al acercarse a ese periodo de su pueblo. Construida a partir de varios flashback propiciados por la entrevista que le hace la periodista Oriana Fallaci, y mezclando material de archivo con imágenes de ficción, Wajda imprime a la cinta un ritmo intenso y vibrante que no decae en ningún momento, y sabe trasmitir el liderazgo y espíritu combativo del sindicalista, así como el apoyo y fortaleza de su esposa o la impronta religiosa de un pueblo que se apoyaba en la fe y en la figura de Juan Pablo II.

En torno al sacrificio familiar

Fresca y optimista llegó Marina desde Bélgica, otro biopic más en esta Seminci, en este caso realizado por el veterano Stijn Coninx en torno al músico italiano Rocco Granata, desde que llegara a la región minera de Limburgo con su familia, persiguiendo un sueño y una pasión. Una historia de superación frente a la adversidad y de amor adolescente... que tiene algo de Rocco y sus hermanos y mucho de Cinema Paradiso, que no evita los momentos crudos pero presentados de manera suavizada e idílica, de manera positiva y amable, con una narrativa previsible y unos personajes esquemáticos, con abundantes tópicos y una clara voluntad de complacer.

De tono más  realista y crudo son los trabajos llegados desde Palestina y Gran Bretaña. En el primero, Omar, Hany Abu-Assad cuenta una historia de amor en tiempos de guerra: es el amor secreto del joven del título hacia Nadia, durante la resistencia palestina a la ocupación israelí en Cisjordania. Traiciones, sospechas, chantajes y mentiras salpican una trama tan complicada como la realidad del conflicto, con personajes que van cambiando de bando y actitud según las circunstancias obligan a ello... y que exigen al espectador atención para seguir bien la trama.

El británico Sean Ellis se trasladaba a Manila para filmar Metro Manila, y presentarnos a Óscar, un lugareño que se va del campo a la ciudad para sacar a su familia de la miseria... y que termina en los arrabales de Manila viéndose involucrado en una trama de corrupción, engaño y violencia. Es la crónica de un viaje de la inocencia al desamparo, donde el protagonista se ve obligado a trabajar en la seguridad de transportes blindados y a asumir el dudoso código moral de la empresa. Todo queda justificado si lo que se persigue es que su mujer deje de prostituirse en un club nocturno, que su hija pueda ir al dentista o tener algo para comer... La sordidez del ambiente queda reflejado en unas imágenes duras y en una música que cede en ocasiones al silencio buscando el impacto emocional. Bien realizada, esta historia de auto-inmolación se mueve en territorios extremos, con personajes a los que no se les deja otra opción... y con un espectador que debe digerir tanta tensión y creer que ese sacrificio servirá para algo. La película, rodada en tagalo, ha sido nominada por Gran Bretaña para los Oscar como mejor película en habla no inglesa.

Un capítulo para olvidar

Capítulo aparte y para olvidar son cuatro películas de difícil justificación para la Sección Oficial. La presentada por Paul Schrader fuera de concurso, The Canyons, resulta televisiva y excesiva, tediosa y agotadora, con personajes enfermizos y depravados que se mueven en un mundo malsano de engaño, celos, infidelidad y sexo... y que convierten la cinta en una pesada carga que soportar, entre la explicitud y falta de sutileza en la puesta en escena o la superficialidad de sus interpretaciones. Por otro lado, tenemos la firmada por el norteamericano Kelly Reichardt, Nigth moves, sobre tres ecologistas que perpetran un atentado contra una presa, sin saber que un hombre estaba acampado en sus proximidades: el peso de la culpa por su muerte quita el sueño a los jóvenes radicales, mientras la morosidad de la historia, sin ritmo ni tensión, la convierten en una auténtica la pesadilla para el espectador... y eso a pesar de la cuidada fotografía que le dio el premio a Christopher Blauvelt.

Tampoco será muy recordada la marroquí Zéro de Nour-Eddine Lakhmari, un intento de denuncia de la corrupción de la policía y de las clases altas, que se queda en el trazo grueso, en el thriller televisivo de poca calidad, plano y maniqueo en el retrato de personajes, artificioso en el uso de la cámara y del montaje, caricatura sin gracia en sus pretendidos toques de humor. Por último, Bélgica traía la críptica y confusa I'm the Same, I'm an Other (Soy el mismo, soy otro), de Caroline Strubbe, con un hombre que huye con una niña pequeña... hacia ninguna parte, sin que apenas medien palabras entre ellos durante toda la cinta, sin información sobre su identidad o pasado ni sobre la relación entre ambos... para generar una situación un tanto esquizofrénica o autista dentro y fuera de la pantalla. Demasiada exigencia, locura y soledad para un espectador que no salía de su perplejidad, y al que se exigía una alta dosis de paciencia.

Fuera de la Sección Oficial

Aparte de la Sección Oficial, Punto de Encuentro -la sección paralela del festival- volvía a hacer su apuesta por lo desconocido hasta convertirse en una auténtica Caja de Pandora: nueve óperas primas y seis segundas películas… para intentar espigar alguna joya escondida y lanzarla al mundo en un viaje de cine. Triunfó Wajma. Una historia afgana de amor, de Barmak Akram, trabajo venido desde Afganistán y que mira la realidad de la mujer en el ámbito musulmán, mientras que The Rocket de Kim Mordaunt se presentaba fuera de concurso y con la nominación a los Oscar por parte de Australia.

Los documentales tenían su lugar, como en años anteriores, en Tiempo de Historia con 18 largometrajes presentados y con el premio otorgado a La Maison de la radio de Nicolas Philibert, en torno a Radio France y a las personas que están detrás de esas emisiones radiofónicas. Por otro lado, esta edición de la Seminci ofrecía una retrospectiva del director norteamericano Paul Schrader y un ciclo sobre el cine marroquí del siglo XXI (17 películas de ficción y 3 documentales). Completaba la Semana la sección Spanish Cinema con algunas de las películas españolas que han triunfado durante el último año como 15 años y un día y otras que han tenido una menor distribución como Stockholm o Los ilusos, así como varias proyecciones especiales y otras dedicadas al cine de Castilla y León. Por último, los cortometrajes salpicaban la Sección Oficial y Punto de Encuentro, además de tener su propio espacio en la Noche del Corto Español y en la presentación de los últimos trabajos de alumnos de la ECAM (Escuela de Cine de Madrid).

Aunque el peso de la tradición es importante en la Seminci, no faltaron iniciativas que muestran su dinamismo y espíritu de vanguardia. Prueba de ello son tres novedades presentadas en esta 58ª edición. Por un lado, nacía Miniminci, un festival paralelo destinado a los más pequeños con películas de animación dobladas, y con la intención de fidelizar al público desde temprana edad. Por otro, se lanzó la SEMINCI Joven, con una selección de títulos de las diferentes secciones del certamen que se ofrecían a estudiantes de ESO y Bachillerato, en horario lectivo y con entrada gratuita. Y, en tercer lugar, se creaba la Seminci Factory, contenedor digital de proyectos de cine europeo que permitirá a los creadores mostrar sus trabajos y gozar de asesoramiento, así como disfrutar de una mayor promoción y de ayudas de diversas instancias públicas y privadas. Sin duda, una buena inversión en cultura y en amor al cine.

           
Y así, la Seminci bajaba el telón de su 58ª edición con la esperanza de que los recortes de la crisis dejen de amenazar la difusión de la cultura, de que el cine continúe desempeñando su función de humanizar y sensibilizar al espectador del siglo XXI, de que el camino hacia su 60 cumpleaños siga siendo un acto de amor al cine y una muestra de independencia del mercado y de las ideologías. Esperamos que así sea.

<<volver


FILMHISTORIA Online - Centre d'Investigacions Film-Història. Grup de Recerca i Laboratori d'Història Contemporània i Cinema, Departament d'Història Contemporània, Universitat de Barcelona.
ISSN 2014-668X | Latindex
FILMHISTORIA Online y todo su contenido escrito está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Compartir bajo la misma licencia 3.0
Creative Commons License