TO THE WONDER. AVANZA EL ITINERARIO DE BÚSQUEDA DEL REGRESO AL (FUTURO) EDÉN

Por Arturo Segura

T.O.: To The Wonder. Producción: Brothers K Productions, Redbund Pictures (USA 2013). Productores: Nicolas Gonda, Sarah Green. Director: Terrence Malick. Guión: Terrence Malick. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Música: Hanan Townshend. Montaje: A.J. Edwards, Keith Fraase, Shane Hazen, Christopher Roldan, Mark Yoshikawa.

Intérpretes: Ben Affleck (Neil), Olga Kurylenko (Marina), Rachel McAdams (Jane), Javier Bardem (Father Quintana), Romina Mondello (Anna), Charles Baker (Carpenter).

Color – 112 min. Estreno en España: 12-IV-2013.

 

Es otoño en París, y Neil -Ben Affleck- y Marina -Olga Kurylenko- están enamorados. Ella es la madre de Tatiana -Tatiana Chiline-, una niña que ya empieza a dejar de serlo; él no es el padre. Madre e hija deciden cambiar su vida en esa bulliciosa y autosuficiente urbe, por otra más ilusionada en la pequeña localidad de Oklahoma donde Neil reside. Entregados a la emocionante expectativa de renovar sus vidas, los tres pasan juntos un tiempo que, pasados el tiempo y el entusiasmo inicial, deviene desencuentro y ruptura: ellas no han tardado en experimentar el inevitable contraste entre la gran capital europea, y esa recóndita comunidad perdida en las llanuras centrales norteamericanas. Nada ha satisfecho sus ansias, ni el extremo clima, ni la áspera dureza del entorno, ni las gentes y sus mentalidades -siempre la evolución de los Estados Unidos como posibilidad-… ni siquiera la convivencia con Neil, ni siquiera Neil. Poco después de regresar a Francia, Tatiana decide marchar a vivir con su padre, sumiendo a Marina en una triste soledad. Entretanto, él adereza la suya reencontrándose con Jane -Rachel McAdams-, una antigua compañera de estudios de la que termina enamorándose, siendo correspondido. Pasado un tiempo, Marina decide volver sola a Estados Unidos, rogando a Neil que acceda a casarse con ella para obtener así un permiso de residencia permanente en el país; él termina aceptando, rompiendo de ese modo su fugaz relación con Jane.

A priori, estas líneas argumentales no diferirían demasiado de las que suelen caracterizar tantas películas de temática basada en las relaciones amorosas. En efecto, así sería, de no ser Terrence Malick su director y guionista. Fiel a sí mismo, su polifacético estilo distintivo y peculiar tratamiento estético, filosófico… conducen un asunto cinematográfico tan acomodaticio como el descrito, hacia propuestas si no ignotas, sí en buena medida continuadoras de concepciones recreadoras del cine mismo. A semejanza de lo que ofrece la obra de autores como Dreyer, Tarkovski, Bresson, Kieslowski, Ozu, Sokurov, Tarr, Angelopoulos, Bergman, Kiarostami… en la de Malick, el qué y el cómo resultan indisociables e interdependientes. Son, pues, muchos los factores que contribuyen a confirmar perspectivas de partida y objetivos, por fuerza contrapuestos al enmarañado lastre urdido por la acumulativa repetición de tantos vacuos convencionalismos cinematográficos.

Frente a ello, el planificado y espontáneo modus operandi estriba en un dinámico rodaje realizado con la manejable steadycam y su fluida suavidad de movimientos que con tanta eficacia contribuyen a aportar una natural sensación de fluencia y cambio permanente. Cabe destacar asimismo las armónicas composiciones que dentro de un mismo plano simultanean panorámicas o grandes angulares con primeros planos o planos detalle. Y otro tanto puede decirse del complejo trabajo de montaje -elaborado esta vez por un equipo de cinco profesionales-, los reflexivos y omnipresentes monólogos interiores fuera de campo, el deliberado clima espiritual subrayado por la pausada cadencia y la peculiar atmósfera contemplativa, el recurso musical a la densa obra de autores como Einojuhani Rautavaara, Arvo Pärt o Henryk Gorecki, la novedosa y casi absoluta eliminación de diálogos escenificados entre los personajes, la drástica reducción de recursos interpretativos con los que, empero, acertar a mostrar los más hondos dramas inherentes a la condición humana, la conversión de notorias estrellas del cine actual casi en meras presencias o modelos, por lo demás, remota y quizá algo torpe emulación -¿reelaboración?- de los audaces aforismos propugnados por Robert Bresson en torno a la praxis interpretativa.

Fundamentado en estos y otros muchos aspectos formales, Malick no deja de demostrar su interés por continuar explorando los antípodas del aburguesamiento creativo, valentía, empero, no exenta de amaneramientos, derivados quizá de una autocomplaciente profusión de pequeños hallazgos de propio cuño. Por poner un ejemplo, las, en ocasiones, algo empalagosas intimaciones entre enamorados, de un modo u otro ya características desde Malas tierras (Badlands, 1973).

No obstante, más allá del leve tic formal, el norte de los intereses de Terrence Malick se halla siempre en la indagación existencialista y, de manera creciente durante los últimos años, religiosa. Un cine, pues, enraizado y desarrollado en función de una inherente necesidad humana, por lo demás, más perentoria en la actualidad cuanto más ignorada. No en vano, podría decirse que Malick realiza películas destinadas a permanecer como hermosos aldabonazos a las conciencias y las sensibilidades. Una intensa labor que, como indicaré abajo, parece haber tornado apremiante desde hace un tiempo, habida cuenta la cantidad de proyectos que está simultaneando. En cualquier caso, y tal y como ya empezara a entreverse en El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011), la ambiciosa aventura del director tejano adopta en To the Wonder un cariz de explícita raigambre cristiana, no tanto debido a la notoria aunque puntual presencia del padre Quintana -sacerdote católico encarnado por Javier Bardem-, cuanto, como comprobaremos más abajo, al tratamiento de una exuberante temática multiforme centrada en dicho credo.

Partiendo de la espiritualidad humana como núcleo central del propio drama existencial, El árbol de la vida se orientaba más a indagar en, entre otros particulares, la necesidad de una búsqueda de la comunicación con Dios, en tanto que benefactora plenitud del Ser personal; en el ser humano y el cosmos como concreciones tangibles de la Belleza; en ésta como sobreabundante expresión redentora de la Gracia divina; en la misteriosa trascendencia y dignidad de cada vida humana y de la naturaleza, en tanto que partes integrantes del inabarcable relato o designio -lógos- divino; en la misericordia y el perdón humano como condición necesaria e insoslayable para la recuperación de dicha visión prístina, en la familia como idóneo ecosistema humano en el que adquirir todo aprendizaje fundamental.

Si bien sin perder de vista éstas y otras coordenadas comunicantes, con To the Wonder Terrence Malick prefiere en cambio aproximarse de nuevo a enfoques de sesgo más antropológico y moral, ya esbozados desde un deísmo o trascendencia aconfesional en La delgada línea roja (The Thin Red Line, 1998) o El nuevo mundo (The New World, 2005), para basarse ahora en los capítulos 7 y 8 de la Epístola paulina a los Romanos. Es así como el director tejano se atreve a demorarse en el tratamiento explícito de asuntos tan profundos como la misteriosa condición caída -física y espiritual, unitaria- del ser humano, la mediación redentora de Cristo como la posibilidad sanadora de dicha herida primigenia, el dolor y la culpa derivados de la quiebra de un armónico orden natural y sobrenatural; la propia resistencia humana a dejarse amar por su Creador, la consecución de la paz y el consuelo derivados del arrepentimiento personal y el perdón de Dios. En definitiva, Malick trata la aceptación o el rechazo que la criatura hace del Amor que se le dona y ofrece sin condiciones ni descanso. Para demostrarlo, el cineasta se sumerge sin reparos en la abisal confrontación interior entre la pasión y la razón, el deseo y la voluntad, el deber y el instinto de los personajes; en la comunicación o incomunicación humana como clave esencial para la preservación del amor. Asimismo, en la consecuente inestabilidad y fragilidad de tantas de sus decisiones y propósitos, en la dilucidación de los motivos profundos de su intrínseca debilidad, en sus contradictorias tensiones interiores para acertar a tomar las elecciones correctas, en sus serias dificultades para alcanzar a desentrañar el verdadero significado del amor mismo y su necesidad, en sus particulares desorientaciones, zozobras, frustraciones o incapacidades para alcanzar la perpetuación en el amor.

Poseen particular resonancia en este sentido, la triste infidelidad conyugal de Marina, cometida tras oír el estéril canto de sirena de una vecina -¿acerba crítica de Malick a la recalcitrante obsesión contemporánea por el hedonismo juvenil?-, y sus posteriores desasosiego y rectificación. Y en igual medida, la apagada figura del padre Quintana, quien, como reconoce, ha perdido el luminoso ímpetu inicial de su vocación, si bien no su capacidad y disposición para hacer accesible su misericordioso servicio, como puede comprobarse con creciente evidencia conforme avanza el relato.

To the Wonder es en suma, una nueva etapa trazada por Terrence Malick en su encomiable exploración artística para la obtención de respuestas a las preguntas cruciales. Y es de esperar que, si las informaciones son ciertas, continúe hollando esta apasionante ruta, conocidos algunos detalles sobre sus siguientes producciones: Knight of Cups, protagonizada por un amplio reparto encabezado por Christian Bale y Cate Blanchett; Voyage of Time, protagonizada, al parecer, por Emma Thompson y Brad Pitt -repitiendo además como productor-; y una tercera, aún sin título, de nuevo formada por un prolijo elenco de jóvenes actores, y con un argumento centrado en los amoríos de jóvenes músicos country, a semejanza de Esa cosa llamada amor (The Thing Called Love, 1993), de Peter Bogdanovich. De seguir así, el pionero Malick no estará solo; otros le seguiremos siempre gustosos, hasta el fin del mundo, de aquí a la eternidad.

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