CESARE DEVE MORIRE, LOS FANTASMAS DE SHAKESPEARE Y EL INFIERNO DE DANTE HERMANADOS

Por Jesús Domingo Montserrat

T.O.: Cesare deve morire. Productora: Kaos Cinematográfica/ Rai Cinema/ Sternal Entertainment/ Le Talee. Producción: Grazia Volpi. (Italia, 2012). Dirección: Paolo y Vittorio Taviani. Guión: Paolo Taviani y Vittorio Taviani; con la colaboración de Fabio Cavalli; basado en la obra Julio César, de William Shakespeare. Fotografía: Simone Zampagni. Música: Giuliano Taviani y Carmelo Travia. Montaje: Roberto Perpignani.

Intérpretes: Fabio Cavalli, Salvatore Striano, Cosimo Rega, Giovanni Arcuri, Antonio Frasca, Juan Dario Bonetti, Vittorio Parella, Vincenzo Gallo, Rosario Majorana, Francesco De Masi, Gennaro Solito.

Blanco y negro/Color - 76 min. Estreno en España: 23-XI-2012.

 

Cuentan los octogenarios hermanos Taviani que su último proyecto nació fruto de una casualidad, ya que aconsejados por una amistad fueron a ver la  representación de algunos pasajes del Infierno de Dante, interpretados por unos presos en la cárcel de máxima seguridad de Rebibbia en las afueras de Roma y tras la visualización brotó una idea.

Bendita casualidad ya que los autores de títulos clave del cine italiano como Padre Padrone (1977), La notte di San Lorenzo (1982) o Good Morning, Babilonia (1987) se embarcan ni más ni menos que en la representación de la obra teatral Julio César de Shakespeare, pero desde un punto de vista inédito hasta el momento.

La obra se centra en los últimos días que rodearon históricamente al inmortal dictator romano y a la conspiración para su muerte por parte de sus supuestos aliados políticos en la construcción de una nueva Roma desde la perspectiva del encumbrado personaje por parte del pueblo y sus seguidores acérrimos, y las suspicacias y envidias que esto produjo en parte de la nobleza romana encabezada por los “bonni, uomini d’onore”, así como de los dilemas entre las ambiciones del poder excusadas en el amor a la patria y la libertad.

Asumiendo la dirección de los convictos se sitúa el director teatral Favio Cavalli, que tras una explicación de la obra que se quiere representar y después de unas magnificas pruebas de casting otorga los papeles de cada personaje en donde, como si una rueda de reconocimiento carcelaria se tratara, los futuros protagonistas acogen con ilusión los roles a desempeñar, mientras individualmente en sobreimpresión aparecen las penas a las que están condenados y el clan mafioso al que pertenecen.

A partir de aquí lo que sucede es pura magia donde los siameses cinematográficos Taviani tienen que elegir entre ceñirse fielmente al guión que han elaborado o la disyuntiva de plasmar las realidades de unos ensayos en que deja de existir la barrera entre realidad y ficción, como si el mito de la caverna de Platón tomara una presencia fantasmal en el rodaje de la preparación de la representación, confundiendo en el alma de los personajes y de sus papeles acciones personales en el pasado por las que están cumpliendo condena con penas que llegan incluso a la cadena perpetua, y en que el atónito espectador es sorprendido por una fuerza emocional y artística (dignas de la envidia de actores  como Marlon Brando o Kenneth Branagh, por citar tan solo dos nombres ilustres en las adaptaciones cinematográficas del genio londinense nacido en el siglo XVI) surgida de la simbiosis del personaje que interpretan por acciones de sangre y lealtad protagonizadas de forma directa o indirecta por los reclusos bajo órdenes que provenían de sus capos, y que como hombres de honor en sus compromisos personales con la organización debían ejecutar como dicta el código en su política de vendetta.

Una realidad que el bardo de Avon y sus incondicionales realizaron, pero nunca había sido plasmada con tal realismo ya que sus atormentados personajes eran interpretados por  actores que en la mayoría de sus casos nunca llevaban en su mochilla delitos castigables con penas carcelarias.

El mismo cartel promocional de la película da fe del juego de espejos: el color muestra la ficción de la libertad en la representación real de la obra en el teatro de la cárcel o en pensamientos de liberación tras la contemplación de un paisaje de una costa, probablemente siciliana, en contraste con el blanco y negro que engrisece las diferentes dependencias carcelarias en donde con planos fijos se graban los ensayos individuales o en grupo (donde aparecen rencillas personales que ponen en peligro el proyecto) que en conjunto darán vida a la obra dotando de mayor intensidad las interpretaciones con una magnifica banda sonora que aparece puntualmente, para captar y acentuar las sombras del pasado en los rostros y miradas de unos presos cargados de sentimientos y remordimientos que les recuerdan sus papeles en las relaciones humanas, como la amistad, la traición, el poder, la vanidad, la envidia, la duda, la conspiración y el crimen.

Sin nada que envidiarle a la magnífica Julio César (1953), de Joseph Leo Mankiewicz, ni a su presupuesto, los Taviani consiguen con la complicidad de su equipo, de Cavalli y de unos actores reos amateurs cuya única aspiración a un galardón es la evasión de su propia realidad con pequeñas grandes dosis de una supuesta redención personal. El montaje final plasma para la posteridad una fusión de documental teatral realizando un proyecto cinematográfico empapado de una especial sensibilidad humana dotada en todo momento de un talento artístico angustioso, moldeando en la gran pantalla relaciones entre seres humanos que están más allá de la historia, en el limbo interpretativo entre el bien y el mal perseguidos por sus fantasmas en su infierno particular, consiguiendo con un presupuesto low cost una resurrección artística sobradamente merecida por su trayectoria que seguramente será recordada en tiempos aún por venir y en lenguas aún por inventar una impronta inmortal, bendecidos esté donde esté por su amado y admirado dramaturgo ingles.

Rodada el año 2012 en una Italia corrupta y convulsa donde el “emperador” Berlusconi está tambaleándose sumergido en el desprestigio social y vaticinando un inevitable fin de régimen para la reconstrucción italiana, Paolo y Vittorio Taviani -autores de un cine fuertemente politizado- se sacan de la chistera esta joya cuya trama habla de un cambio de ciclo político histórico, que daría paso a una nueva era interpretada irónicamente y magistralmente por la escoria de la sociedad, consiguiendo el milagro de un reencuentro familiar después de varios siglos de historia, hermanando por fin los fantasmas de su admirado Shakespeare con el infierno de Dante, obteniendo un merecidísimo “Oso de Oro” en el Berlín del “ángel” de Europa, Angela Merkel.

Como dice Marco Antonio en el patio de la cárcel, arrodillado sobre el cuerpo de César, ante la atenta mirada de presos que claman libertad desde sus celdas y de los guardias que los vigilan: “La revuelta está en camino. Lo que tenga que ser será”.

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