LAS NIEVES DEL KILIMANJARO (2011), DE ROBERT GUÉDIGUIAN:
¿REVOLUCIÓN O CONVERSIÓN?

Por PEIO SÁNCHEZ

Robert Guédiguian presentó su última película en la Filmoteca de Catalunya recientemente y ahora pasa a cartelera. En su visita a Barcelona el director de Marius et Jeannette (1997), À l'attaque! (2001) y Presidente Mitterrand (2005) resaltó lo que se hace evidente, que su obra se desarrolla en un tono de confesión personal volviendo hacia el pasado y mirando al futuro. En este sentido es una película intensa, testimonial y popular aunque también con un toque de advertencia didáctica tanto para los que ya peinan canas como para las nuevas generaciones.

El punto de partida de la historia es un poema de Víctor Hugo titulado “La gente pobre”. En él se cuenta la historia de una pareja que ve morir a su vecina que “deja a dos pequeños. Uno se llama Guillaume y la otra Madaleine”. Este punto de partida le permitirá contar la vida de Michel y Marie-Claire, una pareja que lleva unida 30 años, él sindicalista y ella trabajadora. Herederos de las luchas obreras y de la perspectiva marxista se sienten coherentes en su trayectoria, ahora rodeados de hijos, nietos y amigos que les aprecian. El giro del guión vendrá cuando sufren un brutal asaltó mientras están en casa con otra pareja de amigos de toda la vida. Esta sacudida exterior se convertirá en un proceso interior, que llevará a los dos protagonistas, convincente como siempre Jean-Pierre Darroussin -recordemos Conversaciones con mi jardinero (Jean Becker, 2007)-, y entrañable la esposa del director y habitual en su filmografía, Ariane Ascaride, a una renovación de sus compromisos más profundos.

Las nieves del Kilimanjaro nada tiene que ver -sino como reclamo publicitario- con el inolvidable clásico de Henry King (1952) con Gregory Peck y Ava Gardner. Se trata, ante todo, de una película emotiva que trasmite sinceridad y verosimilitud. Con el estilo costumbrista propio de algunos directores franceses actuales, que mezclan el drama con la comedia, se nos trasmite tanto la identificación con los personajes como con la peripecia vital que realizan. Y éste es, sin duda, su gran valor. La generación de las revoluciones ahora acomodada se enfrenta a la crisis económica y antropológica con que se nos destapa el actual estado del mundo. La escena inicial muestra un despido empresarial, se trata de un marco de referencia que señala que algo fundamental se está tambaleando en el mundo europeo. En esta situación se reclama una vuelta al interior, un llamamiento a la conciencia, una voluntad de transformación de la perspectiva, en definitiva y en lenguaje religioso: una conversión. Cuando nuevamente nos preguntamos por quién suenan las campañas, la vuelta a las actitudes del corazón, a las fuentes más profundas de la motivación y al fundamento del sentido se convierte en una exigencia de autenticidad. Y esto es lo que representa la pareja protagonista, en sus diferencias, pero también en su camino de amor mutuo.

Las citas del protagonista a Jean Jaurès, el socialista francés asesinado por su defensa del pacifismo universalista en las puertas de la Primera Guerra Mundial, son toda una declaración de intenciones. Este político y diputado escribió en Discurso a la juventud: “El valor reside en saber dominar las equivocaciones, padecer por ellas, pero no sentirse agobiado y seguir adelante. El valor reside en amar la vida y contemplar la muerte con mirada tranquila; en ir hacia el ideal y en entender lo real”. Esta perspectiva resulta mucho más contemplativa que pragmática, más reconciliadora que militante, y, en definitiva, más resistente y espiritual que una revolución de las estructuras que no sólo no las ha cambiado sino que tampoco ha cambiado las personas.

Sin embargo, hay una cierta amargura en la propuesta de Robert Guédiguian. Ninguno de los jóvenes implicados en la historia comprende el cambio de dirección, la conversión a la que estamos obligados. En este sentido la película tiene tono profético, aunque no tengo claro que esta posición no se escore hacia un romanticismo poco crítico con la propia generación de los que hasta ahora hemos tenido el protagonismo y la responsabilidad social. Y tampoco tengo nada claro que tengamos tan poco que esperar de los que vienen detrás, aunque una advertencia a tiempo siempre viene bien, esta película gustará a los cincuentones pero los veinteañeros pasarán de ella.

Acertado, sin duda, me parece el premio LUX 2011 del Parlamento Europeo por lo que supone esta propuesta de un afrontamiento desde la conciencia de la situación de crisis social de Europa. Así se une a películas importantes como Die Fremde (2010), de la directora Feo Aladag, Welcome (2009) de Philippe Lioret y la imprescindible El silencio de Lorna (2008) de los hermanos Dardenne.

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