SAKURADAMONGAI NO HEN, EL CANTO DE CISNE DEL JAPÓN FEUDAL

Por VÍCTOR J. VILLPERT

T.O.: Sakuradamongai no hen. Producción: Tōei (Japón, 2010). Productores: Kawasaki Takashi, Mikami Yasuhiko, Suzuki Yoshihisa. Director: Satō Jun'ya. Guión: Era Itaru y Satō Jun'ya (basado en la novela de Yoshimura Akira). Música: Nagaoka Seikō. Fotografía: Kawakami Kōichi. Montaje: Kawashima Akimasa.

Intérpretes: Osawa Takao (Seki Tetsunosuke), Kitaōji Kin'ya (Tokugawa Nariakira), Ibu Masatō (Ii Naosuke), Hasegawa Kyōko (Seki Fusa), Emoto Akira (Kaneko Magojirō), Namase Katsuhisa (Takahashi Taichirō), Nakamura Yuri (Ino), Honda Hirotarō (Sakuraoka Genjiemon).

Color – 137 min. No estrenada en España (estreno en Japón: 16-X-2010).


El jidaigeki o cine histórico japonés, pese a haber vivido su momento de máximo esplendor hacia la década de 1960, goza aún hoy de una buena salud en la industria cinematográfica de Japón, aunque este hecho tenga poca resonancia en Occidente, donde la popularidad del género es muy limitada. La Historia no alimenta solo a la industria cinematográfica, sino también, y quizá en mayor medida, a la literaria; no es para nada extraño que la segunda termine inspirando a la primera. Sakuradamongai no hen, precisamente, adapta la novela histórica homónima publicada por Yoshimura Akira en 1988, en la que se dramatiza un incidente que supondría un verdadero punto de inflexión en el devenir de la nación insular. De la dirección se encarga el veterano Satō Jun'ya (Otokotachi no Yamato), que participa también en la redacción del guión junto a Era Itaru (Hisshiken torisashi), dando lugar a un film sobrio, detallista, en el que la trama, que puede resultar un poco confusa para el espectador occidental no familiarizado con determinados hechos y personajes de la historia japonesa, se va desenredando de forma reposada y paulatina, en una narración no lineal, apoyada con frecuencia en el recurso del flashback.

Edo (actual Tokyo), marzo de 1860. Una nevada tardía cubre los alrededores de la puerta de Sakurada, acceso meridional al castillo del Shōgun, a la sazón centro político del Japón feudal. La comitiva de Ii Naosuke, quien ostenta el cargo de regente y es el principal responsable del tratado diplomático firmado dos años antes con el embajador estadounidense Townsend Harris, se dispone a entrar en el castillo. El tratado evidenciaba la posición de inferioridad de Japón con respecto a las potencias occidentales y ponía fin a una política aislacionista que se había prolongado durante más de dos siglos; por si esto fuera poco, había sido ratificado sin la aquiescencia de la corte imperial de Kyoto, la cual, pese a no gobernar el país, mantenía una posición de primacía simbólica. Por todo ello, el regente había despertado la indignación y la animosidad de muchos. Las muestras de discrepancia, sin embargo, tomarían formas muy diversas. Con paso firme y rostro desafiante, un hombre sale al paso de la comitiva. No tardan en surgir otros, el acero brillando ya en sus manos entumecidas por el frío. A una cierta distancia, Seki Tetsunosuke, sobre quien ha recaído la responsabilidad de dirigir el ataque, observa la escena. La emboscada tendrá éxito y la cabeza del traidor Ii Naosuke, alzada por sus enemigos, se convertirá en metáfora de esa época oscura y truculenta que es el Bakumatsu: los días finales del Japón de los samuráis.

El incidente del exterior de la puerta de Sakurada, traducción literal del título de la película, es un acontecimiento clave en el proceso que llevará a Japón a convertirse en una potencia imperialista moderna a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y situarse a la altura de los países occidentales, como quedará demostrado con su victoria sobre el Imperio Ruso en 1905. Y, sin embargo, ¿quiénes eran aquellos samuráis que, procedentes en su mayoría del dominio de Mito (actual prefectura de Ibaraki, al noreste de Tokyo), decidieron asesinar a Ii Naosuke, no sin antes renunciar a sus vínculos de vasallaje, convirtiéndose así en rōnin, para no causar problemas a su señor? ¿Cuáles eran sus motivaciones y sus objetivos, qué ideales les movían? Y, en fin, ¿fueron patriotas o fanáticos, héroes o villanos? La Historia, que no es al fin y al cabo ni más ni menos que aquello que los hombres hacen, difícilmente se presta a reduccionismos maniqueos. Sakuradamongai no hen consigue hasta cierto punto transmitir esa ambigüedad, esa gama de grises en la que casi siempre se sitúan nuestras ideas y nuestras acciones como seres humanos. Es cierto que el film adopta la perspectiva de los activistas rōnin, despertando un sentimiento de empatía en el espectador, y que la figura de Ii Naosuke aparece en su dimensión más tiránica; pero se nos muestra también, por ejemplo, cómo el propio Tokugawa Nariaki, señor de Mito, que por su rivalidad con Li había sido castigado y cuyo honor los rōnin pretendían defender, condena con vehemencia el atentado y ordena perseguir a los culpables. Incluso en Seki Tetsunosuke se entrevé un cierto arrepentimiento al final, tras comprobar la cantidad de vidas que se han perdido como consecuencia del complot en el que él ha jugado un papel muy destacado.

Pues bien, fuesen los llamados legitimistas (de quienes los asesinos de Ii fueron pioneros), "hombres de elevado propósito" (shishi), como ellos mismos se consideraban, o fuesen, por el contrario, meros exaltados, es indudable que con sus actos contribuyeron a moldear el futuro de Japón. Porque, al actuar de forma autónoma, rompiendo la vinculación con sus señores y anteponiendo su lealtad a la nación a su lealtad al dominio feudal, propiciaron, sin pretenderlo, el cuestionamiento del sistema feudal en sí mismo. Pero esto llegaría un poco más tarde. Lo que vemos en el film es el primer acto de este drama, y una parte muy importante del mismo. Tras el incidente de la puerta de Sakurada, los legitimistas de muchos lugares de Japón estudiarían y debatirían la declaración que los asesinos de Ii Naosuke habían redactado para justificar su atentado y se sentirían inspirados por ella. El incidente fue recibido, en expresión del historiador Marius B. Jansen, como una auténtica "llamada a las armas" por todos los samuráis descontentos de Japón, que en adelante optarían por la acción directa para lograr sus objetivos políticos, resultando en algunos de los episodios más llamativos de la historia japonesa.

Por supuesto, muchos otros jidaigeki se han ocupado de un período tan tentador como el Bakumatsu; y algunos han explorado, particularmente, la cuestión del activismo legitimista de inicios de la década de 1860. De entre estos últimos podríamos destacar dos obras maestras del cine japonés, como son Ansatsu (Shinoda Masahiro, 1964) y Hitokiri (Gosha Hideo, 1969). Pero, mientras que en estas dos los acontecimientos del pasado sirven a sus respectivos directores para articular una reflexión personal de carácter ético o político, en Sakuradamongai no hen la narración histórica parece quedar justificada por sí misma. Su talante sobrio acerca más a esta cinta, en ciertos aspectos, al género documental (aunque, por supuesto, sin llegar a este extremo). La recreación de la época, como suele ser habitual en los jidaigeki, es de una factura sublime, cada detalle en los escenarios y en el vestuario parece haber sido objeto de una esmeradísima atención. Pero no son solo los aspectos visuales los que reciben un excelente tratamiento, sino que esto se hace extensivo al ámbito de las mentalidades, al espíritu de la época. El film, al seguir los pasos de Seki Tetsunosuke y sus compañeros en sus idas y venidas por Japón, nos muestra cómo entran en contacto con samuráis de otros dominios, intercambian puntos de vista y tratan de establecer alianzas; en definitiva, vemos cómo adoptan una actitud política propia y autónoma, al margen de las autoridades de su dominio, aunque, indudablemente, tengan la absoluta convicción de estar actuando en beneficio del mismo. Esta actitud, tremendamente innovadora en el Japón del período de Edo (1603-1868), es un elemento clave para entender la ulterior evolución del país. En toda la película parece percibirse, de fondo, el murmullo de un arroyo que pronto se convertirá en un gran río para arrasarlo todo. Sin duda, lo mejor de Sakuradamongai no hen es que consigue transmitir la esencia de esos años convulsos, el dramatismo que tiñe siempre los tiempos de inestabilidad y cambio a lo largo de la Historia.

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