HYSTERIA: O CÓMO CONOCER MEJOR A LAS MUJERES

Por Tara Karajica

T. O.: Hysteria. Producción: Chimera Films LLC, Delux Production, Canal+, CinéCinéma, arte France Cinéma, Tatfilm, Film Fund Luxembourg, The UK Film & TV Production Company PLC, Forthcoming Productions, by alternative pictures, Informant Media, Beachfront Films, Silver Reel, WDR/Arte, Lankn Media (GB-Francia-Alemania-Luxemburgo, 2011). Productores: Tracey Becker, Judy Cairo y Sarah Curtis. Directora: Tanya Wexler. Guión: Stephen Dyer, Jonah Lisa Dyer y Howard Gensler. Fotografía: Sean Bobbit. Música: Gast Waltzing. Diseño de producción: Sophie Becher. Vestuario: Nic Ede. Montaje: Billy A. Campbell y Jon Gregory.

Intérpretes: Hugh Dancy (Mortimer Granville), Maggie Gyllenhaal (Charlotte Dalrymple), Jonathan Pryce (Dr. Robert Dalrymple), Felicity Jones (Emily Dalrymple), Rupert Everett (Edmund St. John-Smythe), Ashley Jensen (Fannie), Sheridan Smith (Molly), Jemma Jones (Lady St. John-Smythe), Malcom Rennie (Lord St. John-Smythe), Kimm Criswell (Mrs. Castellari), Georgie Glenn (Mrs. Parsons).

Color - 100 min. Estreno en España: 15-VI-2012


En su uso coloquial, la histeria describe los excesos emocionales incontrolables. A finales del siglo XIX, el término llegó a referirse a lo que generalmente se considera hoy una disfunción sexual y parece que la mitad de las mujeres de Londres lo padecían, o por lo menos así nos lo cuenta la última realización de Tanya Wexler.

En efecto, la historia transcurre en Londres en 1880, un período de cambios eléctricos, sociales y médicos (el teléfono era un artefacto nuevo y el femenismo se expandía rápidamente) y cuando la histeria era la creciente epidemia femenina, “la plaga de la época”. “Provenía de un útero sobreactivo y en sus formas más severas, requería medidas drásticas: institucionalización, la cirugía hasta, pero en sus manifestaciones más suaves: ninfomanía, figidad, melancolía, anxiedad; era eminentemente tratable”.

Por tanto representa el control de la histeria y relata la historia de un joven médico advenedizo con vistas modernas sobre las últimas teorías médicas que no eran bien aceptadas en la sociedad victoriana londinense y quien toma muy en serio la ciencia pero se encuentra despedido demasiado a menudo porque no consigue ganar el respeto de sus colegas doctores que califican su teoría de los gérmenes de “paparruchas” y según quienes las claves de la medicina moderna son “un estudiado aire de tranquila confortación y sangramiento regular”. Desesperado por encontrar un trabajo nuevo, acepta trabajar con el doctor Dalrymple, “el especialista en medicina femenina más destacado de Londres”. El trabajo consiste en estimular manualmente las partes inferiores de las pacientes (en su mayoría “amas de casa aburridas” y mujeres mayores) hasta la catarsis o hasta que experimenten el llamado “paroxismo” (métodos muy modernos para un período tan gazmoño) y resulta ser desde luego muy hábil. Pronto, sus muñecas doloridas son incapaces de mantenerse al ritmo de su inmenso éxito, un estado que le causa tropezar accidentalmente con un dispositivo llamado el “novedoso plumero eléctrico” (inventado por su amigo y benefactor, Edmund St. John-Smythe) que resulta ser capaz de hacer el trabajo que sus músculos y dedos ya no pueden. Es el paroximetro mecánico –que deviene un éxito instantáneo– o si quieren, en términos más modernos, el vibrador. En la trama secundaria también hay un triángulo amoroso entre Mortimer y las hijas de Dalrymple, la bien educada e ingénua Emily y la rebelde y revolucionaria Charlotte.

Hysteria es una sátira social, un cuento de ignorancia masculina y una entretenida y ligera comedia costumbrista con toques románticos y un final feliz. El tema es original, divertido y basado en hechos reales. “De verdad” (nos dicen los créditos de apertura). Y en las manos adecuadas –nunca mejor dicho– pudo haber sido una película muy buena y amena. Aunque pretende ser graciosa, rara vez lo es. Hay, en efecto, un conflicto, una especie de “frustración” cinemática entre el gran potencial innato del tema y su interpretación y por consiguiente, realización. Es una exploración de las pasiones de las mujeres así como una celebración del espíritu iluminado pero escrita y dirigida tal como lo es, le faltan ingenio y humor salado. Esto se debe a su guión que insiste en algunos conceptos que rozan lo banal y los estereotipos, y tiende a ser redundante, lo cual acaba siendo tedioso. La historia es contada de una manera comedida pero con buen gusto, evita la profanidad y el material explícito y se abstiene de ser demasiado vulgar. Su contenido atrevido y picante es contrastado con su contexto de la remilgada sociedad inglesa. Es por tanto discreta y en completa sincronización con la discreción victoriana.

Es una cinta visualmente bella, con detalles de época suntuosos y convincentes. El vestuario de Nic Ede, el diseño de producción de Sophie Becher, la decoración de escenario de Charlotte Watts y la fotografía de Sean Bobbitt son maravillosos. El ambiente es colorido, el tono y la velocidad alegres, hasta la creación del vibrador. La película se vuelve entonces lenta y alcanza el clímax de su pesadez durante el acto de sermón tedioso cuando el enfoque se vuelca hacia el femenismo repetitivo de Charlotte y acaba de una manera digna de las comedias románticas más sentimentaloides. El divertimiento entonces vuelve con los créditos de cierre que muestran el progreso del vibrador o el “rubby nubby”, “jiggly-wiggly” y “excite-ta-tor” como Edmund St. John-Smythe lo llama. La música es un tanto discreta, casi ausente y no suficientemente estimulante. Es históricamente bastante precisa; en efecto, el masaje genital de las mujeres había sido un remedio médico desde la Antigüedad y la histeria era reconocida como una enfermedad hasta que la Asociación Americana de Psiquiatras suspendiese este término en 1952. Joseph Mortimer Granville patentó el primer vibrador electromecánico llamado “Granville’ hammer” (el martillo de Granville) en los alrededores de 1883. Sin embargo, no lo usó en el tratamiento de histeria, pero, irónicamente, para tratar los problemas musculares. Otros médicos sí lo usaron para la histeria.

Hay un trabajo de actores muy bueno en Hysteria, pero desgraciadamente es desigual. Rupert Everett como Edmund St. John-Smythe, el excéntrico benefactor fascinado por la invención de artilugios o como Mortimer Granville lo describiría “soltero, benefactor, estudiante miserable, a veces borracho, siempre bohemio y maestro sexual, supremo gastador de tiempo y dinero, especialmente si tiene que ver con la ciencia de la electricidad” es brillante, sensacional y trae comedia a la película. Hugh Dancy como Mortimer Granville se parece a Hugh Grant más que a otra cosa. Como el honrado y “una vez estudiante brillante, más recientemente un doctor visionario para los pobres y ahora sirvienta de las ansiosas mujeres de mediana edad” (debatiéndose entre conformarse con la comodidad y el éxito o atreverse a seguir sus convicciones y sueños), su interpretación es sobre exagerada en todos los aspectos (sobre todo sus expresiones faciales) e insípida. Felicity Jones es “Ok” en su papel de Emily, la hija menor del Dr. Dalrymple, el “ángel de la casa” o el “epítome de la virtud y femenidad inglesas” quien estudia la frenología, toca el piano y lee a los filósofos ingleses. Jonathan Pryce como el doctor Dalrymple es el mismo de siempre y nos cuesta imaginar que sea tan despistado e inconsciente de que sus pacientes padecen frustración sexual. Así y todo, es un “charlatán sin más ideas sobre los deseos y necesidades de una mujer que de la atmósfera de la luna” quien vive en la sociedad Victoriana gazmoña y rígida, en un tiempo de ignorancia sobre las mujeres, cuando era imposible pensar que ellas disfrutarían del placer sexual; era una mentalidad sexista que les negaba tantos derechos y los hombres ignoraban las necesidades conyugales. Él y Emily son el epítome de la sociedad victoriana. Finalmente, Maggie Gyllenhaal es buena como Charlotte Dalrymple, la hija mayor del doctor, escandalosa, liberada, obstinada, filantrópica, “socialista”, y la femenista progresista quien adopta posturas firmes contra su padre, lleva una casa para pobres en East End y tiene su propia definición de histeria. Su personaje vincula la invención del vibrador con los primeros días del movimiento de liberación de las mujeres. Maggie Gyllenhaal no es muy convincente porque lo sobreactúa. En general, Wexler ha animado a sus actores a actuar exageradamente pero una cierta reticencia en las interpretaciones permanece.

En términos generales, es una muy placentera clase de Historia sobre la sexualidad y los géneros. Es una película encantadora y conmovedora con buenas vibraciones que plantea las cuestiones que aún nos absorben hoy día como las actitudes sexuales y cómo llevar una vida realmente satisfactoria.

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