ADIÓS A THEO ANGELOPOULOS: PANEGÍRICO POR MEGATHEODOROS

Por Arturo Segura

Como si de un misterioso presagio se tratara, ya su propio nombre, Theodoros, parecía venir a confirmar desde su origen la identidad misma de su portador, tal y como si Angelopoulos hubiera nacido para hacer fidedignos honores al nombre con que los suyos tuvieron a bien reconocerlo. Forjado su talento en el tiempo, ‘Theodoros’ devino así, de manera precisa, eso mismo: regalo, don de un Dios que, en su caso, entrega a los hombres un poietés, un poeta, un autor, un hacedor, un artista.

Ayer, como quien dice, adentrado ya en el crepúsculo de sus días, el final de su viaje resultó insospechado, abrupto, prematuro. Durante el atardecer del 24 de enero de 2012, se nos marchó de repente, por accidente, trabajando y sin quererlo, como abocado a encarnar en su propia muerte la trágica fatalidad de alguno de sus personajes. Aquella tarde todos perdimos a Teodoro el Grande, sin que nadie lograra realizar la gozosa eucatástrofe que lo arrebatara de su encuentro con la muerte -la misma cita a la que, por cierto, le siguieron sus colaboradores Erland Josephson, en febrero, y Tonino Guerra, en marzo-; y sin que él mismo pudiera completar -¡oh, malhadada premonición!- El otro mar, al parecer, su siguiente elegía cinematográfica a la decrepitud de las ancianas Grecia y Europa.

Tras su partida hacia ese otro mar sin riberas, Phoebe Economopoulos, su mujer, es ahora viuda; Anna, Katerina y Eleni, las tres hijas de ambos, han quedado huérfanas, como también su artística ‘compañía estable’ a lo largo de las décadas: Eleni Karaindrou, Giorgos Arvanitis, Yannis Tsisopoulos, Petros Markaris… No obstante, aunque desde un dolor incomparable al de este coro de la desolación, algo similar cabría afirmar de cuantos lo lloramos con sinceridad en la distancia de nuestro anonimato. Y es que, ahora que ya no podremos seguir esperando a Theo Angelopoulos en el porvenir, la herida de nuestra soledad se ha hecho un tanto más profunda. Ya no volveremos a deleitarnos escuchando a este hombre menudo y discreto articulando lúcidos pensamientos con nuevas palabras, o a sentir un cierto desvelo ante su semblante serio y taciturno, o ante la fascinante expectativa de sus declaraciones, conferencias y películas, o a estremecernos sorprendidos ante las inefabilidades que su cine siempre suscita conforme la singularidad de su majestuosa naturalidad se despliega ante nuestros ojos… Ya no cabe esperar nada más del reflexivo, reservado, pesimista, coherente, perseverante, resistente Megatheodoros… sino cuanto continúe transmitiendo su magisterio fílmico a través de sus melancólicas apoteosis del silencio y la búsqueda envueltas en la cruda languidez de las estaciones frías, de sus milagrosas planificaciones y eternos planos atrapados por los accidentados relieves de la historia, el arte y la geografía griega, balcánica, europea, mundial -Homero, Solomos, Seferis, Esquilo, Brecht, Mizoguchi, Antonioni, Welles, Ford...

Me pregunto si queda algo por decir que no haya dicho o pueda seguir señalando él mismo. Y es que, en realidad, en suma, pienso en mi ingenua ignorancia que ya sólo resta frecuentar el insólito patrimonio de su poíesis, su particular legado para la eternidad que hay en cada día, para la eternidad que aguarda tras el final de todos los días.

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