T.O.: U zemlji krvi i meda / In the Land of Blood and Honey (USA, 2011). Producción: GK Films. Productores: Tim Headington, Angelina Jolie, Graham King y Tim Moore. Dirección y guión: Angelina Jolie. Fotografía: Dean Semler. Diseño de producción: Jon Hutman. Montaje: Patricia Rommel. Música: Gabriel Yared.
Intérpretes: Zana Marjanovic (Ajila), Goran Kostic (Danijel), Vanesa Glodjo (Lejla), Rade Serbedzija (Nebojsa), Boris Ler (Tarik), Alma Terzic (Hana), Jelena Jovanova (Esma), Fedja Stukan (Petar), Nikola Djuricko (Darko), Aleksandar Djuricko (Marko), Branko Djuric (Aleksandar), Gorin Jevtic (Mitar), Milos Timotijevic (Durja), Dolya Gavanski (Meida), Ermin Bravo (Mehmet).
Color – 127 min. Estreno en España: 2-III-2012
Algunos son los actores y actrices que sienten la necesidad de colocarse tras las cámaras y dirigir su propia película, y muchos son los que, tras la experiencia, deciden volver a la “comodidad” de la interpretación. Angelina Jolie ha sentido también la necesidad de dejar su huella en un proyecto al servicio de sus inquietudes personales y no a las de una tercera persona. Se trata de constatar ahora si su vocación como directora es un recorrido de fondo, compatible con su condición de estrella en los subproductos anestésicos a los que nos tiene mayoritariamente acostumbrados, o un ejercicio aislado fruto de la curiosidad. En cualquier caso, embarcarse en un proyecto tan espinoso como la guerra de Bosnia-Herzegovina (1992-1995) es una decisión que a priori parecía ubicada en las antípodas del estereotipo iconográfico hollywoodiense que tan bien encarna la actriz. No obstante, hay que reconocerle a Jolie un compromiso en la vida real con las víctimas de contiendas militares o procesos históricos y sociales desfavorables en diferentes latitudes del planeta. Así, por ejemplo, en el ámbito de lo público, es embajadora de buena voluntad del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR); mientras que, en la esfera de lo privado, tiene tres hijos adoptados procedentes de países del Tercer Mundo. Cabe preguntarse, pues, por qué su carrera cinematográfica no ha ido encaminada hacia dicho compromiso moral –a excepción de la edulcorada Amar peligrosamente (Beyond Borders; Martin Campbell, 2003), en la que interpreta a una mujer que adquiere conciencia de la situación crítica de medio planeta–, y poner en estado de cuarentena sus aptitudes para dirigir una película que gravita sobre tan ardua cuestión.
En tierra de sangre y miel gira entorno a una pareja cuya relación dará un vuelco de 180 grados con el estallido de la guerra: él, policía serbo-bosnio; ella, pintora bosnio-musulmana. Sarajevo queda a merced del asedio serbio y los abusos por parte de éstos no se hacen esperar. Como sucede en todas las guerras, la población civil no vive al margen de la violencia, bien al contrario, es quien más la padece, y el caso de Bosnia no fue una excepción. Danijel y Ajila se verán de nuevo las caras en un contexto radicalmente distinto, cuando ella es llevada a la fuerza, junto a otras mujeres degradadas a objetos sexuales, al cuartel militar donde éste es capitán. Danijel tendrá que hacer malabares para protegerla de las garras de sus compañeros de armas, al tiempo que justificar sus actos sin perder “credibilidad patriótica” ante los ojos de sus camaradas. Dicha situación evoluciona ineludiblemente hacia una “dialéctica del amo y el esclavo”, en la que éste acabará imponiendo su autoridad. Unos galones que se empequeñecen, como marca la jerarquía, ante su padre, oficial superior sin prejuicios morales ni jurídicos con los que no son de su bando. Su debilidad ante su progenitor le hace convertirse en aquello que deplora.
La realizadora fija su atención principalmente en el drama personal de las mujeres bosnio-musulmanas, muchas de las cuales fueron violadas sistemáticamente como parte de una campaña publicitaria basada en infundir el terror y la destrucción del entramado social. Esta práctica, junto a la “limpieza étnica” llevada también a cabo por el bando serbo-bosnio, ya fueran las tropas regulares de Ratko Mladic o grupos paramilitares como los “Tigres” de Arkan, las “Águilas Blancas” de Dragoslav Bokan o los chetniks de Vojislav Seselj, golpeó las conciencias de la opinión pública occidental mientras fue actualidad informativa. El discurso histórico al que se recurre para justificar semejantes atrocidades lo ilustra en el film el padre de Danijel, Nebojsa, interpretado por el excelente actor Rade Serbedzija, a quien se le llena la boca una vez más con los abusos cometidos durante la Segunda Guerra Mundial por los croatas y bosnios pronazis o la famosa batalla de Kosovo Polje, en 1389, que supuso el fin del Imperio serbio de Dusan ante el avance turco, pero que consolidó la identidad serbia que desembocaría posteriormente en el sello nacionalista. El avance cronológico de la Historia, fruto de las tensiones que transforman las estructuras sociales, económicas e ideológicas, no se ve necesariamente correspondido con un progreso moral, ya que el ser humano tropieza con los mismos errores una y otra vez: es la constante que provoca el eterno retorno de la barbarie. Las guerras se suceden al amparo de suculentos beneficios ocultos tras discursos ideológicos de poco calado intelectual que impregnan a masas deseosas de un líder que les guíe. En este caso, llamó especialmente la atención el que dicho sustrato histórico latente eclosionara en Europa y no en algún lugar remoto de la periferia.
A lo largo de la cinta, Angelina Jolie plantea un discurso obvio de denuncia, dejando de lado la oportunidad de aportar una visión poliédrica que transmita la complejidad de todo el entramado de la guerra, dada la multiplicidad de aristas que configuraban la sociedad bosnia. En la defensa de Sarajevo participaron musulmanes, serbios y croatas, como reflejo del entramado social de la capital bosnia, y el maniqueísmo argumental no se hace eco de dicha realidad. Cierto es que su premisa se centra en el caso concreto de un serbo-bosnio y una bosnio-musulmana, pero es un pretexto argumental que no deja de estar arropado por un discurso histórico, aunque sólo sea el paraguas que cubre a los personajes. La falta de ambición de la directora lastra una película que, aunque bienintencionada, resulta predecible en su desarrollo.
Por otro lado, las pinceladas históricas que decoran el film obvian el espíritu crítico ante otro de los agentes que tuvieron actitudes reprochables, como es el caso de las Naciones Unidas. Al transcurrir la historia en Sarajevo, episodios lamentables como los interpretados por los cascos azules holandeses en Srebrenica, en 1995, ante la inminente ofensiva serbia (similar al de los españoles en Mostar, en 1993, frente al avance croata), son justificadamente omitidos, hecho que no llamaría la atención si no fuera porque la directora es uno de los estandartes publicitarios de la ONU.
Entre sus pocas virtudes, la de saber rodearse de actores de entidad dramática contrastada en films sobre el desmembramiento yugoslavo, como Rade Serbedzija y Branko Djuric, en Antes de la lluvia (Before the Rain; Milcho Manchevski, 1994) y En tierra de nadie (No Man´s Land; Danis Tanovic, 2000), respectivamente. Rostros que En tierra de sangre y miel desempeñan interpretaciones secundarias destinadas a dar credibilidad al metraje, objetivo al que de igual modo obedecía la voluntad inicial de que el rodaje se desarrollase en Bosnia-Herzegovina, aunque finalmente tuviera que emigrar en su mayoría a tierras húngaras al ser un episodio histórico que levanta todavía cuantiosas ampollas dada su proximidad temporal:
Quería hacer una película que expresara, de manera artística, mis frustraciones con la incapacidad de la comunidad internacional a la hora de intervenir en conflictos en el momento oportuno y de manera eficaz. También quería explorar y comprender la Guerra de Bosnia, así como cuestiones más generales, como las mujeres en los conflictos, la violencia sexual, la responsabilidad por los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad y el desafío de la reconciliación.
Palabras promocionales pronunciadas por la realizadora que, por lo que a la comunidad internacional se refiere, debe esgrimir con conocimiento de causa dada su vinculación a Naciones Unidas, puesto que dicha institución, en tanto que organismo configurado por países con intereses particulares, forma más parte del problema que de la solución. Por otro lado, el supuesto ejercicio de comprensión del conflicto bosnio al que alude no traspasa en ningún fotograma un estadio minimalista. Sin embargo, en referencia a la violencia sexual, sí es destacable la sensibilidad que muestra Jolie al reflejar las violaciones y vejaciones a las que son sometidas las víctimas femeninas de la guerra: las escenas manifiestan la dureza de la situación sin recrearse en lo escabroso de la tragedia, haciendo hincapié en que las violaciones no son un hecho aislado en la contienda bélica, sino una estrategia programada que, como tal, ha de ser perseguida y juzgada como crimen de guerra y contra la humanidad –pese a las “dificultades de catalogación” ante las lagunas legales de organigramas y textos jurídicos internacionales–; exactamente igual que la punibilidad con la que se condena la “limpieza étnica”.
Por último, hay que decir que si bien la propuesta de Angelina Jolie no es una obra de una trascendencia destacable, no desentona entre la mayoría de películas que se han realizado sobre este tema por parte de directores o producciones occidentales, más propensos a la demostración mimética de hechos concretos –indistintamente del nivel de ecuanimidad de los responsables– que a la reflexión sobre las cuestiones de envergadura histórica, filosófica o moral. Así pues, En tierra de sangre y miel se antoja una manifestación fílmica de fisonomía pareja a Welcome to Sarajevo (1997), del sobrevalorado Michael Winterbottom, o Las flores de Harrison (Harrison´s Flowers, 2000), del desapercibido Elie Chouraqui, por citar algunas de las más mediáticas en dicho ámbito cinematográfico. Angelina Jolie ya tiene la película que le proporciona la mínima credibilidad intelectual de la que presumir en la alfombra roja; ahora puede volver a reinterpretar una vez más su papel de sex-symbol en metrajes de acción injustificada.