UN DIOS SALVAJE, COMEDIA NEGRA ACERCA DE LA CONDICIÓN HUMANA

Por Carlos Giménez Soria

T.O.: Carnage. Producción: SBS Productions, Constantin Film Produktion, SPI Film Studio, Versátil Cinema, Zanagar Films y France 2 Cinéma (Francia-Alemania-Polonia-España, 2011). Productores: Saïd Ben Saïd, Oliver Berben y Martin Moszkowicz.
Director: Roman Polanski. Argumento: basado en la obra de teatro de Yasmina Reza Le Dieu du Carnage. Guión: Yasmina Reza y Roman Polanski. Fotografía: Pawel Edelman. Música: Alexandre Desplat. Diseño de producción: Dean Tavoularis. Montaje: Hervé de Luze.

Intérpretes: Jodie Foster (Penelope Longstreet), Kate Winslet (Nancy Cowan), Christoph Waltz (Alan Cowan), John C. Reilly (Michael Longstreet), Elvis Polanski (Zachary Cowan), Eliot Berger (Ethan Longstreet).

Color – 80 min. Estreno en España: 18-XI-2011.


Después de enfrentarse a un doloroso proceso de extradición a los Estados Unidos debido a un delito de abuso de menores por el que fue encausado a finales de la década de los setenta, Roman Polanski (París, 1933) acudió el pasado mes de septiembre a recoger finalmente el galardón otorgado por el Festival de Cine de Zúrich dos años atrás. La entrega de este trofeo, aplazada a causa de la detención del cineasta franco-polaco en 2009, ha significado un reconocimiento a la dilatada trayectoria artística de este controvertido realizador, cuya ópera prima El cuchillo en el agua (1962) significó el punto de partida de una de las filmografías más creativas y estimulantes de la segunda mitad del siglo XX. Durante el largo periodo de arresto domiciliario en su residencia suiza de Gstaad, Polanski revisó el montaje definitivo de El escritor (2010), su anterior película –premiada con el Oso de Plata al mejor director en el Festival de Berlín–, y redactó junto a la autora gala Yasmina Reza (París, 1959) la primera versión del guión de su siguiente proyecto: una adaptación fílmica de la obra teatral Le dieu du Carnage, escrita en el año 2007 por la propia novelista y dramaturga de ascendencia hebrea.

El texto original, publicado en francés, no intenta ocultar sus analogías con la popular pieza dramática ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1962), acierto máximo del narrador estadounidense Edward Albee (Washington, 1928), convertido pocos años después en un exitoso largometraje dirigido por el cineasta de origen alemán Mike Nichols (Berlín, 1931) –Oscar al mejor director por El graduado (1967)– y protagonizado por el actor galés Richard Burton y la recientemente desaparecida Elizabeth Taylor. A través de un esquema argumental marcadamente similar al de la obra de Albee, Un dios salvaje muestra las tensiones que se producen entre dos matrimonios cuyos hijos se han enfrentado en una pelea. El ambiente distendido en que primeramente se desarrolla la conversación entre ambas parejas se degrada de manera progresiva, hasta acabar convirtiéndose en un escenario donde se exhiben inconfesables miserias personales.
 
A lo largo de sus escasos ochenta minutos de duración, la película esboza un retrato desconcertante de la condición humana a través de un enfrentamiento verbal que transgrede las normas de la permisividad social. Cualquier atisbo de conducta civilizada constituye una mera fachada tras la cual se ocultan una moral hipócrita y abyecta, unida a los más violentos mecanismos de defensa y a un primitivo instinto de conservación profundamente arraigado en el comportamiento de las personas. Tras el bochornoso espectáculo en que degenera el bienintencionado propósito inicial, cada personaje debe asumir finalmente su propia mediocridad frente al resto de adultos presentes, incluido su propio cónyuge. Después de todo, la discusión entablada entre los cuatro protagonistas revela, de manera bastante cínica, que las contradicciones inherentes a los principios individuales de las dos parejas no distan tanto de las circunstancias que han originado el conflicto entre sus hijos adolescentes.

En el aspecto escénico, el aclamado director de cine ha mantenido prácticamente intacta la estructura básica del sustrato literario empleado. No obstante, la ubicación ha sido trasladada de París a Nueva York, recurriendo a la traducción norteamericana de la obra. Para recrear el apartamento donde transcurre la acción en estudios franceses, Polanski contó con la ayuda del prestigioso decorador Dean Tavoularis, colaborador habitual de Francis Ford Coppola en piezas magistrales de la talla de la trilogía de El padrino (1972-1990), La conversación (1974) o Apocalypse Now (1979). Sin duda, conviene destacar notablemente la labor inestimable de este profesional retirado, sobre todo teniendo presente que el escenario se transforma en un protagonista más de la película, tan imprescindible como los cuatro principales.

Un dios salvaje cuenta además con un gran elenco actoral que sustenta el peso escénico del texto dramático original: el matrimonio compuesto por Nancy y Alan Cowan está interpretado por la británica Kate Winslet y el austriaco Christoph Waltz –premiados, respectivamente, con el Oscar a la mejor actriz por The Reader (2008), de Stephen Daldry, y al mejor actor por Malditos bastardos (2009), de Quentin Tarantino–; mientras que, encarnando el rol de los padres del muchacho agredido, encontramos a los norteamericanos John C. Reilly –nominado al galardón de la Academia de Hollywood por su papel secundario en Chicago (2002), del debutante Rob Marshall– y Jodie Foster, ganadora de dos Oscar en la categoría de protagonista femenina principal por Acusados (1988), de Jonathan Kaplan, y El silencio de los corderos (1991), de Jonathan Demme. Incluso el propio hijo del realizador, Elvis Polanski, realiza una breve aparición en el film, emulando la figura de agresor asumida por su padre en la mítica Chinatown (1974).

Del mismo modo en que lo hizo en La muerte y la doncella (1994), el realizador franco-polaco utiliza aquí de nuevo las unidades de espacio y tiempo, logrando que la puesta en escena supere con brillantez las limitaciones propias de la representación teatral. El exceso de diálogo se ve plenamente justificado ante el planteamiento argumental que trata de ofrecer esta reciente realización del referido Roman Polanski, al mismo tiempo que la planificación se beneficia del guión, a través de un hábil empleo de la palabra, para que la obra soslaye con fortuna el terreno del discurso redundante y moralizador. La visión escéptica de la naturaleza humana que aquí se retrata supera la simple crítica a las contradicciones ideológicas del individuo para instalarse cómodamente en la línea de humor negro esbozada por su autor en cintas como Cul-de-sac (1966) o Lunas de hiel (1992). Salvando las distancias en lo referente al cine de género, esta coproducción a cuatro bandas consigue igualmente recuperar las constantes temáticas de la filmografía de su autor en torno a la claustrofóbica utilización de los interiores, con alusión directa a títulos tan importantes como Repulsión (1965), La semilla del diablo (1968) o El quimérico inquilino (1976).

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