THE ARTIST, UN NOSTÁLGICO HOMENAJE AL MUNDO DEL SÉPTIMO ARTE

Por Carlos Giménez Soria

T.O.: The Artist. Producción: La Petite Reine, La Classe Américaine, JD Prod, France 3 Cinéma, Jouror Productions y UFilm (Francia-Bélgica, 2011). Productores: Thomas Langmann y Emmanuel Montamat. Director: Michel Hazanavicius. Guión: Michel Hazanavicius. Fotografía: Guillaume Schiffman. Música: Ludovic Bource. Diseño de producción: Laurence Bennett. Montaje: Anne-Sophie Bion y Michel Hazanavicius.

Intérpretes: Jean Dujardin (George Valentin), Bérénice Bejo (Peppy Miller), John Goodman (Al Zimmer), James Cromwell (Clifton), Penelope Ann Miller (Doris), Missi Pyle (Constance), Malcolm McDowell (El mayordomo), Beth Grant (La doncella de Peppy), Bitsie Tulloch (Norma), Uggie (El perro).

Blanco y negro – 100 min. Estreno en España: 16-XII-2011.


Tras el rodaje de Nubes pasajeras (1996), Aki Kaurismäki estuvo tentado de abandonar definitivamente el oficio de cineasta. Por aquel entonces, era plenamente consciente de la profunda crisis creativa que atravesaba el séptimo arte apenas un siglo después de su nacimiento. Un sector mayoritario del público había dejado de interesarse por la cultura cinematográfica y asistía a las salas con la actitud displicente de quien se entrega durante un par de horas a un ejercicio puramente crematístico. Sin embargo, el maestro finés regresó tres años después con una propuesta aún más arriesgada: Juha (1999), un film mudo, fotografiado en blanco y negro, que adaptaba una popular novela homónima perteneciente a la literatura de su país, escrita en 1911 por el periodista Juhani Aho. Con una estética absolutamente bressoniana en su austeridad formal, Kaurismäki concibió la historia de un fatalista triángulo amoroso ambientado en un entorno rural. Se trataba, a todas luces, de un sentido homenaje a los grandes clásicos fílmicos del periodo silente, en la línea de las obras maestras de F.W. Murnau Amanecer (1927) y City Girl (1930). Desafortunadamente, la cinta pasó prácticamente inadvertida incluso en aquellos países que tuvieron la oportunidad de acoger su estreno.

Doce años más tarde, el realizador galo Michel Hazanavicius (París, 1967), responsable de un par de largometrajes de espionaje en clave humorística –OSS 117: El Cairo, nido de espías (2006) y su secuela OSS 117: Perdido en Río (2009)–, ha sentado un singular precedente con su exitosa pieza The Artist (2011): esta producción francesa se ha convertido en el segundo film mudo galardonado con el Oscar a la mejor película. Ochenta y cuatro años separan este fenómeno comercial del histórico melodrama bélico Alas (1927), dirigido por el maestro estadounidense William A. Wellman. Sin embargo, una buena parte del mérito cabe atribuírselo al productor norteamericano Harvey Weinstein, que ha sabido distribuir internacionalmente una obra financiada con capital europeo. Su infatigable apoyo ha logrado que esta realización se haya convertido en la gran triunfadora de la última ceremonia de la Academia de la Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood, alzándose finalmente con otras cuatro estatuillas: las correspondientes a las categorías de mejor director, actor (Jean Dujardin), banda sonora y diseño de vestuario. Al margen de cierta polémica generada respecto al carácter genuino de los recursos formales de la cinta, el detenido análisis de sus incuestionables aciertos revela, con claridad, que los premios han sido realmente merecidos.

La acción de la película arranca en 1927, mostrando el enorme carisma de la estrella de cine silente George Valentin. Durante el preestreno de su última obra, el astro conoce a la aspirante a intérprete Peppy Miller, gracias a un simpático encuentro ante la prensa. Sin embargo, el tiempo transcurre rápidamente y, mientras que Valentin no consigue adaptarse a la llegada del cine sonoro, la joven inicia una carrera de meteóricos triunfos. A pesar de que su amor propio le impide aceptar favores de otros, el actor acaba aceptando que los destinos de ambos están extrañamente entrelazados y accede a protagonizar, junto a la ascendiente actriz, un proyecto que lo impulsará nuevamente como galán de la gran pantalla.

Dentro del actual panorama del arte de las imágenes –en el que proliferan los remakes y las secuelas de los films y sagas más inimaginables–, Francia, el país que revolucionó el siglo XX con la invención del cinematógrafo (gracias a los hermanos Louis y Auguste Lumière), ha vuelto su mirada hacia la época dorada de la cinematografía muda. En The Artist se respira el auténtico ambiente de la industria fílmica norteamericana de los años veinte, con la presencia incluida del exitoso fenómeno del star-system. Después de todo, si Hollywood en esos años se caracterizó por algo en particular, fue, sin duda alguna, por su eficiente maquinaría organizada en torno a la popularización de grandes estrellas del celuloide, que servían de reclamo para llamar la atención del público mayoritario. De este modo, las majors educaron el gusto del espectador yanqui para que acudiera a las salas a ver a un determinado artista famoso con el que todos se sentían identificados. En la gloriosa década en que se sitúa la acción de la película, las heroínas y los galanes más prestigiosos de la gran pantalla eran figuras como Gloria Swanson, Joan Crawford, Mary Pickford, John Gilbert y, sobre todo, Douglas Fairbanks, acrobático actor cuya biografía y obra supusieron la principal fuente de inspiración para el galo Jean Dujardin en su excepcional composición del personaje de George Valentin –apellido que hace referencia directa al prematuramente desaparecido Rudolfo Valentino (1895-1926), mítico intérprete de las primeras adaptaciones de dos célebres novelas del español Vicente Blasco Ibáñez: Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1921), dirigida por Rex Ingram, y Sangre y arena (1922), de Fred Niblo–. A tal efecto, el propio realizador Michel Hazanavicius ha relatado extensamente el exhaustivo periodo de investigación llevado a cabo antes de la filmación de la película:

Hace siete u ocho años, estuve dándole vueltas a la idea de hacer una película muda, probablemente porque los grandes directores míticos que más admiro proceden del cine mudo: Hitchcock, Lang, Ford, Lubitsch, Murnau, Billy Wilder (como guionista) (…) Mientras trabajaba en el guión, pensaba en muchas películas mudas, en las de Murnau, especialmente en Amanecer (1927),City Girl(1930), en las películas de Frank Borzage, aunque Murnau es más intemporal, incluso moderno. Al principio vi todas las películas que pude: alemanas, rusas, americanas, británicas, francesas, pero al final fueron las películas mudas americanas las que más me inspiraron porque se adecuaban mejor a los personajes, a la historia. The Crowd(Y el mundo marcha, 1928), de King Vidor, es un ejemplo conmovedor. También las películas de Chaplin, aunque su trabajo es muy especial, único. También me influyeron las películas de Eric Von Stroheim. Otra de mis favoritas es The Unknown (Garras humanas, 1927), de Tod Browning. Además, leí montones de libros: biografía de actores y directores, entre otros. La investigación es muy importante, pero no para ser más realistas sino como trampolín para el imaginario, como los cimientos de una casa, para alimentar la historia, el contexto, los personajes”.

Con todo, la cinematografía del periodo silente no parece haber sido el único referente para la confección del argumento de este film. A lo largo de su metraje, se pueden apreciar alusiones a obras maestras claramente pertenecientes a la época sonora del séptimo arte. Sin ir más lejos, la historia paralela del ascenso de una joven actriz y la caída de un veterano actor entronca, de manera evidente, con la temática de Ha nacido una estrella, un clásico del cine norteamericano rodado en dos ocasiones: la primera en 1937, a cargo del mencionado William A. Wellman y con el protagonismo de Fredric March y Janet Gaynor en los papeles principales, y la segunda y muy superior versión de 1954, dirigida por George Cukor e interpretada por James Mason y Judy Garland. Al mismo tiempo, este tipo de relato sobre la incapacidad de adaptación de los intérpretes ante el advenimiento del sonido en el arte de las imágenes –episodio que puso punto final a carreras tan apasionantes como la de la legendaria musa de Stroheim, Gloria Swanson, cuyo resurgimiento se produjo gracias a un memorable título del maestro Billy Wilder homenajeado también en la presente cinta: El crepúsculo de los dioses (1950)– aparece recogido en una de las piezas antológicas por antonomasia del género musical: Cantando bajo la lluvia (1952), del tándem formado por el cineasta Stanley Donen y el coreógrafo y bailarín Gene Kelly.

Por otra parte, existen también evidentes analogías de puesta en escena con relación a películas destacadas como Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles, o Umberto D. (1952), de Vittorio de Sica. Respecto a la ópera prima de Welles, cabe destacar la escena de los sucesivos desayunos del matrimonio compuesto por George Valentin y su esposa Doris, en que se retrata fríamente la manera como ambos cónyuges se van distanciando progresivamente el uno del otro. De la magistral pieza neorrealista del maestro De Sica, Hazanavicius refiere la entrañable presencia de un perro que acompaña continuamente al protagonista en calidad de fiel mascota y de inseparable colega de infortunios. No obstante, el homenaje más sorprendente de todos se efectúa a través de un fragmento extraído de la partitura original de Vértigo (1958), la obra cumbre del gran Alfred Hitchcock. La extraordinaria música de Bernard Herrmann aporta un talante netamente romántico a este revalorizado  clásico del “mago del suspense”. El famoso pasaje melódico titulado “Escena de amor”, que acompaña la secuencia de la “resurrección” del supuestamente difunto personaje de Madeleine Elster (encarnado por la sensual Kim Novak), tiene un empleo muy eficaz en The Artist, ya que ofrece un emotivo subrayado a otra pasional escena: aquella en que la nueva y prominente estrella Peppy Miller, temiendo por el suicidio del fracasado Valentin, acude desesperadamente al domicilio del intérprete. Sin embargo, lejos de revelarse como un momento trágico dentro de la trama, este segmento presagia el resurgimiento de la antigua celebridad del cine mudo (renacido literalmente de entre sus propias cenizas, puesto que su casa ha sido previamente víctima de un incendio). Todos estos recursos de intertextualidad, utilizados como ejemplares referentes a las grandes piezas del arte fílmico, no hacen más que confirmar la intencionalidad de este profundo homenaje al ámbito cinematográfico.

Por tanto, la última película del “oscarizado” Michel Hazanavicius no sólo se erige como un sugestivo experimento que recupera los recursos formales de la era dorada del cine silente con el propósito de rendir pleitesía a la primitiva industria de Hollywood (a la par que también a su incipiente engranaje del star-system, gracias, en parte, a la colaboración de actores como James Cromwell, John Goodman y Malcolm McDowel), sino que aspira a convertirse en una conmemoración a la universalidad del séptimo arte a través de un catálogo repleto de referencias cinéfilas.

En pocas palabras, The Artist desprende el genuino encanto del cine clásico rodado en Norteamérica, remitiendo a un prototipo de historias caracterizado por la presencia de una anticuada visión del amor, donde abundan los sentimientos nobles y puros. En ese sentido, la película no ha logrado exclusivamente volver a un estilo de escritura visual considerado obsoleto en los tiempos actuales: con su deleitable contenido, ha devuelto también a los espectadores el recuerdo de una época gloriosa de la cinematografía universal, cuyo código de valores ha sido indistintamente reivindicado o vilipendiado con ferocidad –dependiendo siempre de las mentalidades y las modas pasajeras– por las generaciones posteriores de cineastas estadounidenses. Gracias, por encima de todo, a una cantidad considerable de elogiosas virtudes formales y temáticas que han elevado consecuentemente el presente film a la categoría de obra maestra.

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